domingo, 23 de enero de 2011

República en TVE. Por Alfonso Ussía

Televisión Española, siempre tan original y futurista desde que aterrizó Oliart en su poltrona cimera, nos anuncia una serie sobre la Segunda República. Podrían haber elegido también la Primera, porque tanto la una como la otra forman parte de nuestra basura histórica. Les regalo una idea. Hagan otra serie con los maquis como protagonistas. Dan mucho de sí. Los campos verdes, las altas montañas, los guardias civiles con bigotes y expresiones de malvados, y los pobres y heroicos maquis entregados a su ideal y luchando contra todos los elementos. Se pueden entremezclar bellísimas historias de amor. Por ejemplo, la hija del perverso alcalde franquista de una localidad en Liébana, se enamora profundamente del bondadoso e idealista maqui y huye con él al monte. El alcalde monta en cólera, avisa a la Guardia Civil, y un centenar de tricornios persigue a los enamorados, a los que da muerte en una brutal emboscada. En ese punto, se permite incluso a los de izquierdas, emocionarse y humedecer sus ojos como si fueran de derechas de toda la vida. Porque la emoción sensiblera no es «progresista».

La Segunda República constituyó un régimen en un principio decepcionante y en un final vindicativo y sangriento. La España intelectual y pensante que contribuyó a su implantación, detestó a la República apenas un año después de su establecimiento. En 1934, perdió toda su legitimidad. Las izquierdas no reconocieron el triunfo de las derechas en las urnas. La Segunda República convirtió a España en una colonia aterrorizada de la Unión Soviética, y prueba de ello es que el grito patriótico de los republicanos del Frente Popular no era otro que «¡Viva Rusia!». Fueron quemados conventos e iglesias, y la seguridad de los ciudadanos insatisfechos con el régimen dejó de ser una obligación de los gobernantes. Largo Caballero y Casares Quiroga fueron cómplices de los crímenes y las checas. Azaña, un inútil y fracasado desastre que terminó pidiendo paz y perdón al tiempo que huía a Francia. La Primera República mantuvo la Bandera, en tanto que la Segunda se inventó la oriflama efímera y tricolor que también sumó rencores al enfrentamiento social. La Guerra Civil fue consecuencia directa de la perversidad de una República abandonada por la inteligencia y el patriotismo y sometida a la brutalidad. El Frente Popular no dudó en pasar por las armas a decenas de miles de españoles, y entre ellos, a ilustres republicanos. España estaba despedazada en 1934.

Asturias, Cataluña… El levantamiento militar en 1936 contó con el apoyo de la mitad de España. Y el Ejército no se alzó contra una República próspera, justa y democrática, sino contra un régimen putrefacto y sangriento que había perdido toda su legitimidad dos años antes.

Pero la obsesión se mantiene. Una de las mayores bobadas de los empecinados defensores de aquel período trágico es la de intentar convencernos de que los malvados militares de derechas se alzaron contra un idílico régimen que era depositario de la libertad y la cultura. No existió la libertad a partir de 1934 y la cultura se quemó en miles de hogueras distribuidas por toda España. Los gobernantes republicanos terminaron como títeres enfrentados. Y no existe justificación a la represión brutal de los vencedores de la Guerra Civil desde 1939. Fue el fruto podrido de otra brutalidad anterior. La República perdió, y las izquierdas estalinistas cayeron derrotadas. Ni TVE puede cambiar la historia. Dejen de manipular pasados oscuros y dedíquense a las series venezolanas.


La Razón - Opinión

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