sábado, 7 de marzo de 2009

El cante. Por Ignacio Camacho

HAY un fenómeno creciente en la España de la crisis que provoca pavor en las oficinas de la banca. Lo llaman el «efecto sonajero», por el tintineo de las llaves que blanden ante los directores de sucursal los hipotecados que acuden a devolver la casa cuyas letras no pueden seguir afrontando. Se han quedado sin trabajo y sus viviendas ya no valen siquiera lo que les queda pendiente del crédito.

Prefieren tirar la toalla, pero nadie les ha explicado que no es tan sencillo: si dejan de pagar, el banco les subastará el piso y luego ejecutará contra otros bienes -quizás el subsidio, el coche, la pensión- el resto de la deuda. A veces los que entregan el llavero son los propios promotores inmobiliarios, asfixiados por las pólizas sin renovar; hay bancos que están ofreciendo a sus directivos chalés de lujo a bajo precio procedentes de quiebras incobrables. Parte de este parque residencial invendido fue quizás objeto en su día de turbias operaciones recalificatorias, que movieron grandes cantidades de dinero y provocaron sobornos y pringue varia para quedarse al final en esqueletos de hormigón abandonados por las grúas; algunos de los escándalos de corrupción que están saliendo en los periódicos ni siquiera llegaron a generar las previstas plusvalías. El flujo de la prosperidad se cortó «in media res» y sólo salieron ganando los que pusieron el cazo para allanar el papeleo.

Este obsceno baile de intermediarios desahogados y monterillas trincones que desfilan por los telediarios protestando su presunción de inocencia forma parte de un retrato de época que se ha quedado viejo en pocos meses. Son fantasmas del tiempo del dinero fácil y la pólvora del rey, la vida muelle al amparo del poder local y regional, los regalos de lujo y los cohechos alegres, una época tan reciente que su recuerdo irrita por contraste con esta angustia cotidiana que forma colas en los comedores de caridad. Las mujeres de los corruptos, habituales testaferros de sus entramados fiduciarios, acuden a los juzgados sin maquillar para aparentar una aflicción circunspecta, mientras en las joyerías de empeño se ve a viudas muy dignamente arregladas que llevan las alhajas de la familia en una bolsita de terciopelo. El dinero que falta en las economías cotidianas se evaporó por alambicados túneles de ingeniería financiera; ahora ni siquiera cabe el consuelo moral de las cuerdas de presos ni de las ruinas de los poderosos, porque cada quiebra de un rico arrastra los cascotes del desplome del empleo.

En un vídeo que hace furor en Youtube, el detenido alcalde de Alcaucín, el estrafalario Pepe el Patillas, canta por soleares «las fatiguitas que estoy pasando». El tipo guardaba bajo el colchón 160.000 euros; por deber ese dinero hay mucha gente agitando las llaves en los bancos sin ver el modo de no dar el cante de los campanilleros.


ABC - Opinión

0 comentarios: