miércoles, 4 de febrero de 2009

Arriolas somos . Por Alfonso Ussía

«Lo malo es que lleva años trabajando para el enemigo»

El gran Cuco Sánchez canta una ranchera, muy triste y cornuda como casi todas ellas, que principia con un
«arrieros somos
y en el camino andamos
».

En el Partido Popular harían bien, si es que alguno de sus dirigentes canta rancheras, en cambiarle la letra por un

«arriolas somos
y en el camino andamos».

Lo del camino es un decir, porque más que andar por él lo desandan, y muchos no se han apercibido de ello todavía. Nunca me han gustado los ocultos. Esos personajes a los que casi nadie conoce y manejan a su antojo los intereses de millones de personas, en este caso, los votantes del Partido Popular. Recuerden al famoso Navalón, que estaba metido en todos los líos y de todos se fue de rositas.


El oculto del Partido Popular, ideólogo, imaginero, publicitario, jefe de cocina y camarero simultáneamente, se llama Arriola. Uno se topa por la calle con Arriola y nadie lo reconoce porque es nube. Es una nube que se ha instalado sobre un determinado edificio de la calle Génova y no hay brisa, viento o vendaval que la empuje hacia otro lugar. Nadie de cuantos lo conocen discuten de su capacidad de trabajo. Es un gran trabajador. Seguramente porque está casado con Celia Villalobos y está algo cansado de charlitas. Lo malo es que lleva años trabajando para el enemigo, porque donde Arriola pone la idea, los votos vuelan. Excepto de Soraya Sáenz de Santamaría, recela de las mujeres del Partido Popular. Sus posibles razones pudieran ser de romanza de Rafael de León:

«Si a mi Celia me la quitan
de la fuente del Poder,
nadie va a sustituirla
y menos una mujer».

¡Éle! Arriola es un misterio. Es posible que se mantenga por lo mucho que sabe y ha visto. Pero de ahí a mandar más que el presidente del Partido Popular media largo trecho. Ingresa Arriola en el despacho de Rajoy y éste se incorpora de un salto. También lo hacía Aznar, que es el que lo puso. La influencia que tendría para que Aznar encomendara a su esposa, Celia Villalobos, la cartera de Sanidad. No se recuerda gestión más desastrosa. Conocí a un eminente médico que dejó la jefatura de su especialidad en un gran hospital y compró una licencia de taxi para sobrevivir sin depender de ella. Celia Villalobos fue una estimable alcaldesa de Málaga que no leyó la «Teoría de Peter». Pero Celia es pasado, y Arriola el presente. Mucho me temo que también el futuro, y así está Pepiño Blanco de contento, que se le ha puesto una sonrisa de placer permanente, como la efímera que a mí me nace cuando al bañarme me siento sobre la esponja y me dan masaje las pompitas. No siento animadversión por Arriola. Creo que lo he saludado una sola vez en mi vida y a los tres segundos se me habían olvidado sus facciones. Pero está claro que con Arriola, el Partido popular no va a parte alguna excepto al desastre. A Rajoy no es que le crezcan los granos, es que los cuida para que le duelan durante más tiempo. Y Arriola no es un grano, sino un forúnculo que se ha apropiado no sólo del nalguerío de Rajoy, sino del de los antifonarios de todos los votantes del PP, la mayoría de los cuales ni sabe quién es Arriola ni qué hace ni cuánto cobra ni por qué.
«arriolas somos
y en el camino andamos».


La Razón - Opinión

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