domingo, 20 de junio de 2010

El presidente duplicado. Por Ignacio Camacho

El presidente analógico es un reformista de corte liberal, y el original era un socialdemócrata proteccionista.

COMO el protagonista de «El hombre duplicado» de Saramago, el presidente del Gobierno ha debido de ver en algún sitio a un político idéntico a él mismo. El presidente analógico es un reformista de corte liberal, expeditivo y pragmático, y el original era, o parecía ser, un socialdemócrata proteccionista aficionado a alardear de sus prejuicios ideológicos. En teoría, se trata de dos identidades incompatibles, diametrales, inconciliables, pero la posibilidad de alcanzar un desdoblamiento bipolar ha seducido a un Zapatero fascinado por la idea de perpetuarse a sí mismo a través de una personalidad distinta. La mitología griega ya abordó esta aporía existencial a través de la figura de dos caras de Jano, dios multifuncional de las puertas, los comienzos y los finales; una deidad ambigua en la que Camus encontró el símbolo de la partición moral de su personaje de «La caída»: un ser atormentado entre los lastres del pasado y las incógnitas del futuro. Exactamente como nuestro primer ministro, disociado ahora en dualidades contrapuestas forzadas por los avatares de la política.

A diferencia de Tertuliano, el confuso antihéroe de Saramago, Zapatero no busca las claves de su naturaleza en el espejo de su sosias ni trata de descubrir cuál de los dos es el impostor; persigue la perpetuación de su papel a través de una metamorfosis desdoblada. La absorción de una nueva identidad que suplanta la antigua como un disfraz de conveniencia no le causa trastorno ni incertidumbre porque una y otra forman parte de un carácter esencialmente adaptativo. El presidente es un político camaleónico que se define a sí mismo en relación con la temperatura ambiental, sociológica; su única cualidad persistente, su característica dominante, es la simbiosis con un poder en el que se mantiene incrustado mediante un intenso sentido de la supervivencia que anula cualquier atisbo de conflicto en la impostura. Ausente de reglas, asume los cambios con una facilidad esponjosa y los reviste de la misma intensidad retórica; según las circunstancias, puede defender sin remordimientos una idea y su contraria, y plantearse sin mayor compromiso una enmienda a la totalidad de su propia gestión. Es lo que lleva un mes haciendo con tanta naturalidad y desparpajo que se diría que jamás ha planteado nada distinto.

El presidente duplicado se ha asumido en su nuevo ser sin angustia, seguro, lejano de cualquier crisis de índole personal como la que afligía a la criatura saramaguista. En la política convencional, esta clase de reconversiones requieren el leve trámite de unas elecciones con un nuevo programa. Zapatero ni se lo plantea; simplemente se redibuja a sí mismo con plena desenvoltura, convencido de que los ciudadanos carecen de memoria como él de principios.


ABC - Opinión

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