Son muchas las incógnitas. ¿Cómo es posible que un inspector jefe de Indautxu conocido por todos en Arrigorriaga y por supuesto por las sucesivas camadas pardas, amenazado desde hace veinte años, aparcara su coche en la puñetera calle? ¿Se sentía tan seguro? ¿Lo hacía por ahorrar? ¿Por falta de medios de un Gobierno cuyos miembros viajan en aviones militares hasta a la pedida de mano de su tía Clota? ¿Cuántos merlines puede pescar el jefe de nuestros servicios secretos (CNI) por aguas africanas con el alquiler de un garaje vigilado, o dos o tres si hacen falta? Otro día hablaremos de horteras depredadores. De personajes de mal chiste manchego que manejan toda la información secreta de nuestro Estado. De la catadura de individuos a los que no prestaríamos un coche y manejan nuestros datos, nuestra seguridad y nuestra hacienda que, por supuesto, es la suya.
Hoy hablamos de Arrigorriaga, de las dignísimas palabras que se han podido escuchar estos días en este país habitualmente sedado. Sedado no por el doctor Montes por supuesto, ni en una de esas muertes tan dignas que se inventan nuestros apologetas de la eutanasia, ni en un aborto de una menor que se nos presenta como un «lifting» o unas tetas mejoradas. Mis reservas son infinitas pero mi emoción por lo vivido estos días también. Los moralmente sedados de los nacionalismos, de la indolencia y la capitulación, han visto que en España pueden pasar cosas que hasta a ellos podría llevar a recuperar la lucidez y la dignidad.
ABC - Opinión
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