miércoles, 25 de febrero de 2009

Penélope . Por Alfonso Ussía

Me considero afortunado, como compatriota de ella, por el «Oscar» que ha recibido en el Teatro Kodak de Hollywood como mejor actriz secundaria

Me siento feliz con la alegría y los triunfos de quienes no buscan mi infortunio. Penélope Cruz y quien escribe no se conocen, y no tengo constancia de acciones o proyectos por parte de la actriz con el objetivo de hacerme el mal. No tendría sentido ni lógica. Por mi parte, puedo asegurar que en los últimos dos mil días de mi vida, he amanecido, transcurrido en la luz, atardecido y descansado sin sentirme asistido por un pensamiento adverso hacia la joven y experimentada actriz de Alcobendas. Y es más; me considero afortunado, como compatriota de ella, por el «Oscar» que ha recibido en el Teatro Kodak de Hollywood como mejor actriz secundaria.

Dicho esto, me manifiesto públicamente sorprendido y asombrado. La sorpresa y el asombro van de la mano. Por lo poco que he leído acerca de los «Oscar» y sus circunstancias, deduzco que dicho premio se concede por un trabajo puntual, exceptuando el «Oscar» que se regala a una gran figura del Cine por su trayectoria en el llamado Séptimo Arte. Y sospecho que una buena parte de los premios que se conceden están previamente pujados y recomendados por despachos de influencias. De no ser así, no podría entender este «Oscar» de Penélope Cruz, conseguido por su participación en la peor película de Woody Allen y con un papel exagerado y sobreactuado de muy discutible calidad interpretativa. Otra cosa es que la película de Allen haya recaudado una considerable cantidad de dólares y que la influencia en la Academia del Cine del genial y patético director judeoneoyorquino se mantenga firme y poderosa. La película es un bodrio, un tostón y un coñazo estratosférico. Ignoro cómo son los coñazos estratosféricos, pero de existir, tenemos un extraordinario ejemplo en la «Vicky Cristina Barcelona» ésa, cuyo título también resulta aburrido. Recuerdo un artículo del bueno de Marcelino Camacho publicado en «ABC» hace quince años, aproximadamente. El título no abría las expectativas de una lectura agradable. «El XXXII Congreso de Comisiones Obreras y la Repercusión de las Recientes Medidas Económicas en el Sector del Metal. Conclusiones y Reivindicaciones». Tal era el título del escrito, y reconozco que no tuve fuerzas para leerlo. Sí para ver la película de Woody Allen, que sólo resulta divertida por el desconocimiento que de España tienen los norteamericanos, Allen incluido. Un guión vulgar, una interpretación afanada en la sobreactuación -hasta la guapísima Johansson se desmorona-, y una gran felicidad cuando se acaba la función. La gente sale del cine optimista, por aquello de que la vida, por dura que sea, por cruel que se presente y por desalmada que aparezca, no es tan aburrida como la película de Allen Stewart Konigsberg, que así se llama el genial, psicoanalizado y encumbrado cineasta. El mismo Allen declaró que el «Oscar» se concede de acuerdo a recaudaciones y popularidades. Está bien. Si el negocio marcha viento en popa, resulta contraproducente cambiar el rumbo. Pero de ahí a saltar de emoción por el premio de Penélope Cruz media largo trecho. Su mérito de penetración en el mundo del Cine -que es el americano- es indiscutible. Pero ni su papel ni su película son dignas de estimación. Eso sí; prefiero que los despachos de influencia pujen por una española que por otra cualquiera. Y comparto la alegría.

La Razón - Opinión

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