viernes, 1 de octubre de 2010

Tras la huelga que no fue. Por José María Carrascal

El concubinato que el Gobierno y los sindicatos han mantenido se ha roto en mil pedazos con la huelga del 29-S.
ESTAMOS como antes de la huelga, sólo que peor. Tres mil millones de euros más pobres, una calificación más baja de nuestra deuda, los sindicatos asegurando que fue un éxito y el Gobierno hablando de «luz al fondo del túnel». O sea, lo que hemos venido viviendo durante los dos últimos años, mientras la economía se desplomaba, el paro crecía y la confianza se evaporaba.

Hace falta tener mucha cara o muy poco seso para considerar esta huelga un éxito cuando ha sido el más rotundo de los fracasos. Los españoles hicieron huelga a la huelga, y los que no la hicieron fue por impedírselo los piquetes o por decisión de las empresas sobradas de stocks, como la automovilística, que saludaron el paro de sus cadenas de montaje como una bendición. El resto pasó de ella.

De lo que no se puede pasar es de la realidad. Una realidad más dura que nunca, como unas perspectivas cada vez más negras. El paro va a seguir subiendo —lo que advierte que la reforma del mercado laboral no funciona—, la calificación de nuestra deuda, bajando —señal de que la desconfianza internacional hacia España continúa— y el Gobierno seguirá adelante con su plan de ajuste, prueba de que el objetivo de la huelga —detener ese plan— no se ha conseguido.


El próximo campo de batalla será la reforma de las pensiones, centrada en el retraso de la edad de jubilación. Los sindicatos ya han dicho que están en contra. Zapatero les dice que le gustaría complacerles, pero que no puede. Se lo impiden Bruselas y los mercados. ¿Qué van a hacer? ¿Declararle otra huelga general? Pues, por ese camino, lo que van a conseguir de victoria en victoria es su derrota total. Y la de Zapatero con ellos, así que mejor que se lo piensen dos veces. Lo más que pueden conseguir de él en estas circunstancias es que prolongue el subsidio de paro a los que ya se les ha acabado. Es decir, prolongar su agonía y la nuestra, pues estamos todos en el mismo bote.

Ese matrimonio de conveniencia, ese maridaje de intereses, ese concubinato que Gobierno y sindicatos han venido manteniendo durante los últimos seis años se ha roto en mil pedazos con la huelga del 29-S. Los intereses de Zapatero —mantenerse en el poder a toda costa— y los de Méndez y Toxo —mantenerse al frente de los trabajadores con empleo fijo, mientras los eventuales y los parados se multiplicaban— marchan ahora en rumbo de colisión. La huelga ha dejado al descubierto la desnudez de los tres, su incapacidad, su desorientación, sus vergüenzas. Mejor dicho, no ha sido la huelga, han sido los españoles que decidieron el miércoles ir a trabajar, que es lo que el país necesita y no encuentra.


ABC - Opinión

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