HERMANN Tertsch, brillante frecuentador de estas páginas, ha sufrido dos agresiones que invitan a meditar sobre la endeblez de nuestras estructuras sociales y políticas. Una, la más tremenda, fue de naturaleza física. Un canalla le pateó por la espalda mientras, en un pub, consumía la última copa del día, la que nos sirve a muchos para aliviar el examen de conciencia que conviene al final de una jornada. Ese es un asunto meramente policial y el hecho de que una semana después del atentado, producido en un lugar cerrado y con testigos, no conozcamos la identidad del agresor demuestra la escasez funcional del Ministerio del Interior, entregado a los grandes asuntos de la seguridad del Estado en olvido de la protección a los ciudadanos.
La segunda de las agresiones padecidas por Tertsch, la primera en el tiempo, me parece de mayor gravedad y es sintomática del impresentable modelo audiovisual, publico y privado, que padecemos. Un programa pretendidamente humorístico de La Sexta, «El intermedio», manipuló unas imágenes del periodista en el transcurso del informativo que presenta y dirige en Telemadrid y, aunque sea difícil verle la gracia al montaje, le tildó de asesino múltiple. Le presentó como un malvado dispuesto a llevarse por delante a un largo muestrario de gentes indeseables. Eso es muy alarmante porque, en diferencia con la patada que le rompió unas costillas, la grosería difamatoria, la bellaquería calumniosa, está a la orden del día en las televisiones que se dicen respetables y, para parecerlo, presentan en el vértice de sus pirámides de poder a personajes de generalizado respeto.
Tertsch podría ser una provocación constante para la olvidada polémica periodística. Su transformación personal y profesional acreditan una cierta indigestión en las lecturas del errático André Gluksmann, del confuso Mijail Bulgakov o de otros especimenes intelectuales del corte de Adam Michnik. Esos son elementos para un debate enriquecedor, de los que tanta falta hacen y no suministran los medios audiovisuales. Pero lo de la patada, que clama al Purgatorio, o lo del agravio de La Sexta, que clama al Cielo, son muestras de un Estado que no funciona y de una Nación que ha alcanzado un nivel de envilecimiento insufrible y repugnante. La libertad conlleva responsabilidad y, como dijo George Bernard Shaw, que no era de derechas, por eso la teme la mayoría.
Tertsch podría ser una provocación constante para la olvidada polémica periodística. Su transformación personal y profesional acreditan una cierta indigestión en las lecturas del errático André Gluksmann, del confuso Mijail Bulgakov o de otros especimenes intelectuales del corte de Adam Michnik. Esos son elementos para un debate enriquecedor, de los que tanta falta hacen y no suministran los medios audiovisuales. Pero lo de la patada, que clama al Purgatorio, o lo del agravio de La Sexta, que clama al Cielo, son muestras de un Estado que no funciona y de una Nación que ha alcanzado un nivel de envilecimiento insufrible y repugnante. La libertad conlleva responsabilidad y, como dijo George Bernard Shaw, que no era de derechas, por eso la teme la mayoría.
ABC - Opinión
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