jueves, 29 de abril de 2010

Volveremos a ser felices cuando echemos a Zapatero. Por Antonio Casado

Me apropio de la distinción aplicada a la actualidad nacional que hace cierto dirigente madrileño entre temperatura y sensación térmica. La sensación térmica nos pone al borde de la guerra civil, entre la crisis económica que nos ahoga y la crisis institucional que nos enfrenta. Basta pegar la oreja al ruido audiovisual de ciertas tertulias cargadas de azufre, las redes sociales de Internet o los foros con licencia para insultar. Como el que cuelga a diario de este modesto rincón de El Confidencial, sin ir más lejos, donde se detecta un alarmante déficit de tolerancia.

Sin negar la gravedad de la situación económica y los desajustes políticos en el funcionamiento de las instituciones, el tenebrismo que tiñe la morbosa descripción de nuestros males no responde a la temperatura nacional. No responde porque es descaradamente sesgada y desborda con creces los límites de la discrepancia. El legítimo derecho, e incluso el deber, de criticar al poder y someterle a un permanente ejercicio de control, nada tiene que ver con los pregoneros de la bancarrota política y económica de España ¿La temen o la desean?


Otra alternativa

A Rodríguez Zapatero le han caído los siete males por decir ayer en el Congreso que, en base a ciertos “brotes verdes” (consumo de energía, venta de coches, ingresos fiscales, etc.), detecta indicios de recuperación, sin negar la gravedad de los últimos datos de paro ni su responsabilidad en la marcha de la economía. Miremos más allá de la soflama y el aspaviento: ¿Se supone que un presidente del Gobierno debe asumir sin más el discurso de sus adversarios y, por tanto, flagelarse en la tribuna por estar viviendo al borde del abismo?

Sería como suponer que Mariano Rajoy va a conformarse con asumir sin más el voluntarismo incurable de Zapatero. Nadie se lo pide. Incurren en el mismo disparate quienes reclaman del Gobierno socialista que se ponga a la defensiva y abrace el pesimismo como única filosofía política hasta el inevitable fin de su mandato en 2012. Y si es antes, mejor.

A Rajoy no le preguntan los socialistas si es de mejor condición correr el riesgo de perder por tercera vez que intentar ganar por tercera vez. Como aspirante está en su derecho de criticar al titular y describir su pérdida de credibilidad, aunque cuando describe la situación económica solo haya lugar para el negro. Ni una mota de gris, al menos para consolar a los españoles que, como diría Neira, quieren dejar de ser españoles para mejorar su autoestima.

Al jefe del principal partido de la oposición se le debe exigir la mesura suficiente para que su discurso político no nos deje otra alternativa que hacer cola en los aeropuertos, largarse y reaparecer cuando Zapatero ya no esté haciendo daño en Moncloa en sórdida complicidad con ETA. Ni Garzón en la Audiencia Nacional. Cuando Alberto Oliart ya no pueda manipular la información en TVE y la Policía de Rubalcaba haya perdido el poder de ordenar a la Policía la fabricación de pruebas falsas. Entonces todos seremos felices.


El Confidencial - Opinión

La catástrofe tiene nombre. Por Juan Ramón Rallo

Prefiere que España quiebre a reconocer que su nefasta ideología ha sido uno de los causantes y agravantes de esta crisis. Y con estos bueyes no se puede arar, de ninguna manera; podemos soportar a un inepto, pero no a un demente.

Se nos podrá decir que las agencias de calificación han fallado en los últimos años como una escopeta de feria, y será verdad. Pero no convendría olvidar que sus mayúsculos errores se han debido a su excesivo optimismo, a haber mantenido unos ratings absurdamente elevados. ¿O acaso las agencias de calificación, fieles aliadas de los gobiernos, no están ahora tratando de retrasar al máximo la rebaja de los ratings soberanos? ¿O acaso S&P no se ha visto forzada a clarificar que el rating español "dista mucho" de la griega minutos después de que recortara nuestro rating? En todo caso, pues, estarán falseando nuestra realidad al alza: quien quiera lavarle la cara al Gobierno, mejor haría en no agitar demasiado este argumento, ya que si S&P nos califica como AA, probablemente sea que estemos peor.

Tampoco es de descartar que esta catástrofe humana, social, política y económica que es la izquierda de nuestro país vuelva ahora a agitar el fantasma del enemigo exterior; ya saben, esos especuladores extranjeros que conspiran por hundir el Gobierno de progreso de Zapatero negándole el pan y la sal. Pero no, el problema de España no es que los inversores foráneos no se dejen estafar por las promesas de mal pagador, de trilero consumado, de nuestro Tesoro (In Spain we trust, ¿recuerdan?). El problema originario no es ni siquiera que nuestro paro haya alcanzado el 20%, que tengamos un déficit de más de 100.000 millones de euros o que nuestro sistema bancario se encuentre al borde de la bancarrota.

Tiempo habrá para analizar los efectos concretos de la rebaja del rating sobre nuestras enormes necesidades de financiación exterior; sobre unos bancos y cajas que, maltrechos por la burbuja inmobiliaria, llevan años comprando una deuda pública española cada vez de peor calidad y que amenaza con costarles un ojo de la cara en forma de fondos propios; sobre un déficit cuyos intereses cada vez nos resultarán más onerosos, hasta el punto de amenazar con merendarse el futurible crecimiento económico de nuestro país.

Todo esto es cierto, pero sería un error –en el que cae mucha izquierda autocomplaciente– pensar que el Gobierno socialista tiene que atajar de manera inminente todos estos problemas mediante una reforma laboral y una dura consolidación presupuestaria. No, este Gobierno sólo tiene que hacer una cosa: dimitir en pleno. Irse a su casa de una vez, dejar toda función ejecutiva y convocar elecciones. Ya lo dije hace justo un año y lo repito doce meses después: no queda otra salida que la dimisión de Zapatero. Porque podríamos lamentarnos si no supiéramos cuál es el camino a seguir o si no tuviéramos los medios para avanzar por ese camino. Pero no es el caso; Zapatero sabe desde 2007 qué medidas hay que adoptar, pero se niega a hacerlo. Prefiere que España quiebre a rectificar, a reconocer que su nefasta ideología ha sido uno de los causantes y agravantes de esta crisis. Y con estos bueyes no se puede arar, de ninguna manera; podemos soportar a un inepto, pero no a un demente cuya única obsesión, cuya única preocupación es desviar la atención, mentir y confundir a los ciudadanos para no tomar ninguna de las medidas que nos son inaplazables.

Mas no hay tiempo para que se sigan riendo de nosotros. No hay tiempo para que Zapatero nos siga repitiendo que ya estamos saliendo de la crisis mientras continúa soterrado por los escombros económicos del país, para que De la Vega diga que están haciendo los deberes cuando han traspasado el muerto a unos sindicatos tan o más cerriles que ellos, para que Campa le reste importancia a la rebaja del rating aduciendo que los cálculos de crecimiento del Ejecutivo, esos mismos que han fallado siempre en esta crisis, son mejores que los de S&P. Basta de sainetes.

Esta gente está arruinando nuestras vidas, las de nuestros vecinos, amigos, parejas e hijos. No es aceptable que sigan arrastrándonos a todos al abismo de su incompetencia con esa insultante indiferencia que exhiben. Porque aun cuando nos suban los impuestos, lleven a miles de empresas a la quiebra, manden al paro a cinco millones de españoles, se fundan los ahorros de todos los ciudadanos salvo los de su círculo cercano, conduzcan a los bancos, a la Seguridad Social con su Fondo de Reserva y al Estado a suspender pagos y nos cierren por décadas la financiación exterior, pese a todo, ellos continuarán viviendo de las rentas amasadas durante estas dos legislaturas a costa de nuestros impuestos y de la jubilación dorada obtenida gracias a los fueros que ellos mismos han redactado y aprobado. ¿Qué poco les vamos a importar los simples y pobretones mortales?


Libertad Digital - Opinión

La magia del Gran Timonel. Por Hermann Tertsch

AQUÍ lo tienen. Es pura magia. España no es Grecia, dicen.

Por supuesto que no. España es un problema mucho más grave y desestabilizador que no va a permitir generosidades como, si Angela Merkel quiere, recibirá Grecia. España es la pera, nos dicen los nuevos patriotas que llevan seis años fraccionando las instituciones de este país. Ayer nos contaba el presidente del Gobierno, nuestro Gran Timonel, Rodríguez Zapatero, que la recesión se ha acabado. ¡Hala! Se acabó y estamos ya a punto de crear empleo. La economía nuestra está en alza. ¡Yupi y estupendo! El desprecio a la inteligencia de los españoles no parece tener límite en este Gobierno tan acostumbrado a ganar mintiendo, falsificando el presente, el pasado y el futuro con una indecencia que asombra, pero que por desgracia le ha resultado enormemente efectiva.

El problema está en que, horas después, la agencia de calificación crediticia Standard and Poor´s nos rebaja la nota de deuda porque no se fía del crédito de nuestro país. Discrepan del Gran Timonel. Piensan que sus inversores deberían pensárselo siete veces antes de comprar deuda española porque consideran muy plausible que nuestro país pronto esté en una situación que les hace imposible devolver los créditos. Nos bajaron en su día de la AAA a la AA+, y ahora nos quitan el plus y puede que muy pronto nos quiten otra A. Nos vamos con Grecia, pero también con Zimbabue. Lo que llamaba nuestro Gran Timonel del izquierdismo revanchista, prometedor del pleno empleo, la Champions League. Este Gobierno socialista, cuyo presidente presumía de tener asustados a Sarkozy en Francia y a Berlusconi en Italia porque iba a superar su Producto Interior Bruto. Aquí le tienen. Diciendo ante el Parlamento que vamos bien. Ahí estamos, junto a Haití, sumidos en el crecimiento, negativo, del Tercer Mundo, según los datos del FMI.

