lunes, 27 de septiembre de 2010

El otoño de Zapatero calienta pero no quema. Por Antonio Casado

Rodríguez Zapatero busca el tres de tres: presupuestos, huelga general y catalanas. Tres obstáculos para quien pasa por ser un consumado funambulista. Los tres momentos difíciles de su anunciado otoño caliente. Un otoño que calienta, pero no quema. De los tres ya ha superado uno. El pacto presupuestario con el PNV le garantiza un año más de tiempo para cabalgar mientras ladran, y mientras el PSOE se sigue desplomando en las encuestas.

Nada menos que doce puntos de desventaja respecto al PP, según la difundida el viernes pasado por Antena 3 y Onda Cero. ¿Prueba de que la bifurcación tomada por Zapatero se aleja de la realidad? Puede ser, pero él sigue convencido de que la remontada es posible antes de 2012. Por supuesto, con su nombre en lo más alto del cartel electoral. Nadie a su alrededor maneja hipótesis post-zapateristas. “No le veo fuera de la política”, oigo decir a uno de sus más cercanos colaboradores.


Esta semana toca huelga general. En el precalentamiento, los sindicalistas, que no son precisamente votantes de Rajoy, gritan lo mismo que los diputados del PP: “Zapatero, dimisión”. La moción de censura que Rajoy no presenta en el Congreso la van a presentar pasado mañana los sindicatos en la calle y en los tajos. A poco que el seguimiento cubra las expectativas de los convocantes, esta huelga general debería hacer descarrilar al Gobierno o, al menos, hacerle rectificar la política “antisocial” de quien, según sus críticos por la izquierda, ha puesto a España de rodillas ante los poderes financieros.

Pero no habrá descarrilamiento. Lo saben los adversarios políticos de Zapatero, empezando por Mariano Rajoy, a su derecha, que le hace culpable de los males reales e imaginados de España, y terminando por Cayo Lara, a su izquierda, que se refiere al presidente como “un político amortizado que le está poniendo una alfombra azul a Rajoy en el camino a la Moncloa”. Y también lo sabe Cándido Méndez, que no pierde ocasión de mitigar los ecos sindicales del “¡Zapatero, dimisión!”, aclarando que en ningún caso se grita “¡Rajoy, presidente!”. Acabáramos.

El gato sindical le araña, pero Zapatero no deja de acariciarlo. Ayer prometió en Zaragoza diálogo, acercamiento, respeto y hasta cariño a los sindicatos. “Más allá de la huelga general”, precisó. O sea, un minuto después. Y un minuto antes, ni media palabra de reproche por quererle acorralar. Al revés. “Nunca saldrá de nuestras filas quien quiera restringir los derechos de los sindicatos”, dijo en clara alusión al principal adversario político, el PP, que ha decidido enredar en la espinosa cuestión de los servicios mínimos del miércoles, en plena cruzada contra los “liberados”.

Dos de tres. Moncloa se la apuntará cuando se haya consumado. Luego tocará hacerse la foto con Méndez y Toxo. Y vamos a por la tercera, la que se corresponde con los funerales del Tripartito catalán. Zapatero cuenta los días que faltan para que Artur Mas forme Gobierno y aporte sensatez, previsibilidad y sentido común, tan necesarios en la política catalana y nacional. La idea se ha instalado en su cabeza, pese a Montilla y el cantado descenso de los socialistas en Cataluña.

Si alguien piensa que Zapatero estará incómodo con la muy previsible victoria de CiU en las urnas del 28 de noviembre se equivoca. Es más, considera ese desenlace un elemento de estabilidad y está convencido de que el nacionalismo moderado catalán volverá a implicarse en la política del Estado. Y, a poco que lo permita la aritmética parlamentaria, no precisamente de la mano de quien impugnó el Estatut ante el Tribunal Constitucional. ¿Las cuentas de la lechera? Las de Moncloa, hoy por hoy.


El Confidencial - Opinión

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