martes, 20 de enero de 2009

¿Obama... Septimio Severo? Por Ignacio Ruiz Quintano

DÍA del «¡Obama, Obama!», víspera del «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Un Voluntario Social de Chicago -un hijo de la «mau-mauancia», que diría Tom Wolfe, que llamaba «mau-mauar» al modo progresista (clase media-Tío Tom) de conseguir las cosas- ha llegado a la Casa Blanca impulsado por el Dinero y la Publicidad, que incluye a la chusma intelectual de Hollywood y a la chusma moral de la Universidad.

-El hombre blanco nos tiene un miedo vudú, porque en su interior sigue creyendo que somos salvajes, ¿no? Por tanto, vamos a hacerle un número de Salvajes -era la broma pesada a costa de las supersticiones del hombre blanco que en los setenta designaba el término «mau-mauar».


Obama, que, al decir de sus turiferarios, ha comido carne de perro y de serpiente y grillo asado, comienza hoy a cumplir nadie sabe qué promesas. Comenzará, ¡hummm!, por la clausura de Guantánamo, ese «limbo jurídico». Grande error. Vale que de allí saquen a los yijadistas, que se han ganado con su rusoniana simpatía al mundo del progreso, pero ¿qué mejor sitio que un «limbo jurídico» para meter a Madoff y a sus avispones piramidales, que se han llevado a un «limbo económico» los ahorros negros que tantos listos habían arrebatado a tantos tontos? Además, el cierre de Guantánamo supone dejar otra vez a toda la isla sin olor a comida.

Pero ¿quién es Obama?

-La victoria de Obama es una prueba de aquella idea de Hannah Arendt de que la política permite a las sociedades humanas volver a empezar de nuevo (?) -contesta Zapatero, sorprendido con un libro de Millás bajo el brazo.

«Nadie da las clases como tú», le decía Hannah a Heidegger, aquel que a la pregunta de Jaspers de cómo podía un hombre tan vulgar como Hitler gobernar Alemania respondió: «La cultura no tiene importancia. Basta con mirar sus hermosas manos.» Que es lo que se dice hoy de las orejas voladoras -verdaderos aeróvoros de Chirino- de Obama. O de los ojos glaucos de Zapatero.

-Y si la política ha producido cambio -insiste Zapatero-, ahora le toca al cambio producir política.

Estos retruécanos majaderos, desde luego, no vienen en mi Hannah Arendt. Zapatero, pues, debe cambiar de «negro»: porque ascender de Millás a Arendt es difícil; pero descender de Arendt a Millás es imposible.

Para conocer a Obama, mis amigos progresistas han tenido que tirar de John Carlin, un tío de fútbol que, a base de faltar a Bush en vez de al árbitro, se ha hecho con una reputación de politólogo. Por él sabemos que Obama rebosa fascinación por una figura paterna que abandonó a la familia en Hawai (que no es lo mismo que abandonarla en Gaza), y por Lincoln, político que Borges -maestro, ay, de Zapatero- ponía como modelo de demagogo que vive haciendo promesas, pues cuando Lincoln hacía su campaña presidencial manifestó en Boston que todo americano nacía libre -expresión contra la esclavitud-, pero cuando habló en Nueva Orleáns le recordaron que había dicho tal cosa, y él rectificó diciendo:

-Sí, yo dije tal cosa, pero cuando dos razas tienen que convivir, la raza inferior tiene que estar supeditada a la raza superior.

Los obamólogos en cuyos apuntes no viene la biografía de Lincoln (Carl Sandburg) se contentan con comparar a Obama con Kennedy, el apuesto misógino que nos legó Cochinos, los Misiles y la guerra de Vietnam. En su «Universal Obama» -versión tartufa del «Frank Sinatra está resfriado» de Gay Talese-, Carlin suelta, sin darse cuenta, un chiste verdaderamente universal:

-Obama ha cogido al toro Clinton por los cuernos al nombrar a Hillary para el puesto clave en política internacional.

Una profesora de Cambridge, Mary Beard, ha sugerido el paralelismo de Obama con Septimio Severo, primer emperador afro-romano de Roma. Pero la conclusión sobre Severo del incomparable Edward Gibbon es demoledora:

-Prometía para engañar, lisonjeaba para destruir, y por más que viniese a ligarse con juramentos y tratados, su conciencia rendida al interés se avenía siempre a descargarle de sus comprometimientos... La posteridad, que estuvo viendo las aciagas resultas de sus máximas y su ejemplo, fundadamente lo graduó de autor principal en la decadencia del imperio romano.

ABC - Opinión

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