A ver quién es el macho que compra deuda de España a partir de ahora. El dinero huye de este país como alma que caza el diablo. El dinero es por definición oportunista. No conoce lealtades y no se deja ideologizar. El dinero se mueve y se va de los páramos hacia zonas prometedoras. Y le va a faltar muy pronto a toda esta tropa para alimentar a sus sindicatos y a su gente, a un sector público cada vez mayor, unos palanganeros insaciables y unos subsidiados crónicos. Ahora nos podrán engañar un poco más desde el Gobierno, diciendo, como el inefable ministro Corbacho ayer nos anunciaba, que el balance del empleo es mejor que el que han filtrado sin darse cuenta por su incompetencia sistemática e informática. Será porque la maquinaria de falsificación estadística se ha puesto en plena marcha para paliar el daño de la veracidad involuntaria de un error informático.

La verdad es que estamos en la puerta del corralito argentino y no hay guerra civil, fascismo, histeria revanchista ni niño muerto con los que despistar. Y que si nuestra oposición fuera menos vaga e incompetente en su política de comunicación, este Gobierno tenía que caer ya porque no hay país que resista esto sin hundirse para tiempo indefinido, pero siempre largo. Yo les confieso que tenía la certeza de que esto llegaría precisamente a esto. Y por supuesto lo lamento tanto como el último trabajador que se ha quedado en paro por la ineptitud y las mentiras de este Gobierno. Aquí nadie se alegra de las desgracias. Porque nos afectan a todos. Eso es una calumnia más. Otra infamia del poder a las que ya tan acostumbrados estamos. Todos tenemos a alguien cercano que sufre, si no es que sufrimos nosotros por el drama de nuestra patria. Pero hay que relatar las desgracias y describirlas. Porque si no, no tienen remedio. El atentado contra nuestro bienestar y nuestra convivencia se va consumando. Tiempo tendremos para lamentar estos siete años de langostas intoxicadas por su ideología sectaria vestidas de gobernantes.


ABC - Opinión

Sin Franco no son nada. Por César Vidal

Es triste decirlo, pero la verdad es que la izquierda española es de las más indigentes intelectualmente hablando de la Historia universal.

Repásese su breve andadura histórica y no se descubrirá un solo aporte doctrinal serio o sólido a diferencia de lo que encontramos en Alemania, Gran Bretaña o Francia. ¡Hombre, si el texto más importante de izquierdas que se ha publicado en los últimos cuarenta años es el libro ecologista de Juan Costa! Algo más han dejado en el terreno de las artes, tampoco mucho, pero como ya sabían los griegos, éstas no son suficientes para gobernar medianamente bien una nación. Durante los primeros años de la democracia semejante raquitismo quedó oculto, en parte, por el pendulazo posterior al franquismo y, en parte, porque, huérfanos de mitos, muchos españoles necesitaban creer en uno nuevo. Sólo que como de donde no hay no se puede sacar, el tinglado de la antigua farsa se desplomó pronto. El PSOE de Felipe González sólo tenía para ofrecer el continuar lo que había hecho la derecha franquista y de la UCD, es decir, la integración en Europa y la modernización. Hasta eso lo hizo mal y llegó a tener casi un 25% de parados y un grado de corrupción incomparable. Para colmo, el muro de Berlín se desplomó dejando al descubierto las vergüenzas del socialismo y el PP ganó dos elecciones seguidas, una de ellas con mayoría absoluta.

De esa manera, cuando el 11-M catapultó a ZP a La Moncloa, España se vio condenada a perder en unos años lo que había costado lograr décadas porque la izquierda ni se había renovado, ni había mejorado y da la sensación de que tampoco había leído. Acabada la demagogia de los matrimonios homosexuales y los feminismos desorejados, sólo tenía –y tiene– para ofrecer más corrupción y más miseria en todos los sentidos del término. ¿Y entonces? Entonces, enfrentada con su paupérrima realidad, la izquierda –como los nacionalismos– ha descubierto que no puede vivir sin Franco. Desde luego es para reflexionar que el SDP alemán haya sobrevivido décadas sin tener que agitar el espectro de Hitler y aquí la izquierda no pueda dar un paso sin rememorar a un general que falleció hace más de tres décadas y a cuyas órdenes sirvieron no pocos de los padres de los progres actuales. Decía José Sacristán en una de las películas de José Luis Garci que compusieron el Tríptico de la Transición aquello de «no podemos pasarnos otros cuarenta años hablando de los cuarenta años». La frase era de una enorme sensatez, pero, por lo visto, ni siquiera José Sacristán –al que el franquismo oprimió obligándole a intervenir en docenas de películas que lo convirtieron en popular– parece haber aprendido aquella lección. No pueden vivir sin Franco de la misma manera que los adultos inmaduros que siguen echando la culpa a sus padres de que sus relaciones de pareja no van bien o que los alumnos vagos que atribuyen sus suspensos a que el profesor les tiene manía. En buena medida es lógico porque las izquierdas españolas, para nuestra desgracia, son seniles sin haber salido de la adolescencia; son ignorantes y ayunas de lecturas, y son vagas e incompetentes. Semejantes circunstancias quizá podríamos contemplarlas con indulgencia si se dieran en el hijo tonto de un buen amigo, pero al frente de la nación sólo pueden inspirar desazón. Y es que, en su indescriptible y autosatisfecha inanidad, sin Franco no son nada.

