domingo, 30 de mayo de 2010

Desinvestidura. Por Ignacio Camacho

EL Gobierno vivió el jueves una sesión de desinvestidura, y Zapatero salió de ella con la túnica de tribuno hecha jirones.

Salvó in extremis el cargo que hubiese tenido que rendir en caso de acabar rechazado su plan de ajuste, pero sufrió el que quizá haya sido su peor calvario político: no tuvo un solo voto favorable, lo abandonaron sus antiguos socios y lo zarandearon amigos, enemigos e indiferentes sin que tuviese arrestos para dar la cara en el ambón. A partir de ahora vive en el poder de prestado hasta que sea capaz de fraguarse una nueva confianza. La que ganó, también por la mínima, en 2008 está amortizada por la enmienda a la totalidad que ha tenido que presentarse a sí mismo.

Para seguir al frente de la nación en unas circunstancias de emergencia socioeconómica no puede comportarse como un gobernante atrincherado en un pequeño círculo de pretorianos, bajo sospecha incluso ante parte de los suyos. Así ha logrado sacar a rastras un paquete de recortes improvisados, pero van a ser necesarios más sacrificios y no los puede pedir un Gobierno bajo respiración asistida que además ha pasado dos años defendiendo políticas indoloras. Carece de credibilidad, de respaldo y de ideas. Si se quiere resistir a convocar elecciones, que sería la salida honorable y la que otorgaría al vencedor la legitimidad necesaria para un ajuste duro, no tiene más remedio que someterse a una moción de confianza; un debate sobre un nuevo programa en el que no pueda parapetarse en la excusa del patriotismo. El proyecto con que se presentó a la investidura ha fracasado, sus previsiones han quedado trituradas por la crisis y sus recetas han encallado en la más clamorosa inoperancia. El presidente de hace dos años está derrotado por la realidad; si pretende reinventarse tiene que pasar otra vez la prueba del apoyo parlamentario.

La cuestión es que a día de hoy su soledad es tan intensa que tiene cerrado hasta el mercado negro de la política: no encuentra quien le alquile unos votos. Quizá trate de ganar tiempo a ver si el PNV o los catalanes de CiU le acaban prestando, a precio especulativo, el soporte que esta semana le han negado. Cree que una remodelación del Gabinete y las elecciones de Cataluña le pueden dar oxígeno hasta fin de año. Pero su dependencia ha quedado colgada de un hilo cada vez más frágil. Si los nacionalistas cumplen su palabra y le tumban el techo de gasto o le rechazan los presupuestos, la legislatura se acaba en diciembre. Y el país habrá perdido seis meses cruciales bajo Gobierno en coma.

Cualquier político con coraje asumiría su responsabilidad y tomaría la iniciativa antes de que se la marquen. Zapatero va a optar por el enroque a sabiendas de que su tiempo, como le dijo Duran antes de echarle el último cabo, ha terminado. El problema de fondo, sin embargo, consiste en que aunque él aún pueda agarrarse a su agonía, la gravedad de la crisis no admite más prórrogas.


ABC - Opinión

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