martes, 4 de enero de 2011

El día en que el General Secretario se hizo el ‘harakiri’. Por Federico Quevedo

Hubo un tiempo en el que Francisco Álvarez Cascos causaba temor allá por donde iba. Lo único que faltaba en la sede madrileña de Génova 13 cuando el entonces Secretario General cruzaba la puerta era que el personal del edificio se cuadrara en posición militar a su paso… De hecho, no se le llamaba el Secretario General, sino el General Secretario, tal era el respeto-miedo que despertaba en la gente. El General Secretario se caracterizaba entonces por tres facetas: su autoritarismo, su vanidad y su machismo y ligereza de cascos, valga la redundancia. No había un culo femenino que escapara a su mirada y, si se terciaba, a una palmadita de esas que humillan a una mujer sobre todo cuando por razón de sus necesidades laborales no se atrevía a denunciarlo porque lo contrario implicaba acabar de patitas en la calle. Y es que el General Secretario era, entre otras muchas cosas, el jefe de personal de la empresa. Eso significaba que todos los nombramientos pasaban por el tamiz de su firma, fueran estos laborales o políticos, y nadie alcanzaba la gloria de una candidatura si no era previamente seleccionado y bendecido por el General Secretario.

A eso lo debe de llamar ahora el diario El Mundo “democracia interna”, pero deja bastante que desear como tal. La democracia interna no existe en ninguno de nuestros partidos, absolutamente controlados por sus respectivos aparatos, y el ejemplo de las ‘primarias socialistas’ en Madrid no deja de ser una broma de mal gusto, teniendo en cuenta que se convocaron para que Rodríguez pudiera imponer a su candidata vulnerando así la decisión que previamente había adoptado el partido en Madrid en su Congreso. Reducir, por tanto, el ‘asunto Cascos’ a una cuestión de falta de democracia es, cuando menos, irrisorio porque si es cierto que existe el problema, no lo es menos que existe desde mucho antes de que el PP tomara la decisión que ha tomado respecto a Asturias, y que ésta responde a otros motivos que poco o nada tienen que ver con el proceso de selección. Entre otras cosas porque, si nos ponemos en ese plan, lo primero que habría que haber hecho era exigirle a Pacocascos que se hubiera presentado al Congreso Regional del PP de Asturias que se celebró en noviembre de 2008, y en el que el ex diputado del PP Juan Morales intentó arrebatar el poder a Ovidio Sánchez sin conseguirlo, subido a lomos de un discurso renovador que, como todo en esta vida, acaba convirtiéndose -paradojas del destino- en todo lo contrario: Morales ofrecía ayer a Cascos incorporarse a su proyecto político bajo el nombre de IDEAS, y desde luego pretender que Cascos sea la renovación tiene bastante guasa, mientras que es el actual aparato del PP asturiano el que, sin embargo, hace una apuesta clara por esa renovación en la persona de Isabel Pérez-Espinosa.