La Razón - Opinión

El Senado de Babel. Por José García Domínguez

Tratan de tapar con esa vana estadística, la de los cinco millones menos un cuarto de hora, el angustioso drama fonético padecido en la Cámara Alta por baturrofalantes, bablófonos, valencianos, vizcaitarras, catalanes, gallegos y silbogomeristas.

Por fatua vanidad intelectual tendemos a despreciar la teoría conspirativa de la historia, al cabo la única capaz de explicar el desvarío particular y colectivo que da forma al guión de la vida, ese cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que no significa nada, según memorable arbitrio de cierto Macbeth. De ahí que pocos hayan comprendido la intención última del Gobierno al filtrar el verídico censo del paro. A saber, ocultarle a la opinión pública el atropello gramático que vienen sufriendo las delicadas laringes periféricas en el Senado. Tratan de tapar con esa vana estadística, la de los cinco millones menos un cuarto de hora, el angustioso drama fonético padecido en la Cámara Alta por baturrofalantes, bablófonos, valencianos, vizcaitarras, catalanes, gallegos y silbogomeristas, que igual les dicen así a los del silbo gomero.

Una sangrante tragedia nacional que, al parecer, la señorita Pajín ansía corregir por la vía de urgencia. Pues su recto entender le dicta que "la ciudadanía usa todas las lenguas de forma natural, e igual debe ocurrir en el Senado". Gran verdad, sí señor. Sin ir más lejos, uno mismo suele dirigirse al quiosquero en eusquera o aranés, dependiendo del día y el humor. Por su parte, él acostumbra a responder en asturiano. Aunque, a veces, en medio del diálogo opta sin previo aviso por canalizar el resto de su discurso en mallorquín. Circunstancia que procuro aprovechar para pasarme a la variante lusitanista del gallego académico. Y tal que así con la demás ciudadanía toda del barrio. ¿Por qué no habría, entonces, de reproducirse idéntica normalidad cotidiana en el hemiciclo?

La postura de Pajín peca, sin embargo, de indisimulado centralismo uniformista, amén de una catalanofobia apenas velada. Y es que, de prosperar su ocurrencia, los senadores catalanes deberán soportar al estoico modo que el contenido de los discursos en valenciano les sea descifrado en español, y no vertiéndolos a la lengua de Pompeu Fabra como sería lo normal y lógico. De idéntico modo, el PSOE también pretende escatimar la creación del perentorio cuerpo de traductores del vascuence al gallego, y todas las permutaciones posibles de funcionarios, cabinas de doblaje, micrófonos, cascos y pinganillos que exigiría el cabal respeto a las "lenguas oficiales", que predica Leire...¡País!


Libertad Digital - Opinión

Sensaciones. Por Ignacio Camacho

HAY una «cierta sensación», como diría Zapatero, de que el Gobierno no puede con esto. De que está desbordado por las circunstancias y va a remolque de los acontecimientos.

De que la crisis se le ha ido de las manos y todo lo que puede ir mal va mal. Quizá se trate sólo de una sensación, pero una sensación creciente en intensidad emocional y profundidad sociológica. Aunque las sensaciones son siempre subjetivas, pueden volverse subjetivamente generalizadas. Una multitud de subjetividades en la misma sintonía constituye un estado de opinión, y entonces la «cierta sensación» se convierte en sensación cierta.

Al presidente le han dicho sus economistas de cabecera que hay indicios objetivos de recuperación económica -las ventas de coches o de pisos, el leve repunte del consumo y la publicidad- y en su optimismo patológico se agarra a ellos para situarse a contracorriente de la pujante impresión colectiva de desastre.


Su problema consiste en que nadie le cree porque decía lo mismo cuando la realidad lo desmentía con una terca evidencia. Ocurre, además, que sólo contempla lo que desea ver, una actitud profundamente subjetiva. No acepta que sus políticas de gasto sostenido han comprometido la deuda y multiplicado el déficit, creando un problema añadido a la muy objetiva existencia de una recesión que también se empeñó en negar desde su particular subjetivismo. Es posible que incluso tenga «una cierta sensación» de mantener el control, percepción contradictoria con la extendida creencia de que el país carece de mando, liderazgo y gobernanza.

En todo caso, las sensaciones van por barrios. Las agencias internacionales de calificación, por ejemplo, sospechan que España ha dejado de ofrecer garantías de pago de su deuda. En consecuencia, han rebajado nuestra solvencia a la segunda división, esa inquietante categoría en la que un país desarrollado empieza a parecerse a Grecia. Esto es otra sensación, por supuesto, con un importante margen discrecional, pero las Bolsas y los mercados son muy sensibles a según qué efectos, y la gente que presta el dinero -esos tipos llamados despectivamente especuladores que compran los bonos para obtener beneficios a su vencimiento- se pone muy quisquillosa cuando tiene dudas sobre la posibilidad de recuperarlo. Las tasas reales de paro, productividad o déficit, que provienen de modelos de medición efectuados con una objetividad razonable, no avalan percepciones optimistas ni dan lugar a corazonadas emocionales.

