Corría el año 1992, y doña Matilde había negado una ayuda de 40 millones de pesetas a las Víctimas del Terrorismo. Simultáneamente, su Ministerio subvencionaba una publicación, «La Boletina», también centrada en el pajerío femenino. Una cochinada más cursi aún que la de Extremadura. «La Boletina» cerraba su publicación con un poema de la poetisa mejicana Rosa María Roffiel que no tiene desperdicio, por ser un desperdicio total. Pero antes, se informaba a las jóvenes españolas con ganas de autogozarse el chichamen de cosas tan interesantes como la que sigue: «Hay que aprender a examinar nuestros pechos y nuestra genitalia». Si Alitalia es la compañía aérea italiana, la genitalia será el conjunto de chichis de las italianas. Pero no. Se refería a las españolas, que a partir de aquel momento se examinaron más los pechos y la genitalia para progresar adecuadamente en la modernidad. A las señoras Pulido y Garrido se les ha olvidado referirse a la genitalia, y se conforman con las conocidas pajas de toda la vida, objetivo social de los 14.000 euros que han volado entre grititos y suspirillos que se hubieran producido igualmente sin necesidad de invertir los 14.000 euros. O no, que en esto de las pajitas femeninas saben más doña María José y doña Laura que este servidor de ustedes, que después de examinarse concienzudamente sus pechos y su genitalia ha llegado a la conclusión de que no tiene cómodo acceso a los 14.000 euros pajilleros. Y les ha fallado también el poemario de Rosa María Roffiel, seguramente por culpa de la incultura poética de doña María José y doña Laura, a las que recomiendo desde aquí la urgente adquisición de cualquiera de sus libros. Versos elegantes, limpios y sencillos, como los de su escalofriante poema «Gioconda»:
«Mi vulva es una flor,
es una concha,
un higo,
un terciopelo,
es color rosa,
suave, intima, carnosa.
A mis doce años le brotó la pelusa,
una nube de algodón entre mis muslos.
Es mi segunda boca,
mis cuatro labios,
y siente, vibra, sangra, se enoja, se moja, palpita y me habla».
es una concha,
un higo,
un terciopelo,
es color rosa,
suave, intima, carnosa.
A mis doce años le brotó la pelusa,
una nube de algodón entre mis muslos.
Es mi segunda boca,
mis cuatro labios,
y siente, vibra, sangra, se enoja, se moja, palpita y me habla».
Poema digno de ser recitado durante los talleres de masturbación femenina que tanto emocionan a doña María José y doña Laura. Extremadura ha alcanzado el progreso.
La Razón - Opinión