viernes, 11 de junio de 2010

El burlador de León. Por José María Carrascal

Los sindicatos han confiado en su amante. Pero su amante ha hecho lo acostumbrado: irse con otra, la patronal

LOS sindicatos han sido la última víctima de ese tenorio político que es nuestro presidente del Gobierno. Zapatero ha engañado a casi tantos colegas como don Juan a mujeres, «mil tres» según su criado Leporello en la ópera de Mozart. Ni uno solo de cuantos sucumbieron a sus arrumacos se libró del escarnio. A los catalanes les engañó a todos desde el famoso «os daré lo que me pidáis». A Rajoy, tantas veces como se vieron. A sus propios ministros, cada dos por tres.

Ahora les toca el turno a quienes venían siendo su ligue más duradero, los sindicatos.


Entre ellos y el presidente había algo más que afinidad; había intereses, que son los que dan solidez a una relación. Zapatero garantizaba a la cúpula sindical sus privilegios, a cambio de que ésta mantuviera tranquilas a las bases. Relación, por cierto, que data de los tiempos de Franco y que inexplicablemente ha durado hasta nuestros días. Es como se explica que, pese a los cuatro millones y medio de parados, se haya mantenido la paz social. El paro no amenazaba a Méndez, ni a Toxo, ni a los «liberados», ni a los trabajadores con empleo fijo. Así daba gusto.

Hasta que llegó la puñetera crisis que puso todo patas por alto. Al principio, ambos socios creyeron que iba a ser pasajera, que con unos parches bastaba, hasta que escampase. Pero ha resultado que no, que esta crisis no escampa, sino que se agrava, y que como no se tomen las medidas apropiadas todo se va por la cañería.

Los sindicatos han confiado hasta el último minuto en su amante. Pero su amante ha hecho lo acostumbrado: irse con otra, la patronal. No lo hace por convicción, su corazón sigue con ellos. Pero, amigo, se lo exigen Europa, los mercados, el propio Obama, ante lo que no hay corazón que valga. Y los ha dejado como dejó a Mas, tirados, o como don Juan dejó a doña Ana y a doña Elvira, «imposibles para mí y para vos».

Una de las pocas cosas buenas que puede salir de esta crisis es que ha dejado en evidencia la vaciedad de ese enorme, vociferante, costosísimo edificio que son nuestros sindicatos. Mantenidos artificialmente, con una cabeza muy grande y un cuerpo raquítico, opuestos a toda innovación, ya no representan ni a los trabajadores, como acaba de verse en la huelga de funcionarios y se verá en la general, que no tendrán más remedio que declarar, tras quedarse compuestos y sin novio. Es la consecuencia de haber traicionado su cometido, de haber vivido del cuento, de haberse convertido en auténticos parásitos de un Estado que derrocha el esfuerzo de sus verdaderos trabajadores en tramoya ideológica y pesebres para adictos. Hoy se encuentran a la intemperie sin prestigio ni influencia. En el pecado tienen la penitencia.


ABC - Opinión

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