De modo que hay una cierta sensación, en efecto, de que las cosas van muy mal y nos estamos viniendo abajo. No la comparten, desde luego, los sindicatos y el círculo pretoriano de Zapatero, pero en la socialdemocracia ilustrada hay serias grietas de confianza. Muchos militantes, dirigentes, votantes y simpatizantes de izquierda empiezan a tener también la cierta sensación de que sus expectativas de poder necesitan un recambio.


ABC - Opinión

3.000 parados cada día. Por Carmen Tomás

Cada día de los meses de enero, febrero y marzo, 3.000 españoles perdieron su puesto de trabajo.

Los datos de la EPA revelados por el diario ABC aseguran que la tasa de paro ya supera el 20 por ciento y que 4,6 millones largos de españoles no tienen trabajo. Son cifras alarmantes, absolutamente históricas y que deberían haber hecho reflexionar al Gobierno. Bien, pues lejos de provocar una reacción en Zapatero y sus ministros, todos han salido con el cuento de que ya el paro ha tocado techo en España. Incluso zapatero ha ido más lejos al asegurar que ya se ve la recuperación y que en cuanto el crecimiento coja ritmo se crearán puestos de trabajo.

El gobierno sigue instalado en la mentira y en la inacción. No sólo los datos de la EPA del primer trimestre, que oficialmente se conocerán este viernes, son escalofriantes. En los años que Zapatero lleva gobernando se ha doblado la tasa de paro y sólo en el primer trimestre de este año casi 300.000 personas perdieron su empleo. Además la crisis griega está penalizando a España, porque los mercados descuentan que por nuestra situación podemos ser los siguientes con problemas graves. Así se ha reflejado en el diferencial de la deuda española con el bono alemán a 10 años que ha sobrepasado los 130 puntos, lo cual es un récord histórico. También la bolsa está acusando esta grave falta de desconfianza en las posibilidades de la economía española. La inversión extranjera ha caído un 60 por ciento y hemos abandonado la lista de los diez países más fiables para invertir.

La irresponsabilidad de Zapatero que sigue perdiendo el tiempo, esperando el santo advenimiento, es total. No hay plan A, ni B, ni C. El diálogo social no avanza por la radicalidad de los sindicatos que siguen empeñados en más gasto público, cuando se ha visto el fracaso absoluto al que nos ha llevado esa política. Tampoco hay avances en el recorte del gasto público. Sigue sin haber ingresos por la depresión de la actividad económica y no se actúa por el lado de los gastos, así que la brecha del déficit de las cuentas públicas sigue avanzando. Lo vamos a pasar muy mal y el gobierno sigue atrincherado y engañando a los ciudadanos. Quizás tendrá que acabar viniendo el FMI a salvarnos, ese que dice que hasta 2016 no veremos la creación de empleo neto.


Periodista Digital - Opinión

Especulación y credibilidad

Sin caer en alarmismos ni exageraciones hiperbólicas, el hecho de que Standard&Poor’s haya rebajado un grado la solvencia de España hay que tomarlo con cierta cautela, pues ni esta agencia de calificación anda sobrada de fiabilidad tras el fiasco de Lehman Brothers, ni nuestro país está peor valorado que Italia o Bélgica.

Tal vez lo más negativo sean las consecuencias psicológicas del mensaje, que golpean directamente la credibilidad de nuestras finanzas en los mercados internacionales. Con unos circuitos financieros fuertemente recalentados y en el clima de crispación que viven los países comunitarios a cuenta de la hecatombe griega, que nuestro país pierda solvencia excita el apetito de los especuladores, pese a los esfuerzos realizados por el Gobierno para marcar distancias con respecto a Grecia y Portugal. Dicho de otro modo, a España se le terminó el periodo de gracia que la vicepresidenta Salgado y su número dos, José Manuel Campa, lograron con la gira internacional realizada en febrero por varios países europeos y Estados Unidos, incluyendo varios medios de comunicación. Parece que tampoco la activa presencia del presidente del Gobierno en los grandes diarios internacionales ha surtido el efecto deseado. En este sentido, la pérdida de «rating» supone un portillo abierto a los especuladores, verdaderos especialistas en detectar las debilidades de empresas o países en dificultades y en obtener a su costa cuatiosos beneficios inmediatos.

