martes, 2 de junio de 2009

LA LEY DEL MAS NECIO. Por Tomás Cuesta

CARLO María Cipolla (pronúnciese Chipola para ahuyentar la tentación del ripio chabacano) fue uno de los grandes historiadores económicos del siglo pasado y sentó cátedra, en su especialidad, de maestro amenísimo e investigador irreprochable. Autor de una veintena de títulos que, en el ámbito académico, se consideran clásicos, su fama entre el gran público se debe, sin embargo, a un librillo satírico que, en principio, no pretendía ser más que un divertimento de índole privada. La obra en cuestión, como muchos de ustedes saben, se intitula «Allegro ma non troppo» y reúne, en apenas cien páginas, dos auténticas cumbres del panfleto erudito y la ironía en rama. En la primera parte -que analiza el papel de la pimienta en las sociedades medievales-, se pasa la metodología del marxismo por el forro de la irrisión desopilante. Es la segunda, empero, la que le transformó en una celebridad mediática. Un «capolavoro» con el que el lúcido italiano se lució formulando «Las leyes fundamentales de la estupidez humana». A conciencia y con-ciencia: a través de un sistema matemático con sus correspondientes ecuaciones, sus curvas y sus gráficos.

Si han leído ya al profesor Cipolla, reléanlo de nuevo porque nunca defrauda. Y si, por cualquier motivo, no han tenido el placer de estrecharle la mano, acudan sin demora al librero de guardia (se encuentra en el catálogo de Crítica y sale por lo mismo que un par de cañas mal tiradas). Lejos de caducar o apolillarse, las tesis que Cipolla esculpió hace veinte años siguen siendo un retrato fidedigno de lo que padecemos a diario. Este país, en lo tocante a majaderos, es el metro de Tokio a la seis de la tarde: no cabe un memo más ni aún estrujándole. Pero aquí, los mendrugos, en vez del «De profundis», canturrean el «Himno a la alegría» a lomos de sus coches oficiales. Tenemos zampabollos de todos los colores y todos los encastes. No encuentras un lugar en que posar la vista sin que la quemazón de la burricie te abisme la mirada. Babiecas a la izquierda; a la derecha, sandios. Zopencos extremistas, sansirolés equidistantes. O sea, la gripe A. Con «a» de asnos.

En el prefacio de «Las leyes» se estipula que subestimar a un necio es una necedad letal, un error mayestático. Carlo M. Cipolla abre su exposición asegurando que el índice del TPC (Tontos Per Capita) es mucho mayor de lo que sospechamos. Y concluye -tras un proceso lógico que combina rigor y perspicacia- poniendo en evidencia que un imbécil es una bomba de relojería que, antes o después, estalla. Cipolla compartimenta a las personas en cuatro categorías esenciales. Inteligentes: los que benefician al prójimo y salen beneficiados. Incautos: los que practican la bondad y reciben los palos. Malvados: los que siembran la peste y cosechan la pasta. Estúpidos: aquellos que, por perjudicar a los demás, se arruinan a sí mismos sin ningún empacho. Con eso y dos de pipas se monta la escaleta de los telediarios.
Ahora, en lugar de autocrítica, que es un palabro estalinista, chirle y devaluado, hagamos examen de conciencia que es lo cabal y lo cristiano. A Zapatero, a Aído, a Blanco, a la inefable Sinde-Linde de los asuntos culturales... ¿No les hemos tachado de merluzos genéricos siendo en realidad pirañas? Pues, ¿y en el rincón opuesto? ¡Ojalá se quedaran en panolis la jarca de sorayas, de arriolas, de lassalles...! Con la venia del mando, los molondros prosperan y los cacasenos barren. Pasarse de listillos: he ahí el drama. «Mea culpa». Por cierto, ¿dónde diablos está el baño?

ABC - Opinión

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