domingo, 5 de julio de 2009

La casa de los espías. Por M. Martín Ferrand

FÉLIX Sanz Roldán y José Luis Perales tienen la misma edad y ambos son conquenses; pero eso, supongo, no le obliga al primero a cantarle a Alberto Saiz la canción que el segundo compuso para Jeannette: «Por qué te vas». En puridad, y según el ejemplo de Carlos Saura, que la utilizó en la banda sonora de Cría cuervos, la interpretación le correspondería a un trío de postín: José Bono, el descubridor del espía cesante, María Teresa Fernández de la Vega, su mantenedora, y Carme Chacón, que, en su condición de abadesa castrense, no suele enterarse de nada.

En realidad, al director saliente del Centro Nacional de Inteligencia no hay que preguntarle «por qué te vas». Indagar las razones que le llevaron al cargo resultaría más comprometido e incómodo. Es algo que se integra en el método de Gobierno empleado por José Luis Rodríguez: el desprecio al talento y la práctica del amiguismo complaciente. Alberto Saiz no ha podido defraudar a nadie. Su calamitosa gestión al frente de un organismo neurálgico para el Estado era previsible y estaba prevista por cuentos creemos que la preparación y la experiencia son condiciones indispensables -no suficientes- para ejercer una responsabilidad pública.

Los antecedentes del CNI, una fundación de José María Aznar en la que ya demostró su falta de idoneidad su primer director, Jorge Dezcallar, no son buenos. Ya en democracia, los servicios secreteos del franquismo mantuvieron su inercia y fueron poco más que un centro de sospechas infundadas, vigilancias indebidas, escuchas delictivas y usos espurios de métodos que, con el pretexto de la seguridad del Estado, marearon la perdiz a mayor gloria de sus directores. Entre Emilio Alonso Manglano y Javier Calderón, por citar sólo a dos de ellos, no hay más diferencia que las establecidas por sus inspiradores máximos, Felipe González y Aznar.

Ahora le toca el turno a Sanz Roldán. Dado el alto número de militares que integran la plantilla del Centro y desvirtúan su condición civil, no está de más un teniente general para poner orden en el desmadre. Según dice el recién nombrado tendrá que hacer «cirugía fina». Es una elegante manera de hablar; pero toda la cirugía que, en este caso, no se practique con un hacha será inútil. Son muchos años de malas costumbres y prácticas no deseables las que hay que desterrar. Del Rey abajo, son numerosas las víctimas del Centro.

ABC - Opinión

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