sábado, 4 de abril de 2009

Hasta la última gota de sangre. Por Juan Manuel de Prada

AHORA resulta que los tipos que nos han llevado al pozo sin fondo de la crisis se reúnen en Londres y aparecen como nuestros salvadores, exhortándonos a tener confianza en sus enjuagues. Me han recordado, en su risueño cinismo, al ciego cabrón del Lazarillo, que después de descalabrar al protagonista estampándole una jarra de vino se burla de él, aplicándole vino en las heridas y diciéndole con sorna: «¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud». Y lo más estremecedor del asunto es que la pobre gente engañada cree que, en efecto, esos tipos que nos han arrojado al abismo van ahora a rescatarnos milagrosamente. ¿Cómo han logrado semejante taumaturgia?

En las Escrituras nunca se habla de ateísmo, sino de idolatría. Y es que el hombre tiene una vocación sobrenatural irrefrenable: cuando se aparta de Dios, necesita llenar ese hueco con un sucedáneo de apariencia cuasirreligiosa. Y si la fe religiosa nos permite creer en lo que no vemos, la fe idolátrica nos exige, mediante la acción de sus taumaturgias, creer en los espejismos o trampantojos con los que suplanta la cruda realidad. Sólo así se explica que los taumaturgos reunidos en Londres nos digan que van a reactivar la economía mediante la «inyección» de un billón de dólares y respiremos aliviados, como si ese billón de dólares fuese un maná salvífico caído del cielo y no una cantidad que previamente han arrebatado sin miramientos, con exacciones y despojos, a la pobre gente engañada. También así se explica que nos digan que castigarán los llamados «paraísos fiscales» y asintamos satisfechos, como si los llamados «paraísos fiscales» fuesen geografías que hasta hoy han escapado al control de los taumaturgos, como si el «paraíso» gibraltareño pudiera existir sin el beneplácito de Gran Bretaña o el «paraíso» andorrano sin el beneplácito de Francia y España. Y, en fin, sólo así se explica que los taumaturgos reunidos en Londres nos anuncien que crearán un servicio de «gendarmería financiera» y aplaudamos alborozados, como si las operaciones bancarias que hasta hoy se han realizado no hubiesen sido alentadas, protegidas e incluso ordenadas por los mismos taumaturgos. Y la pirueta final de estos taumaturgos consiste en reclamarnos «confianza», asegurándonos con risueño cinismo que serán ellos, los mismos que nos enfermaron, los que ahora nos sanarán. Y la pobre gente engañada se lo cree a pies juntillas, crédula y obediente.

¿Y cómo ha podido llegar la pobre gente engañada a este extremo de sometimiento ciego? Pues ha llegado porque la nueva idolatría que encarnan los taumaturgos reunidos en Londres es muy astutamente amable y sutil, a diferencia de los totalitarismos de antaño, aquellas idolatrías que mostraban su apetito voraz a plena luz del día, expoliando a sus súbditos sin rebozo. La nueva idolatría primero nos convierte en una piara de bestias que hozan en el lodazal de sus apetitos, borrando de nuestro horizonte cualquier esperanza que no se refugie en la posesión de cierto grado de bienestar material. Y, cuando ese bienestar se desvanece, cuando la pobre gente engañada y sin esperanza no tiene cobijo alguno en el que resguardarse, los taumaturgos de la idolatría aparecen como falsos mesías, dispuestos a salvarnos mediante milagrosas operaciones que no son sino enjuagues desaprensivos.

Así consiguen instaurar una suerte de totalitarismo amable, sin brutalidades, en el que la pobre gente engañada, reducida a piara, acepta que le chupen hasta la última gota de sangre. Que en eso consiste, en fin, esa «inyección» de un billón de dólares con la que se proponen «reactivar la economía»: en chuparnos hasta la última gota de sangre, antes de pegarnos el tiro de gracia.

ABC - Opinión

0 comentarios: