martes, 6 de abril de 2010

Cascos. Por Alfonso Ussía

A Dolores Cospedal no le gusta Álvarez Cascos. A Rajoy tampoco. A Zapatero menos. Al actual Presidente del Principado, le produce patatuses vasculares.

A mí tampoco me gustaría trabajar con Cascos o enfrentarme a él. Tengo la ventaja de que ni una ni otra cosa entran en mi futuro. Me consta que hay mucho escalador de despachos en Génova que tiembla cuando alguien le comenta su posible vuelta a la política. Cuenta el gran pescador asturiano Javier Loring una historia de Paco Cascos que define muy bien al personaje. Tiempos de la juventud. Cascos pescaba en el Sella. Una trucha picó en su mosca. La trucha era valiente y pugnaba por desprender de su boca esa cosa tan desagradable que le arrastraba hacia el dominio del hombre. Logró hacerlo. La trucha se soltó. Fue cuando Paco Cascos estalló de indignación. Cual no sería el enfado del pescador, que la trucha decidió picar de nuevo para no seguir oyendo, en las entreaguas, las cosas que decía Paco Cascos de su madre, de la madre de la trucha, claro. Y se rindió.

No me gustaría trabajar con Cascos porque soy un tanto indolente. No tanto como Ramón Gómez de la Serna, cuando se enchufó en un ministerio y su jefe de negociado le pidió un informe de su sección: «La Sección está al corriente/ y los papeles en regla;/ solo tenemos pendiente/ este bolo que me cuelga». Se lo atribuyen también al poeta Catarineu. Cuando Paco Álvarez Cascos dé una orden, esa orden se cumple. Y los que están en su entorno tienen que trabajar porque el primero y el que con más tiempo y vehemencia lo hace es él. Por eso fue un gran Secretario General del Partido Popular –cuenta Pilar Ferrer que Aznar le llamaba «General Secretario»–, y un magnífico ministro de Fomento. Los grandes empresarios de la construcción temían a Cascos más que a un nublado. Con él se iniciaron las obras del AVE Madrid-Barcelona, y con él se hubiera inaugurado su servicio en el plazo establecido. Y lo mismo digo del AVE Madrid-Valencia. Se ponía los cascos de las obras con más naturalidad que su apellido. Y tiene un temperamento fuerte, muy norteño, nada agradador. Al pan, pan y al vino, vino. Por eso no resulta cómodo trabajar con él, ni competir con él. Pero en el Partido Popular se miraban las cosas y las cuentas con lupa, y en el Ministerio de Fomento se llevó a acabo una culminación de obras públicas a la que no estábamos acostumbrados los contribuyentes españoles. Con Cascos, pocas bromas, aunque en privado sea un alegre y divertido compadre. Manejó miles de millones de euros y nadie, ni su peor enemigo, se atrevió a insinuar una duda de su honestidad. Y no le van las medias tintas, ni los saltos ideológicos, ni las componendas innecesarias, ni las sonrisas a destiempo. Por eso no le gusta a Cospedal. Y menos a Rajoy. Y nada a Zapatero. Y el Presidente Areces del Principado de Asturias, o el sucesor que le busquen, no tiene motivos de sonrisa cuando le comentan que Cascos puede volver a la política. Pero de todos ellos, de los que reciben con inquietud tan peligrosa posibilidad, los más temerosos son los escaladores del Partido Popular, que se creían libres de Cascos, y parece que no, que de libres, nada. El problema que tiene Rajoy es que sabe que en Asturias, al día de hoy, el único que puede terminar con la hegemonía socialista es Cascos, que en su época también fue culpable de defender a un presidente del PP asturiano de menguado recuerdo, que todo hay que decirlo. Para quien trabaje con él y se enfrente con él, la noticia de su retorno es una mala noticia. Para los ciudadanos, una esperanza. Y los ciudadanos son los que deciden, ajenos a celos y chorradas.

La Razón - Opinión

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