jueves, 12 de noviembre de 2009

A callar. Por Hermann Tertsch

«SE callen, coño». Esa es la orden tejerista que se ha escuchado con rotundidad por parte del poder ante la indignación, el desasosiego y el miedo de los familiares por la suerte de la tripulación de nuestro atunero en aguas del océano Índico. Y parecen haberlo conseguido en gran parte. Es lo más efectivo que ha hecho este Gobierno desde que comenzó la crisis del secuestro del Alakrana, que, por supuesto en un principio, en La Moncloa y en el Ministerio de Exteriores consideraron poco más que un incómodo incidente. Con el que además hacer infantil propaganda al inducir a la abogacía del Estado a indicar a su vez al juez Baltasar Garzón lo bonito que quedaría traerse acá a dos piratas y combinar un espectáculo de garantismo con una firmeza jamás existente.

Cuando hace una semana los desesperados pescadores, por boca de su patrón, denunciaron la desidia e indiferencia del Gobierno y pidieron movilizaciones a sus familiares y la llamada desesperada a los medios de comunicación, nuestros gobernantes entraron en pánico. Y su máxima prioridad desde entonces ha sido hacer callar a los familiares, amigos, compañeros y población solidaria con los secuestrados. Si en el primer momento se hubieran tomado algo más en serio la captura de 36 compatriotas por unos piratas que son terroristas en una multinacional del crimen organizado, quizá se habrían abierto otras opciones. Pero todos parecían muy tranquilos porque con ceder ante la exigencia del rescate todo se podría resolver como una segunda versión del secuestro del Playa de Baquio. Se paga a los piratas, se les deja huir impidiendo a la Armada intervenir para su captura y cinco días después nadie en España habla de ello. Las cosas se torcieron. Pero el Gobierno éste no tiene el menor empacho de contar sus milongas y pretender que todo va bien, en esta crisis como en todas las demás. Quien haya visto al ministro de Asuntos Exteriores de España y Cuba, Miguel Ángel Moratinos, diciéndonos que a los secuestrados no les falta de nada y que, más allá de las molestias, cierta irritación e incomodidad «están bien», puede indignarse un poco más o simplemente resignar ante este desprecio al dolor ajeno en aras de la comodidad propia y conveniencia política. Desde aquí dudamos mucho de que «estén bien» los secuestrados, ni antes ni después de las operaciones de urgencia que ha comenzado el Gobierno sólo cuando ha visto que también él podía acabar siendo víctima de esta historia grotesca. Cuyo origen está en la impotencia de criterio de unos ministros incapaces y perfectamente desbordados en Defensa y Exteriores y una indiferencia de La Moncloa que se intenta ahora disimular con encuentros en los que sólo se pide silencio a los familiares. Y ya saben, si les molesta o indigna o avergüenza la actuación de este Gobierno y encima lo dicen en público es que están ustedes colaborando con los piratas, tal como sugirió nuestro presidente en Polonia hace dos días. Aquí el que no se calle se convierte rápidamente en saboteador o incluso pirata. Aquí no se puede pedir un control parlamentario real de nada sin que a uno lo pongan directamente en el disparadero y probablemente pase a ser objetivo de la fábrica de dossieres que muchos sospechamos tiene montada y funcionando a todo trapo nuestro particular Fouche, don Alfredo Pérez Rubalcaba. Así se puede conseguir de hecho que muchos callen por miedo a ser destruidos política, social y civilmente. Con todas las comunicaciones privadas del país controladas por el ejecutivo y la abierta disposición de jueces socialistas a violar el derecho a la defensa y el derecho a la intimidad, policías dispuestos a colaborar con la banda armada ETA para favorecer los planes de su jefe como en el caso Faisán -¿y por qué no en otros?- y periódicos y televisiones pendientes y dependientes de las dádivas del ejecutivo, no es difícil amedrentar. Pero por si cabe alguna duda lo dicen. Que se callen todos. Que aquí Gobierna uno.

ABC - Opinión

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