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Es la política del «como sea», la única que Zapatero es capaz de mantener sin alteraciones a lo largo del tiempo: sólo es coherente en la falta de coherencia. El Gobierno necesita pasta urgente para sufragar el disparado subsidio de desempleo, para subir el sueldo a los funcionarios, para repartir el maná de la financiación de las autonomías con sus televisiones de cámara, sus políticas lingüísticas y sus cohortes de altos cargos, para rescatar cajas de ahorros en quiebra por la incompetencia de los politiquillos que jugaban a magnates financieros. Y va a ir a buscar esos fondos en el fondo de nuestros bolsillos, de una manera o de otra. Ayer le interesaba aprobar un aumento del techo de gasto, y lo asombroso es que para lograrlo le daba igual que fuese a cambio de subir los impuestos o de lo contrario. Cara o cruz. Salió cara en la tómbola, pero no hay que entregarse al optimismo; más pronto que tarde volverá a cambiar de idea según necesite salir del paso.
Ha sido uno de los más obscenos espectáculos de irresponsabilidad que se han visto en nuestra política reciente. Con la consistencia cromática de un camaleón, Zapatero convirtió un asunto extremadamente serio -quizás el más serio de todos, porque afecta al dinero de los contribuyentes- en un vulgar tejemaneje de pasillo, en un frívolo toma y daca en el que a una determinada hora el Gobierno iba a subir el IRPF y a quitar la desgravación por vivienda para acabar reculando apenas unas horas más tarde. Cambió de criterio como el que se muda de corbata. Hasta ahora sabíamos de su legendaria capacidad para autodesmentirse, pero ayer se superó con creces a sí mismo: en un solo rato apostó y retiró miles de millones de euros que no son suyos en el albur de una timba.
ABC - Opinión
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