sábado, 30 de mayo de 2009

SUICIDIO COLECTIVO. Por M. Martín Ferrand

FRANCISCO Franco, Dios le habrá perdonado, quería llevarnos hacia Dios por el camino del Imperio. No es algo fácil de entender; pero debe tratarse de lo mismo que hoy pretende José Luis Rodríguez Zapatero cuando, contumaz, insiste en usar en calidad de líder de un partido político un avión de la Fuerza Aérea que le corresponde como jefe del Gobierno. Es el mal totalitario que ilumina a los gobernantes cuando pierden la capacidad de distinguir entre lo privado y lo público y entender las distancias que separan lo íntimo de lo institucional. El gran drama de nuestra Historia reside en el hecho de que nuestros gobernantes -monarcas absolutos, validos, presidentes republicanos, dictadores...- lo que siempre han pretendido es «tener razón». Algo complejo, estéril y fútil, que viene empobreciendo a la Nación desde hace docenas de generaciones. Lo de la disgregación del Estado es más reciente, pero tiene el mismo fundamento: la conservación del poder.

Hemos llegado a un punto en el que la izquierda y la derecha, cada cual a su modo, son un peligro para España. Ambas quieren tener razón y eso es dinamitador cuando sus razones se oponen a la del Estado. Lejos de buscar remedio para los males que nos acosan, el Gobierno -principal responsable de la situación- insiste, incluso con chulería, en prácticas incompatibles con el sentido común y el modelo que, mejor o peor, sienta las bases de la Unión Europea. Trabajar sobre la hipótesis, no descartable en función del crecimiento patológico del endeudamiento del Estado, de que tuviéramos que llegar a salir de la cofradía del euro -el salvavidas que nos mantiene a flote- aterroriza al ánimo más templado; pero, ¿cuánto puede durar una ficción?

Machadas amenazantes, como las del vicepresidente Manuel Chaves, no lejanas de una vieja -y parecía que olvidada- tradición del PSOE, no son más que evidencias de que a nuestra democracia, degenerada en partitocracia dudosamente representativa, le falta tiempo de cocción. No está a punto. También pueden observarse conductas reprobables en los partidos de la oposición, el grande y los periféricos; pero el poder, su ejercicio, eleva los niveles de la responsabilidad. Si, además, para poder «tener razón», la única meta clara en el proceder de Zapatero, se contamina el paisaje con cuestiones morales y relativas a la fe de los ciudadanos, el diagnóstico es de suicidio colectivo.

ABC - Opinión

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