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Hemos llegado a un punto en el que la izquierda y la derecha, cada cual a su modo, son un peligro para España. Ambas quieren tener razón y eso es dinamitador cuando sus razones se oponen a la del Estado. Lejos de buscar remedio para los males que nos acosan, el Gobierno -principal responsable de la situación- insiste, incluso con chulería, en prácticas incompatibles con el sentido común y el modelo que, mejor o peor, sienta las bases de la Unión Europea. Trabajar sobre la hipótesis, no descartable en función del crecimiento patológico del endeudamiento del Estado, de que tuviéramos que llegar a salir de la cofradía del euro -el salvavidas que nos mantiene a flote- aterroriza al ánimo más templado; pero, ¿cuánto puede durar una ficción?
Machadas amenazantes, como las del vicepresidente Manuel Chaves, no lejanas de una vieja -y parecía que olvidada- tradición del PSOE, no son más que evidencias de que a nuestra democracia, degenerada en partitocracia dudosamente representativa, le falta tiempo de cocción. No está a punto. También pueden observarse conductas reprobables en los partidos de la oposición, el grande y los periféricos; pero el poder, su ejercicio, eleva los niveles de la responsabilidad. Si, además, para poder «tener razón», la única meta clara en el proceder de Zapatero, se contamina el paisaje con cuestiones morales y relativas a la fe de los ciudadanos, el diagnóstico es de suicidio colectivo.
ABC - Opinión
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