sábado, 18 de abril de 2009

EL PAIS DE LA BRONCA. Por M. Martín Ferrand

ASEGURABA Baura, en uno de sus arrebatos dicotómicos y espoleado por la pesadumbre que genera el espectáculo nacional, que hay dos grandes modos de ser español. Uno, el más profundo y sensato, el que invita a huir de España e instalarse, cuanto más lejos mejor, en otras naciones más equilibradas y laboriosas y menos estériles y disparatadas. El otro, el más frecuente, es el de los vocacionales de la porfía, el de quienes encuentran en la bronca y la confrontación su manera más natural de ser y comportarse. Personalmente, me confieso perteneciente al primer grupo, pero en grado de frustración. En consecuencia, asisto como cansado espectador a la trifulca continua en que se desarrolla la vida pública en todos sus muy costosos planos administrativos.

Aquí, y por un quítame allá esas pajas, el Gobierno arremete contra la Conferencia Episcopal. Y viceversa. Los partidarios de la república zahieren a los de la monarquía; pero ni los unos ni los otros demandan una verdadera democracia, con separación de poderes y certeza jurídica. El fiscal general del Estado le mete un dedo en el ojo al ministro del Interior del mismo modo que el muy indocumentado ministro de Trabajo -existe, lo juro- descalifica por sus predicciones técnicas al Gobernador del Banco de Espa- ña. La relación de los pleitos domésticos que nos enfrentan, desde las ideologías a la liga de fútbol, es inacabable. La discordia es nuestra forma común de convivencia y los encizañadores suelen ser gentes de predicamento y respeto.

Esta semana la Asamblea de Madrid ha batido el récord de la discusión sin sustancia. La agarrada gratuita. La presidenta de la Asamblea, Elvira Rodríguez, dispuso que los diputados prescindieran de las botellas de agua que muchos suelen llevar al escaño para evitar que su derramamiento pueda afectar, como ya ha sucedido, al sistema de votación electrónica. Se armó la de San Quintín. Más de un cuarto de hora de gritos e improperios cruzados entre los partidarios del secano parlamentario y el regadío representativo. A la cabeza de los disidentes del Legislativo de Madrid se puso la jefa del Ejecutivo, Esperanza Aguirre, que, en flagrante gesto de desobediencia, cruzó la sala con una botella de agua en la mano. Es algo al margen de las posiciones partidistas y de los supuestos intelectuales de quienes arman la bronca. Es, me temo, la esencia de la naturaleza del ser español.

ABC - Opinión

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