jueves, 10 de diciembre de 2009

Los cristales de la libertad. Por Igmacio Camacho

A Hermann, con un abrazo

EN Madrid, capital de la crispación, el sectarismo forma una burbuja densa como la boina de smog que cubre los tejados y pinta de ocre los atardeceres del otoño. En esa atmósfera recalentada y espesa flota una pasión política combustible y mucha gente, aprisionada por la crisis, vive en estado de cabreo. Los dirigentes públicos azuzan el cainismo con un lenguaje irresponsable que ha convertido la democracia en una competición de improperios, de tal manera que el debate de ideas ha quedado suplantado por un duelo de canutazos ante los micros y las cámaras; la profesión de político consiste ahora mismo en proferir declaraciones en cascada y hay partidos que en vez de gabinetes de proyectos han creado laboratorios de frases para ganar espacio en una opinión pública entregada al ritual del agravio.

Algunos foros de Internet crepitan con un ardor guerracivilista, cargados de dicterios miserables y palabras asesinas que llevan ecos de tapia de cementerio. Por ahora el fragor exaltado de los fanáticos se va quedando en ese mutuo desahogo verbal que atruena la red con exabruptos y en el cómplice seguidismo de algunas maniobras mediáticas, pero de vez en cuando asoma la vieja tradición goyesca del garrotazo y la patada en los riñones, y en las madrugadas de la ciudad más nocturna de Europa se oye el chasquido que hacen al romperse los frágiles cristales del escaparate de la libertad. A cierta clase dirigente, que esconde la mano tras lanzar las primeras pedradas, le encanta esta agitación trincheriza aunque la cargue el diablo de la cólera, porque cree que mantiene movilizados los votos que garantizan su modo de vivir; luego los profesionales de la hipocresía minimizan a su interés los estallidos de intolerancia o de intimidación achacándolos al acaloramiento de los medios o a desafortunadas situaciones puntuales, que es el adjetivo con que definen todo aquello que no les importa.

En este clima ofuscado de intransigencia se está produciendo un desplazamiento tramposo de responsabilidades con el que el poder utiliza al periodismo como carne de cañón para su batalla sectaria. De la conversión del debate en espectáculo hemos pasado a un discurso consignista y simplón que consagra el fraccionalismo ideológico, trivializa el contraste y condena la disidencia. La política identifica opinión con militancia porque tiene miedo a las palabras libres y está cómoda en una alineación facciosa de bloques que fagocita la reflexión autónoma y vuelve sospechoso cualquier atisbo de independencia de criterio. Es peligroso circular por medio de la calle; desde las aceras disparan miradas de encono. Y a veces, por fortuna todavía sólo a veces, se puede escapar un mal golpe de esos que hacen menos daño en los huesos que en el alma.


ABC - Opinión

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