La crisis griega no se explica cabalmente sin las maniobras de esos tiburones financieros. Pero, ojo, ningún predador ataca a quien considera fuerte o inexpugnable. En este sentido, que se hayan fijado en España es un toque de atención al Gobierno y a la gestión de Elena Salgado, pues lejos de retener la confianza de los inversores internacionales con medidas y disposiciones eficientes, no ha sido capaz de cortar la hemorragia de los malos indicadores, entre ellos la duplicación del déficit en el primer trimestre del año, el constante aumento de la deuda y el récord histórico de la tasa de paro, que ha superado el 20%. Conviene distinguir, sin embargo, entre lo que es gestión del Gobierno y la musculatura de nuestra economía para salir de la recesión. Tiene razón Zapatero cuando afirma, como hizo ayer en el Congreso, que hay signos claros de reactivación económica, como el aumento de las exportaciones o el consumo de energía. Ciertamente, el tejido empresarial español da leves muestras de revitalización, aunque aún deba restañar muchos costurones. Pero no se puede decir lo mismo de la política de Salgado ni de su plan de estabilidad financiera, cuyas idas y venidas, enmiendas y remiendos lo han dejado sin credibilidad ni consistencia. Por tanto, o la vicepresidenta económica recupera la fiabilidad en las cuentas del Estado y leva a la práctica un recorte drástico del gasto no productivo, de manera que se cumplan las previsiones enviadas a Bruselas sobre el déficit, o los especuladores redoblarán sus ataques en las próximas semanas, con las indeseables consecuencias de todos conocidas. El mejor modo de ahuyentar a los tiburones es no darles carnaza ni cometer errores.

La Razón - Editorial

Zapatero desafía a Zapatero. Por Cristina Losada

En la urgencia, quieren cosas contradictorias, como los niños: cambiar a unos magistrados por otros, pero que no se pronuncien sobre el texto sagrado ni los antiguos ni los nuevos.

En política no hay ideas lógicas, escribió Zapatero en el prólogo a un libro de Jordi Sevilla. Como para corroborar el aserto del presidente, su hombre en Barcelona, José Montilla, y Artur Mas, su hombre en Madrid por una noche, han pergeñado una resolución que ha de aprobarse en el parlamento de la autonomía catalana. Su punto número dos exige la urgente renovación del Tribunal Constitucional. Su punto número tres sostiene que el Tribunal debe declararse "incompetente". ¿Para qué renovarlo, entonces? Si el TC no puede pronunciarse sobre el Estatuto de Cataluña, lo único que han de reclamar es que se disuelva. Así, se ahorrarían un atentado a la lógica y una ofensa a la inteligencia.

Con el concurso de CiU y otros primos, el PSOE intenta esconder lo ocurrido en el TC y conducir el esperpento hacia el callejón del Gato. Pues ha sucedido que la mayoría del Tribunal considera que hay más de una quincena de artículos del Estatuto que son inconstitucionales. Ni limpio como una patena ni cepillado. Salvo accidente imprevisible, el Estatuto está cadáver, por mucho que aplacen su entierro. Un momento fúnebre que la presidenta del TC ha venido posponiendo durante cuatro años con el apoyo de los de Mas, que dieron el placet a la enmienda que prorrogó su mandato. Es ahora, en vista de que la cocina de Casas no puede sacar el pastel tal cual entró en el office, con meros retoques decorativos y acaso unas velas de cumpleaños, que les ha sobrevenido la urgencia por renovar.

En la urgencia, quieren cosas contradictorias, como los niños: cambiar a unos magistrados por otros, pero que no se pronuncien sobre el texto sagrado ni los antiguos ni los nuevos. Y es que a ninguno de los mentados conviene que se airee la muerte del Estatuto, mientras que a todos les va bien atizar la rebelión contra la legalidad constitucional, que es lo suyo y es también la esencia del Estatuto. Se dice en un periódico que con esa resolución "Montilla culmina el desafío a Zapatero". Nada culminará, a menos que lleve a Madrid ese pintoresco documento y haga que los diputados del PSC voten a su favor en el Congreso. Y no lo verán nuestros ojos. El hiriente y lesivo espectáculo al que asistimos es el de Zapatero desafiando a Zapatero. Ni una idea lógica.


Libertad Digital - Opinión

Un Gobierno insolvente

STANDARD and Poor´s bajó ayer la calificación de la deuda española y la puso en perspectiva negativa, episodio ante el que el Ejecutivo socialista no puede alegar sorpresa o desconocimiento, ni traspasar su responsabilidad.

Como presidencia europea de turno, ha fallado estrepitosamente en prevenir la crisis y en coordinar una respuesta eficaz; como Gobierno español, ha vuelto a errar en el diagnóstico, se ha visto totalmente superado por los acontecimientos y ha carecido de la más mínima capacidad de reacción. No se podía esperar otra cosa de un equipo dirigido por un presidente que desprecia las leyes económicas y una vicepresidenta que desconoce los fundamentos de su ministerio. Rodríguez Zapatero sigue en su mundo virtual, jugando a la economía de la décima, como si algo fuese a cambiar porque el INE registre un crecimiento de esa magnitud en el primer trimestre o el paro de abril caiga en esa cantidad. Salgado -sin ninguna experiencia previa por decisión explícita del presidente, que no quería más expertos pesimistas- pierde el tiempo identificando molinos de viento, como la oposición, los especuladores, las agencias de rating, en vez de preparar una respuesta coherente y creíble. Esta crisis se podía haber evitado perfectamente si el Gobierno tuviera un plan B y hubiera escuchado los múltiples avisos que le han llegado desde todo tipo de instituciones nacionales e internacionales, incluidos la oposición, el Banco de España y el Ministerio de Economía.

