domingo, 12 de diciembre de 2010

La hora civil. Por Ignacio Camacho

Al Gobierno se le acaba el tiempo de emergencia «manu militari» sin encontrar una solución estable. Y civil.

EL Gobierno ha salido más bien que mal de la crisis de los controladores, que de forma espontánea o premeditada ha utilizado para recobrar protagonismo político y eludir debates tan envenenados como el de la retirada del subsidio de los parados terminales; sin embargo, pasada la primera semana del conflicto con un éxito razonable va a tener que hacer frente a la responsabilidad de trascender los remedios de emergencia. La militarización y el estado de alarma, discutibles de por sí, no son en todo caso recursos prorrogables durante mucho tiempo, y el control aeronáutico es un asunto de gran delicadeza estratégica para el que se necesita una solución estable y civil que el zapaterismo no ha sido capaz de hallar en seis años de poder. Aunque como golpe de autoridad, como órdago imperativo, las medidas de excepción pueden funcionar un rato, su radio de acción es limitado y empieza a agotarse. El motín sorpresa del puente fue culpa exclusiva de los controlatas descontrolados, pero si se produce otra huelga comprometerá también a quien no haya encontrado términos de arreglo para el problema.

Hasta el momento la actuación gubernamental parece concentrada en los aspectos punitivos, en encontrar un escarmiento que satisfaga la ira justificada de la opinión pública. Para eso Rubalcaba, que actúa de jefe operativo como presidente de hecho, no ha dudado siquiera en manipular a los fiscales sentando a Conde Pumpido en los gabinetes de crisis. El Ejecutivo del talante ha descubierto de repente la eficacia propagandística del autoritarismo, pero sólo con medidas represivas no va a normalizar los aeropuertos; pilotos y personal de Aena esperan su turno para comenzar movilizaciones. Cuando acabe de reprimir a los sediciosos el Gobierno tendrá que enfrentarse al compromiso de construir una salida al conflicto, pero está tan a gusto en la operación de castigo que pretende prolongar el estado de alarma. Y en ese punto ya no va a encontrar tanta comprensión, ni en el Parlamento ni en la sociedad: más pronto que tarde le van a pedir que gobierne con normalidad democrática.

Ahí es donde se pone en juego la eficacia política de un equipo que hasta ahora sólo ha demostrado capacidad para la sobreactuación, que no deja de ser un modo de encubrir los errores de la gobernanza: ni Blanco ni Magdalena Álvarez han hecho otra cosa que fracasar en su tira y afloja con los controladores. El efecto de manu militari corre el riesgo de disiparse sin salida de fondo. A Rubalcaba sólo le preocupa ganar tiempo para que pase la Navidad sin más sobresaltos; es el típico tacticismo de parcheo que caracteriza el estilo zapaterista. Pero los intereses estratégicos del país demandan fórmulas estables en un sector tan sensible como la navegación aérea. Y ésas parecen lejanas a menos que el Gobierno esté dispuesto a conservar sus galones militarizándose a sí mismo.


ABC - Opinión

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