martes, 19 de enero de 2010

El régimen cuarteado. Por Ignacio Camacho

EN sus días más optimistas, Javier Arenas contempla con orgullo unos imaginarios titulares postelectorales: «Histórico triunfo del PP en Andalucía después de 30 años». Y en los subtítulos, la amarga realidad del mercado negro de la política: «El PSOE negociará un gobierno de coalición con Izquierda Unida». Tendría que ocurrir un milagro para que este político de raza cumpla el sueño de ser presidente de la Junta, un desafío que le obsesiona desde hace dos décadas muy por encima de los puestos relevantes que ha ocupado en el Gobierno de España, y es probable que ese empeño muera en el mejor de los casos en la orilla de la mayoría insuficiente; pero ya es casi milagroso que hoy por hoy la hipótesis de que el PSOE pierda en su patio trasero resulte una seria posibilidad demoscópica. Eso era impensable hace bien poco, y si ahora no lo es se debe sobre todo al desgaste de Zapatero y en menor medida a las consecuencias de un relevo de poder que propicia una penosa paradoja: el presidente Griñán, un político mucho más sólido y preparado que Chaves, tiene bastante menos tirón electoral que el veterano virrey elevado a la vicenadería del Estado.

Quizás el propio Griñán haya mandado publicar la ya célebre encuesta que le convierte en probable perdedor para reclamar manos libres y sacudirse la tutela del tardochavismo, pero hace tiempo que los sondeos revelan en Andalucía un anhelo de cambio que los socialistas no van a poder encarnar después de tres décadas de hegemonía cansina. Aunque nadie puede predecir hasta dónde llegará ese estado de opinión, favorecido por la evidencia de que el PP absorbe la mayoría del evaporado voto andalucista, su propia existencia es ya de por sí un signo de enorme relevancia que muestra la profundidad de la decepción ante el zapaterismo, instalada incluso en su más profundo granero de votos. Ese desencanto constatable preocupa al actual presidente andaluz al punto de que tal vez pretenda, al hacerlo público, cargarse de argumentos para anticipar las elecciones y acudir a las urnas sin la compañía de un líder al que en este momento considera una tara política.

Para Javier Arenas, incombustible y tenaz perdedor en su tierra, la victoria supondría el éxito de una misión a la que ha dedicado un esfuerzo poco imaginable en quien ya ha sido casi todo en la vida pública. Al margen de que la Presidencia andaluza le quede al otro lado de una inalcanzable mayoría absoluta, si el PP es capaz de derrotar en su feudo a los socialistas tendrá prácticamente asegurado el retorno a La Moncloa. Ese objetivo, al alcance incluso de un empate técnico, es mucho más factible que el de sentarse en el Palacio de San Telmo y constituye el verdadero encargo que Rajoy le comisionó al enviarle de nuevo al despeñadero andaluz. Por cuarteado que esté, el régimen clientelar de tres décadas todavía no es para nadie una tierra prometida.


ABC - Opinión

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