Lo ha resumido dramáticamente el director ejecutivo del FMI. Los escépticos tenían razón y el diseño de la Unión Monetaria estaba incompleto, lo que quiere decir que está en cuestión la viabilidad de España en el euro. Ya no es un problema de deuda, sino de confianza en que este «Gobierno de España» entienda que el euro comporta obligaciones y no sólo derechos. Escribirlo no es catastrofismo, sino condición necesaria para entender lo que está pasando y lo que continuará pasando si se mantiene el tancredismo presidencial. Las reformas necesarias son conocidas y Zapatero debería conocerlas ya de memoria de tanto negarlas: recorte de gasto público, reforma laboral, reestructuración bancaria y mejoras de competitividad. Hoy tendrán que ser más duras que hace un año. La cuestión se resume en si este presidente tendrá la voluntad y el coraje necesarios para desdecirse a sí mismo y enfrentarse a la realidad. Los inversores necesitan comprobar que la España de Zapatero no es la Argentina de Alfonsín.

ABC - Editorial

Salir del estupor

La rebaja de la calidad crediticia obliga al Gobierno a concretar sus medidas de ajuste

Paso a paso, los mercados financieros (es decir, los inversores europeos y mundiales) están castigando la política económica española por la falta de claridad en aplicar las medidas anunciadas para corregir el voluminoso déficit público generado durante la crisis. En un clima de inquietud general, causado por el crash de Grecia y el deterioro galopante de la solvencia de Portugal, la agencia de rating Standard & Poor's rebajó la calificación de la deuda española desde AA+ a AA y deja abierta la posibilidad de nuevas degradaciones. La decisión acentuó la convulsión de la Bolsa española, que ayer perdió el 2,99%, mucho más profunda que Londres, París o Francfort.

Aunque se puede argumentar que el rigor de las agencias de calificación merece ser cuestionado, sobre todo por su incapacidad para calibrar el alcance de la crisis financiera (S&P tenía muy bien calificado a Lehman Brothers cuando quebró), y que otras agencias mantienen su confianza en las cuentas españolas, lo sustancial es que la decisión refleja las dudas de muchas instituciones financieras o políticas ante los problemas del Gobierno para aplicar un plan de ajuste de sus gastos públicos, un programa de rescate de las entidades financieras y una reforma del mercado de trabajo.

La solvencia financiera de España se aproxima a territorios peligrosos no sólo por el contagio de Grecia o por la presión de los especuladores, sino por la incapacidad del Ejecutivo para concretar el plan económico que diseñó, correcto en sus líneas generales, pero que está perdido en el limbo de negociaciones diferidas, pactos nebulosos y descoordinación entre ministerios. España ha dilapidado un tiempo precioso, el que concedieron los inversores cuando el Gobierno explicó las líneas generales de su plan de ajuste en Londres.

La degradación crediticia tendrá consecuencias. Encarecerá el coste de la deuda y dificultará la financiación de las entidades bancarias. No hay que descartar que la pérdida de calidad precipite la crisis de alguna caja o banco. Y deteriorará la imagen de los grandes bancos (menos afectados inicialmente por la crisis financiera) y las empresas españolas.

Resulta imperativo que el Gobierno salga de su estupor, porque cada minuto que pasa sin decisiones efectivas encarece el coste de restaurar la confianza en la solvencia española. Después de la pérdida de calidad crediticia, ya no bastará con una moderación salarial en el sector público para convencer a los mercados de que España puede reducir el déficit al 3% en 2013; será necesario aplicar un plan de congelación de los sueldos públicos y una poda administrativa. Tampoco será suficiente con el tibio enjuague de fusiones consentidas entre cajas de ahorros de la misma autonomía; habrá que ir a recapitalizaciones forzosas e intervenciones de la autoridad bancaria. El Gobierno tendrá que presentar además ajustes de los costes sociales. La resistencia a tomar decisiones por miedo a las reacciones políticas o sociales siempre se paga.


El País - Editorial

Márchese, señor Zapatero

Ante esta crisis económica, que se suma a una crisis nacional e institucional también sin precedentes, ya va siendo hora de que alguien le espete al presidente un "márchese señor Zapatero". España no se merece un Gobierno que la arruine y que le mienta.

La decisión de la agencia de calificación crediticia Standard & Poor´s de rebajar nuevamente la nota de la deuda española a largo plazo, no por previsible resulta menos dramática para la economía española. El bono español ya cotizaba más de 100 puntos básicos por encima del alemán, lo que quiere decir que al Tesoro español ya le cuesta endeudarse mucho más que al germano, tendencia esta que la decisión de la agencia de calificación va a intensificar todavía más.

Con un Gobierno que se opone a reducir el gasto público, que se opone a cualquier reforma liberalizadora que reactive nuestra economía y que no contempla otra forma de aumentar los ingresos que no sea a través de una esterilizante subida de impuestos, estamos abocados a un déficit y un endeudamiento galopante que, para colmo, va a ser cada día más caro de financiar.


