martes, 18 de mayo de 2010

El presidente deconstruido. Por Ignacio Camacho

LOS socialistas españoles más optimistas empiezan a estar convencidos de que van a perder las elecciones con Zapatero. Los pesimistas creen que las van a perder de todas formas, incluso con otro candidato.

El propio presidente, que siempre ha presumido de optimismo patológico -él lo llama antropológico-, parece estar ya poco convencido de sus posibilidades de recomponerse a sí mismo tras la deconstrucción forzosa a que se ha sometido por imperativo de los líderes de Europa. Así se desprende no sólo de su patente expresión devastada, sino de la desalentadora frase con que justificó a posteriori el brusco ajuste social presentándolo como un sacrificio personal en aras del futuro de España. Al margen de que el ataque de patriotismo sólo le sobrevino tras la presión de Merkel, Sarkozy y Obama, tal declaración parece la confesión de un porvenir liquidado; en pura lógica, su prioridad interna debería ser preparar la sucesión. Pero la política no se rige por lógicas convencionales y sí por una extremada volatilidad, como lo prueba el hecho de que hasta 48 horas antes del tijeretazo el propio Zapatero continuaba defendiendo las bondades de la estrategia que tan abruptamente se ha envainado.

Las demoledoras encuestas que parecen certificar el hundimiento del zapaterismo sólo tienen el valor de una fotografía momentánea. Reflejan el inevitable cabreo popular por los recortes, la decepción de los votantes socialistas y el desconcierto de los demás por la manifiesta incoherencia presidencial. No conviene por tanto interpretarlas fuera de contexto, y se equivocará el PP -que apenas sube pese al desplome del adversario- si considera que este estado de ánimo soliviantado le va a dejar el poder en fácil herencia. A Zapatero le va a resultar difícil, casi imposible, cerrar con ajuste o sin él, con sucesor o sin él, esa horquilla de descontento; pero sí está a su alcance estrecharla. Para ello va a manejar tres bazas fundamentales. La primera, una nueva oleada de medidas fiscales acompañadas de la retórica populista contra «los ricos», las rentas altas y demás mantras al uso socialdemócrata. La segunda, un recrudecimiento de las batallas de tinte ideológico que, como la de los fantasmas del franquismo, le ayuden a movilizar al electorado radical. Y la tercera, una última intentona de acercamiento a ETA en busca de un final más o menos acordado. Sin descartar que, si las circunstancias económicas mejoran, se marque antes de las elecciones otra ronda de dádivas, regalías y subidas de salarios.

Todo eso puede quedar en el aire si el PNV le niega el apoyo a los presupuestos de 2011, en los que va a haber poco que repartir, y le obliga a acortar la legislatura sin tiempo para la opción sucesoria. A esas elecciones anticipadas en medio de un cataclismo se presentaría un zombi político, frente al que los optimistas del PP pensarán que al fin pueden ganarlas... y los pesimistas quizá se pregunten si merece la pena hacerlo.


ABC - Opinión

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