martes, 10 de noviembre de 2009

El muro. Por Alfonso Ussía

Cuando un sistema se ve obligado a levantar un muro para impedir que la gente huya hacia otro sistema, es que todo falla. Había llegado al Papado un hombre de la Iglesia perseguida, ajeno y lejano a la Curia. Lo decía su Secretario de Estado, monseñor Casaroli. «El problema de Juan Pablo II es que cree demasiado en Dios». Un actor mediocre que irritaba mucho a la Izquierda, Ronald Reagan, gran Presidente de los Estados Unidos, demostró la vejez y chatarrería militar soviética. Y un comunista pragmático, Mihail Gorbachov, lo entendió todo. «Esto no tiene sentido y ha llegado el final». A muchos kilómetros de Berlín, en su insultante palacio de Bucarest, el eterno anfitrión de Santiago Carrillo, el asesino Ceacescu, mostraba con un gesto de extrañeza su incredulidad ante lo que oía. El pueblo rumano le gritaba «Muera Drácula». Con su mujer Elena, se fugó en un helicóptero, pero de nada le sirvió. No pudo disfrutar de los miles de millones de dólares que guardaba en Suiza y otros paraísos nada comunistas, por cierto. Ceacescu y Elena fueron fusilados por quienes ellos creían sus soldados después de un juicio extravagante, en el que su abogado defensor le acusaba más que el fiscal. Y en Berlín, ante la pasividad de los centinelas de la Alemania comunista, de un lado y del otro del muro, decenas de miles de jóvenes derribaron el hormigón ignominioso que separaba la libertad de la prisión.

Veinte años han pasado. La URSS staliniana y leninista se desgajó. Y Rusia es una gran nación que poco a poco recupera la normalidad. Alemania es una. Las naciones sometidas a la bota comunista, unas mejor que otras, han emergido y forman parte de la Unión Europea. El Pacto de Varsovia es memoria. En China, las autoridades comunistas llevan a cabo sorprendentes experimentos capitalistas. Una isla, amadísima por los españoles, queda por ahí aislada del futuro y sometida a la miseria de su llamada «Revolución», con el ochenta por ciento de su presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas y policiales. En breve caerá el invisible muro de su vergüenza desde el malecón a las aguas caribes. Todo el mundo se ha citado en Berlín para celebrar la reunificación alemana y el fin de la ruina comunista en Europa. Es la gran noticia de hoy.

En España, simultáneamente, ha tenido lugar un suceso bastante divertido. El PCE, Partido Comunista de España, ha organizado su decimoctavo Congreso. Leo que ha sido designado nuevo líder del comunismo español un chico llamado José Luis Centella. Allí muros caídos, y aquí, antiguos, viejísimos, artríticos puños en alto. No se han enterado de nada. Ha dicho Centella que el comunismo no tiene que pedir perdón ni sentirse avergonzado. Son centenares de millones de personas en el mundo las que han muerto asesinadas por el comunismo por buscar su libertad. Pero Centella no se avergüenza. Importa un bledo lo que Centella diga y lo que Centella haga. Cada día son menos. Pero el contraste resulta estremecedor. En Alemania, el mundo reunido para celebrar la luz de la libertad. En España, un grupete de exaltados, empeñados en permanecer en su pequeño campo de concentración. Centella, alegra esa cara, tío, y documéntate.

La Razón - Opinión

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