domingo, 14 de marzo de 2010

Los búlgaros de Sevilla. Por M. Martín Ferrand

ENTRE todos los líderes políticos del presente español, ninguno alcanza en garbo y audacia a Felipe González, quien, a pesar de sus ancestros cántabros, podría recitar con toda propiedad y solvencia, incluso con el beneplácito de Manuel Machado: «Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron». No es que tenga el alma de nardo del árabe español, que la tiene; sino que prodiga sus desplantes con el entusiasmo de un novillero debutante en La Maestranza y el sosiego de quien ya se cortó la coleta. Incluso el socialismo, «la rosa simbólica de mi única pasión», parece ya para él un capítulo «que no tiene aroma, ni forma, ni color». A la edad de González, el gozo es el de vivir y, todo lo más, el del magisterio; pero sólo si sus discípulos resultaran aventajados, cordiales y dispuestos. Es decir, que está en el vitalismo.

En Sevilla, en su pueblo, donde el socialismo gobierna desde hace treinta años con más pena que gloria, pero con mucho ringorrango propagandístico, los andaluces del PSOE han celebrado un Congreso para formalizar la realidad. Manuel Chaves se despidió de los suyos sin una sola nota autocrítica -¡los perfectos son así!- y José Antonio Griñán resultó elegido como nuevo secretario general de su partido con el 99,8 por ciento de los votos emitidos. Algo que avergonzaría, por excesivo, a los comunistas búlgaros del cuento. Y allí estaba González. Divertido y, supongo, con la alegría de ver la prosperidad del chiringuito político que fundó y la pena de advertir que no avanza en ideas, ni en proyectos, ni en logros de poder o brillos de oposición.

Tan en el pasado está el socialismo actual que, en su guateque sevillano, tuvieron que volver a los noventa y desenterrar la idea del «sindicato del crimen», algo que sólo existió como propósito cívico de unas pocas docenas de periodistas independientes que nos opusimos a los abusos de la corrupción y al crimen de Estado. Algo que fue disuelto y proscrito por su principal e indeseado beneficiario, José María Aznar. González, «una nube vaga que eclipsa un vano sol», sigue siendo el talento socialista andaluz.

Lo demás es burocracia, unanimidad, nómina y dietas. Una pena. Por eso tuvo que ser González quien, con un par de puyazos a los bancos y un grito de alarma ante el deterioro de la Justicia, le diera contenido político a lo que hubiera quedado en reunión de comité de empresa.


ABC - Opinión

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