
Comprendo que después de oír al presidente del Gobierno ayer en el Congreso de los Diputados, haya suficientes españoles lo suficientemente asustados para pensar que esto no puede ser cierto. Porque nuestro Gran Timonel da bastante miedo. Desde luego a los suyos con mucho éxito. Y a los demás también con bastante efecto.
Porque mucho miedo da ese tontiloquismo con las cosas de comer que despliega el personaje que ha sido elegido para ocuparse precisamente de las cosas de comer de todos los españoles. Si fuera académico de las letras nos traería bastante al pairo el vallisoletano leonés en el que prácticamente todo es mentira. Desde su pasado y el pasado de sus mayores a sus aventuras y a sus facturas. Todo, queridos amigos, es una inmensa farsa que los españoles se zampan con la alegría que les es propia. Por eso el mal humor que fomentamos The Spectator, a veces el The Economist -siempre tan mal aconsejado desde que murió mi padre-, por supuesto yo y algún otro canalla reaccionario, es tan mal visto y digerido. Piensa la inmensa mayoría de este país -nunca condenaré su optimismo insensato- que mientras tengamos todos la peste los arreglos llegan solos. Con paciencia, deudas y grandes dosis de buen humor. En el fondo, el Gran Timonel es el reflejo de toda esta sociedad del buen humor que retoza por España a la espera de tiempos mejores. En todo caso, el espectáculo que dio ayer en el Congreso de los Diputados nos lo tenemos merecido todos. Los hay, por supuesto, que sentimos vergüenza, propia y ajena, ante la charlatanería más propia del presidente del buró político de una república comunista de medio pelo. Pero lo terrible es que, en general, no escandaliza. Y debería dar más miedo ese tontiloquismo enajenado. Debería aterrorizar a cualquier sociedad que se considere medianamente sana.
ABC - Opinión
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