Pecado de vanidad

¿Qué es lo que ha pasado aquí? Pues es bien sencillo: el General Secretario, acostumbrado a que todo el mundo obedeciera sus órdenes, y absolutamente convencido de que sin él el PP no tendría nada que hacer en Asturias, decidió en su día iniciar una batalla interna para que el partido le eligiese como candidato, en lugar de recorrer el camino que separaba su casa de Chamberí de la sede de Génova 13 y subir al despacho de Mariano Rajoy a pedírselo personalmente y sin otras consideraciones. ¡Ah! Pero Cascos es mucho Cascos, y cómo iba él a humillarse hasta el punto de tener que pedirle a Rajoy -ese Rajoy del que ha despotricado hasta la saciedad- que le eligiera como candidato. De eso nada, tenía que ser Rajoy quien se lo pidiera a él, y es ahí donde el General Secretario cometió el mayor error de su corta carrera política como candidato del PP en Asturias: Rajoy no podía, ni debía, ofrecer tal muestra de debilidad. En vista de que Génova no se dirigía a él para reclamarle con todos los honores, al final Pacocascos no tuvo más remedio que hacer de tripas corazón y después de haber organizado la de San Quintín en el PP asturiano y dividirlo como no se recordaba desde los tiempos de Sergio Marqués -a quien entonces el General Secretario consiguió expulsar del partido haciendo que el PP perdiera la mayoría absoluta y el poder en Asturias-, se acercó hasta la séptima planta de Génova 13 para presentar sus avales, que no para pedir la candidatura. Lo que se le dijo entonces fue que pactara con la actual Dirección del PP asturiano, y lo que contestó el General Secretario fue que más que pactar, lo que iba a hacer era echarlos a todos. Y con esos mimbres todavía hay quien le reprocha a Rajoy que no lo haya elegido… ¡Joder, que tropa!
«Reducir el ‘asunto Cascos’ a una cuestión de falta de democracia es, cuando menos, irrisorio porque si es cierto que existe el problema, no lo es menos que existe desde mucho antes de que el PP tomara la decisión.»
¿Y qué hace el General Secretario? Pues agarrarse un berrinche de los que hacen época, darse de baja como militante del PP, y anunciar que va a luchar por la presidencia del Principado bajo otras siglas, que ya veremos cuales son. Es decir, actuar como actúa un niño o un idiota, porque no hay más razón para esta reacción que el mero descontento con la decisión de Génova 13. Si hubiera motivaciones ideológicas o de fondo que le separaran de la actual Dirección de su partido, éstas ya tendrían que haber pesado antes y, por lo tanto, la baja debería de haberse producido con anterioridad en lugar de pretender liderar la candidatura. Luego si no hay razón de discrepancia ideológica, y el único motivo son las cuestiones personales, lo que está demostrando el General Secretario es que la decisión de Génova 13 no solo es acertada, sino que seguramente era la única posible porque dejar el partido en manos de alguien como Cascos implicaba unos riesgos excesivos teniendo en cuenta la reciente historia del partido en aquella Comunidad.

Malos antecedentes

Y es que los antecedentes no son, precisamente, un aval para el ex General Secretario, que siempre ha mantenido un dura lucha con la Dirección regional del Partido Popular porque, en el fondo, lo que a él le gustaba era mandar allí pero sin tener que pasar por un Congreso y ocuparse del día a día de la formación. Dicho de otro modo, mando en plaza pero de vacaciones permanentes. Tales fueron sus enfrentamientos con el partido en Asturias que ya otra vez se dio de baja como militante allí para darse de alta en Madrid, distrito de Chamberí, donde ayer el imbécil de su presidente -y perdonen la expresión pero es que he buscado en el diccionario y las que he encontrado para calificarle se pasaban de la raya-, anunció un homenaje público al hombre que ha provocado la mayor crisis del PP asturiano desde hace mucho tiempo y que ha llevado al PP nacional a tener que desplegar sus artes en este asunto cuando lo que debería estar haciendo es atizarle a Rodríguez hasta en el carné de identidad por ineficiente, incapaz y dañino para los intereses de España. Cascos es una rémora, un problema para el PP, un reducto de un pasado que tuvo su enorme importancia en la política nacional y al que los españoles le deben mucho -entre otras cosas el haber alcanzado niveles de vida inimaginables unos años antes de que el PP llegara al poder-, pero que no deja de ser pasado.

Y lo que no vale es decir adiós cuando las cosas van mal y ni siquiera comunicarle a tu partido que te retiras cuando te necesitan como candidato obligándoles a improvisar una lista en dos meses -eso fue lo que hizo el General Secretario en 2004-, pretender seguir controlando el partido en Asturias desde la distancia, dedicarse a los negocios propios y los escarceos sexuales en el atardecer de la virilidad, y ahora volver en loor de multitudes cuando los vientos han cambiado y el PP se encamina de nuevo al poder en todas partes, para ver si así puede seguir obteniendo toda clase de réditos, incluidos los que a él más le gustan, de una más que segura victoria por goleada sobre el Partido Socialista. Y es que, seamos claros y sinceros: si no hay razones ideológicas que le distancien de la actual Dirección, y todo responde a una cuestión personal, solo cabe pensar que su apetencia de la candidatura responde a algún tipo de interés más o menos espurio, y que el no haberlo conseguido es lo que desata en él la ira. Pero lo que ha hecho Cascos, la decisión que ha tomado el General Secretario, va a ser sin duda la última de su dilatada carrera como político y como Don Juan, porque lejos de conseguir que Asturias le respalde, lo que está logrando es que todo el país, salvo unos pocos miles de descerebrados, le desprecie por desleal y por caradura.

Y así, ni se gana, ni se liga.


El Confidencial - Opinión

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