lunes, 4 de octubre de 2010

El hombre que venció a Zapatero. Por Ignacio Camacho

Tomás Gómez se ha convertido en el primer político español capaz de derrotar a Zapatero.

HAY silogismos tan simples como terminantes más allá de la lógica formal. Por ejemplo éste: Si Zapatero apoyaba a Trinidad Jiménez y Tomás Gómez ha derrotado a Trinidad, Tomás Gómez ha derrotado a Zapatero. Y lo ha derrotado dos veces, la primera negándose a retirar su candidatura y la segunda tumbando a su forzada rival y a todo el aparato federal del Partido Socialista. Esto lo entienden hasta en el parvulario y no vale que el presidente del Gobierno lleve un mes escondiendo su responsabilidad en el proceso que ha desencadenado lo que de hecho es su doble fracaso. Trini no sólo no ha podido, sino que tampoco quería, y la obligó a presentarse quien estaba en condiciones de obligarla. El mismo que no consiguió doblar la resistencia de Gómez; el mismo que consintió que los pesos pesados de su Gabinete —Blanco y Rubalcaba, los verdaderos inductores de la fallida operación «Trini puede»— se involucrasen a fondo en la batalla interna de Madrid para tratar de controlar las consecuencias de esas primarias en el cada vez más previsible debate sobre el postzapaterismo.

Tomás Gómez se ha convertido así en el primer político español capaz de vencer a Zapatero, aunque sea por persona interpuesta. Lo ha logrado a base de un estilo genuinamente zapaterista, como un espejo de la emergencia del actual presidente en el 2000: con un discurso de manos tendidas, fresco, desenvuelto y entusiasta que ha agrandado su figura desde un inicial apocamiento. Oírlo es oír al Zapatero de diez años atrás, pero con más preparación, más experiencia y más estudios; un curioso ejercicio de reencarnación de liderazgo propiciado por la evidente decadencia del líder. Gómez ha aglutinado un polo de descontento heterogéneo que va cuajando en el seno del PSOE ante la perspectiva de perder las elecciones, y que agrupa a supervivientes del guerrismo, tardofelipistas recrecidos por los vaivenes presidenciales, barones territoriales preocupados por su futuro inmediato y dirigentes damnificados por la implacable depuración ejecutada en la década zapaterista. A ellos se han sumado miles de militantes madrileños alarmados ante el desgaste del Gobierno que con su voto desean acelerar el relevo de la candidatura que más les importa: no la de la lista por Madrid a las autonómicas, sino la de las generales.

El postzapaterismo está en marcha de modo irreversible. Blanco y Rubalcaba han quedado seriamente tocados como albaceas por su implicación en la intentona fracasada, y queda por ver si Gómez podrá defender ante la rocosa Esperanza Aguirre el crédito que acaba de ganar entre los suyos. Su victoria ha abierto el melón sucesorio, pero a la tierra prometida casi nunca llegan los que empezaron el camino.


ABC - Opinión

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