lunes, 17 de mayo de 2010

El salvador de Europa. Por Ignacio Camacho

NO hace aún ni cinco meses. Tras un fragor de fuegos artificiales que celebraban la Presidencia de turno de la UE, el presidente Zapatero se sumó a la demostración pirotécnica con una exhibición de cohetería retórica en la que afirmó que España iba a mostrarle a Europa... ¡ el camino para salir de la crisis! Con la petulancia henchida por un ataque de ego, en los primeros compases el Gobierno marcó con bizarra soltura la agenda de la recuperación continental: avance de la igualdad de género e impulso de la economía sostenible. Zapaterismo en estado líquido, es decir, puro; había llegado el mesías socialdemócrata para sacar a la Unión de sus afligidas tribulaciones.

Poco después, el estratega redentor fue invitado a sentarse en el foro de Davos junto al primer ministro griego, sobre el que ya pesaba el fantasma de la suspensión de pagos, y su colega letón, líder del país líder en desempleo. Obama se excusó de asistir a la «conjunción planetaria» de Madrid y Francia y Alemania sugirieron una unión monetaria de dos velocidades en la que se atribuía a España una plaza en el vagón de segunda clase. Pero el visionario campeón del déficit no movió una ceja, ni siquiera cuando la Bolsa se desplomó mientras rezaba en Washington junto a la flor y nata del integrismo evangélico. Estaba gozando de las mieles del liderazgo mundial y no tenía tiempo para minucias de especuladores.

Cuando Grecia se desmoronó, la Presidencia de turno era ya una vaga humareda desleída en la identificación y búsqueda de la próxima nación en apuros. Le tocó a Portugal sufrir el señalamiento y apretarse el cinturón por las bravas. Luego fue España la apuntada con severas admoniciones de insolvencia en medio de un bombardeo bursátil. Autoengañado en su ilusorio voluntarismo, ajeno a una realidad que desconoce por falta de formación, Zapatero trató incluso de eludir la reunión del Eurogrupo hace dos fines de semana, donde se encontró una tormenta de reproches y amenazas que un día después el Ecofin descargó sobre la rubia cabeza de Elena Salgado. En los dos días siguientes, el teléfono de Moncloa sonó repetidas veces; Merkel y Sarkozy iban a salvar a su presunto salvador, pero tronaban exigiendo garantías para su rescate. Apremiado por ellos, Obama llamó al sobrado presidente de turno para despertarlo del sueño de grandeza. En esas 48 horas amargas tuvo que digerir un ultimátum categórico: o improvisaba un plan B, un ajuste según su célebre procedimiento «como sea», o lo dejaban caer en el temido default: la quiebra.

El miércoles pasado, los seis años de displicente y alegre zapaterato quedaron escombrados en veinte minutos de patética autodemolición política. Dentro de mes y medio termina el semestre presidencial europeo, jactanciosa ensoñación disuelta, como manriqueña verdura de las eras, en un protectorado tutelar; no habrá muchos cohetes que tirar para despedir la etapa de este humillante, estrepitoso fracaso.


ABC - Opinión

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