viernes, 15 de enero de 2010

Eguíbar y el «click». Por Alfonso Ussía

El anterior presidente del Gobierno, José María Aznar, es gafe para la ETA. A los asesinos no les sale nada cuando Aznar es el objetivo. En cuatro ocasiones han intentado matarlo. Una décima de segundo le salvó en Madrid. Aznar apareció entre el humo y el caos con el gesto sereno y su primer paso fue el de interesarse por el buen estado de los que le protegían y acompañaban. Eso es el carisma. La muerte le pasó por el flequillo y no se le inmutó ni el flequillo. Consumado el fracaso criminal, los terroristas amados por Setién, Arzallus y Eguíbar adquirieron en el mercado negro de armas un lanzamisiles «Sam» para derribar su avión en sus vuelos electorales. El etarra de Lizarza Olano lo ha confesado con detalle. Lo malo de la tecnología rusa, heredera de la soviética, es que sus armas están muy bien presentadas pero fallan más de la cuenta. Aterrizaba el avión de Aznar en Fuenterrabía y el misil no hizo «pum» sino «clik». Aterrizaba el avión de Aznar en Sondica, y el misil no hizo «pum» sino «clik». Aterrizaba el avión de Aznar en Foronda, y el misil no hizo «pum» sino «clik». Una chapuza. Les habían dado gato por liebre a los hijos de la gran puta. Y Aznar, por fortuna, sigue por aquí, indignando a todos los que hubieran celebrado que el misil, en lugar de «clik», hubiese hecho «pum» y que no son sólo los etarras y allegados, sino muchos más. Pues que les den.

Uno de los enfadados ha mostrado su decepción con carácter retroactivo. Insinúa que la Guardia Civil ha obligado al etarra Olano, el guardamisiles, mediante prácticas dudosas, a confesar. A Eguíbar no le preocupa el asesinato frustrado de Aznar sino el estado emocional de uno de sus fracasados asesinos. En esta ocasión no se movió el árbol y no se recogieron las nueces, que caray con la nuez. No pueden disimularlo. Adoran a sus muchachos terroristas y odian a las víctimas de sus atrocidades. Por eso se sienten tan molestos con un obispo guipuzcoano y vascoparlante que ha manifestado su intención de acercarse al sufrimiento de las víctimas del terrorismo y sus familias. Un obispo que cree más en Dios que en «Euskadi», un obispo rarísimo y extravagante, dispuesto a que no se enrosque en su crucifijo la serpiente del terror. Es decir, un obispo intolerable para gente como Eguíbar.

Dado que Eguíbar se halla tan preocupado con la suerte del terrorista Olano, me ofrezco voluntario para informarle debidamente. Está detenido, va a ser procesado y, con toda probabilidad, condenado por el delito común de colaboración con un asesinato frustrado, pertenencia a un grupo terrorista y alguna cosilla más. Delito común, que no político. En España nadie es detenido ni juzgado ni condenado por sus ideas y opiniones. En tal caso, Eguíbar llevaría una bola de hierro encadenada a su pie durante toda su vida. Es libre de pensar y decir lo que le venga en gana, y yo soy libre también, gesto que no hiere, ni mata, ni amputa, ni enloquece de dolor, de elevarle hasta las narices el dedo corazón de mi mano derecha y acompañarlo de un toque seco de mi mano izquierda en el antebrazo diestro. Es decir, de hacerle una butifarra, celebrando la vida de Aznar, la cárcel de Olano y la miseria ética del butifarrado, es decir, del malvado paleto de Eguíbar. Lo que va de un «pum» a un «clik».


La Razón - Opinión

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