Por mucho que el Gobierno quiera desacreditar a esta agencia de calificación crediticia, por mucho que vuelva a apelar a un patriotismo mal entendido y por mucho que nos vuelva a hablar de una conspiración internacional contra España, la realidad y los mercados no van a dejar de imponerse.

Si Standard & Poors y demás agencias de calificación han fallado en el pasado, lo han hecho siempre pecando de optimismo, por lo que más le valdría al Gobierno no utilizar ese argumento como excusa. En cuanto al "patriotismo" de este Ejecutivo, aliado de formaciones secesionistas, más le valdría saber que el patriotismo en estos asuntos pasa por reconocer la realidad tal y como es y tener el valor de llevar a cabo las medidas necesarias para cambiarla. Justo lo que Zapatero se niega a hacer.

En lugar de ello, lo que hace Zapatero, y cada día con más intensidad, es recurrir al uso sistemático de la mentira, tal y como ha repetido este miércoles en sede parlamentaria, y tal y como, sólo en parte, ha dejado en evidencia Mariano Rajoy.

Así, decir como ha dicho Zapatero que las afiliaciones a la Seguridad Social subieron en 22.000 personas, cuando en realidad cayeron en 34.600 cotizantes, es una mentira tan grosera como la de afirmar que los ingresos del Estado crecieron un 0,8 por ciento, cuando la realidad es que la recaudación descendió un 1,9 por ciento en el primer trimestre.

Zapatero ha tenido también la desfachatez de afirmar en el Congreso que existe una "mejora" del déficit, cuando lo cierto es que ha experimentado un aumento del 17,5% internanual. Eso, por no hablar de su patética apelación al incremento de las ventas de automóviles, ventas que, en realidad, se están financiando con el dinero del forzado contribuyente.

Ante este generalizado desastre, que la vicepresidenta Fernandez de la Vega tambien ha tenido la caradura de presentar como muestra de que "el Gobierno sabe hacer los deberes y los está haciendo bien", no hay que extrañarse de que los inversores, tanto nacionales como extranjeros, hayan perdido la poca confianza que les quedaba en este Ejecutivo, sin que medie en ello conspiración internacional alguna.

Así las cosas, el principal obstáculo para la recuperación se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Ya nadie puede albergar esperanza alguna de que el presidente de este Gobierno acometa lo que se ha negado a emprender durante todos estos años. De él sólo cabe esperar más y más mentiras.

Ante la mayor crisis económica que ha padecido España en su historia reciente, y ante una crisis nacional e institucional también sin precedentes, ya va siendo hora de que alguien le espete al presidente un "márchese señor Zapatero". España no se merece un Gobierno que la arruine y que le mienta.


Libertad Digital - Editorial

Un «Tinell» contra el TC

LA clase dirigente catalana ha vuelto a ponerse de acuerdo en un nuevo gesto frentista que recuerda al «Pacto del Tinell» que llevó en 2003 a los socialistas al poder autonómico de la mano de la extrema izquierda y los independentistas, agrupados en torno al derrocamiento de CiU y, a escala nacional, a la política de exclusión del PP. Tampoco faltaron los convergentes a aquella subasta de excesos con la tristemente famosa firma de Artur Mas ante notario para exhibir su repudio a los populares. Ahora, la víctima de esta concertación social-nacionalista es el TC, contra el que el Parlamento catalán aprobará hoy una resolución que pide mucho más que una obvia renovación. El tripartito y CiU buscan formalizar el proceso de deslegitimación del TC para privar de cualquier valor político -porque el jurídico será incuestionable- la sentencia que se pronuncie sobre la inconstitucionalidad del Estatuto catalán. El desmarque de ERC resulta irrelevante: aunque no suscriba el documento, porque se le queda corto, lo respalda inequívocamente.

La resolución del frente social-nacionalista catalán se introduce en el absurdo al reclamar del TC que se declare incompetente para resolver los recursos de inconstitucionalidad contra el Estatuto. La negación de esta competencia básica del TC es una manera nada sutil de defender la intangibilidad del Estatuto y su condición igualitaria a la de la propia Constitución. En definitiva, para el tripartito y CiU el Estatuto es una expresión de soberanía de Cataluña que ningún órgano del Estado puede revisar. Este planteamiento es inaceptable, y debería ser el Gobierno la primera voz en denunciar la estrategia desleal de los promotores de esta resolución. Por eso también ha sido muy desafortunado el apoyo dado por Patxi López a su colega Montilla. Si alguien debería estar interesado en la fortaleza de las instituciones del Estado frente a los embates del nacionalismo soberanista es el lendakari socialista, cuyo acceso al poder autonómico gracias al PP se produjo como reacción frente a la deriva ultramontana del PNV. La papeleta de Rodríguez Zapatero no es fácil, pero es la que se ha buscado por querer jugar simultáneamente a agitador del nacionalismo y a jefe del Gobierno de la Nación. En Las Cortes, donde Montilla le va a plantar la resolución contra el TC, Zapatero tendrá que retratarse y elegir qué papel quiere asumir.

ABC - Editorial