sábado, 19 de diciembre de 2009

El bumerán del Sáhara golpea a Zapatero en la cabeza. Por Juan Carlos Escudier

Ya fuera por los dictados de la geopolítica, que obliga a la buena vecindad si uno quiere mantener limpio el patio trasero, por afear la conducta de Aznar, que el único viento que bebía por ese país era el duro de Levante, o porque a Felipe González le gusta bajarse al moro y Mohamed VI le trata como a un pachá, las relaciones con Marruecos experimentaron un giro copernicano desde el retorno del PSOE al poder en 2004. Para que no cupieran dudas, Moratinos advirtió en abril de ese mismo año en una entrevista a Le Figaro de cuáles eran las intenciones del nuevo Gobierno: “Es lamentable que se haya dejado crecer una crisis permanente con Marruecos. Nuestra prioridad va a ser establecer una relación privilegiada. Más que nunca, es necesario que haya una complicidad entre España y Marruecos, entre Francia, España y Marruecos y entre Francia, España, Marruecos y el Magreb”. ¿Y los saharauis? Tendrían que conformarse con que algunos de sus niños nos visitaran en verano para que pudieran contar en los campos de refugiados los misterios del aire acondicionado.

Hasta que esa testaruda de Aminatu Haidar vino a recordar a Zapatero que una cosa son los intereses nacionales y otra muy distinta la idea que de la justicia y la dignidad tiene la opinión pública, todo se había desarrollado según lo previsto. Había habido tensiones, como el viaje del Rey a Ceuta y Melilla o las avalanchas de inmigrantes en las sirgas tridimensionales de la frontera, pero la mano izquierda y la billetera habían sido suficientes para aliviarlas. Con Argelia, Túnez o Mauritania se guardaban las formas, pero la decisión de dar preferencia Marruecos no podía ocultarse. Ni una causa perdida como se entendía que era la del Sáhara Occidental ni algo tan etéreo como las violaciones constantes de los derechos humanos debían poner en riesgo los beneficios de una colaboración provechosa en el control del integrismo, la inmigración o el tráfico de drogas. No íbamos a poner peros a los gendarmes marroquíes, a los que además les vendíamos la porra y el resto de abalorios.

Con buen criterio en este caso, el Gobierno entendió que un Marruecos próspero sólo podía favorecernos. Un especialista en el Magreb como el economista Iñigo Moré tenía el asunto bien estudiado: “Si tu vecino es pobre no puedes enriquecerte comerciando con él (…) El fracaso de un vecino pobre se refleja en la vida cotidiana del país rico por muchas vías: un comercio escaso, migraciones masivas o conflcitos bélicos”, afirmaba en un reportaje de El Periódico de octubre de 2004. El PIB español, que en 1970 cuadruplicaba al marroquí, en 2008 lo multiplicaba casi por 19. Algo tan simple como que Marruecos y Argelia abrieran sus fronteras al comercio recíproco, generaría riqueza suficiente en ambos países para aumentar considerablemente sus importaciones a España y elevar en varias décimas la nuestra.

Responsabilidad como ex potencia colonial

Nada que objetar, por tanto, a la estrategia de favorecer el crecimiento de Marruecos y a facilitar su estatuto avanzado con la UE, por mucho que los productores de tomate hayan montado en cólera. Pero la buena vecindad y el trato comercial privilegiado no tendrían que haber derivado en el abandono de la posición tradicional española respecto al asunto del Sáhara. La responsabilidad como ex potencia colonial aconsejaba, al menos, mantener una postura coincidente con las resoluciones de Naciones Unidas, y no utilizar el contencioso como un apéndice de las relaciones bilaterales, de forma que un día se defiende la autodeterminación y al siguiente se acepta que el Sahara sea la provincia marroquí del sur, en función de si estamos de uñas con Mohamed o a partir un piñón.

La dejación de responsabilidades que supuso el vergonzante abandono de la colonia fue la causa de un conflicto armado de varios años y de la tragedia de todo un pueblo que, en su éxodo hacia los campos de refugiados, conservó como recuerdo el DNI que acreditaba su pasada condición de ciudadanos españoles. A partir de ese momento, Rabat se ocupó de abortar cualquier posibilidad de solución al conflicto, desde el Plan de Arreglo al Plan Baker II, con la connivencia ocasional de Naciones Unidas, uno de cuyos secretarios generales, Javier Pérez de Cuéllar, llegó a ser recompensado con un cargo en ONA, el conglomerado de empresas más importante de Marruecos.

A los saharauis les ampara la legalidad establecida por la propia carta de la ONU, que consagra la autodeterminación para los casos de descolonización, como es el del Sáhara Occidental. Argumentar como hace Marruecos que la renuncia de su soberanía sobre la zona desestabilizaría el regimen con consecuencias imprevisibles desde el punto de vista de la seguridad no deja de ser una excusa de mal pagador. Las perspectivas de futuro tampoco son halagüeñas. Imaginar un Marruecos democrático, un Sáhara independiente y un Magreb unido por lazos económicos y políticos similares a los de la Unión Europea no deja de ser un brindis al abrasador sol del desierto.

Un conflicto olvidado

La huelga de hambre de Aminatu Haidar ha servido para recuperar la memoria sobre un conflicto olvidado y para demostrar que los pretendidos avances en democracia y modernidad del reino alauita son poco más que eslóganes propagandísticos. Si algo ha conseguido la dureza del regimen con la activista ha sido aumentar su descrédito y volver a colocar la cuestión del Sahara en la agenda internacional.

Para que su propuesta de amplia autonomía para la región bajo soberanía marroquí fuera creíble debería de ir acompañada de gestos que demostrasen inequívocamente su voluntad de entendimiento. Torturar y encarcelar a quienes defienden la independencia del Sahara o portan su bandera e impedir el regreso de los refugiados no dice mucho a favor de esas buenas intenciones. ¿Qué mensaje transmite quien, tras mantener cuatro rondas de conversaciones en Austria con el Polisario, detiene a ocho de sus militantes que habían visitado Argel y los campos de Tinduf y les acusa de colaboración con el enemigo?

Haidar ya está en El Aaiún. Pocas horas antes de que Marruecos aceptara su regreso, Moratinos reconocía haber sido informado de su expulsión, por lo que sólo cabe interpretar que, ya sea por omisión o por acción, es cómplice de la arbitrariedad. Del inicial desprecio a la actitud de la saharaui, sólo la presión de la opinión pública permitió al Gobierno ser consciente del embrollo en el que se había metido. Intentó todo, desde ofrecer a Haidar el estatus de refugiado o la nacionalidad hasta colarla en Marruecos por la puerta de servicio. Finalmente, a regañadientes, pidió la ayuda de Francia y Estados Unidos, cuya mediación ha sido imprescindible para resolver el caso.

Tenemos un vecino que no nos considera interlocutor suficiente, pese a que le doramos la píldora y le colmamos de atenciones. No es casualidad que bajo la presidencia española de la UE vaya a celebrarse la primera cumbre UE-Marruecos. Sin embargo, nada parece bastante. En lo único que podemos confiar es en la permanente desconfianza de Mohamed VI y de su reino. Y con esa certeza deberíamos mirar al otro lado del Estrecho.


El confidencial - Opinión

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