jueves, 2 de octubre de 2008

Albert Boadella, dramaturgo, director de Els Joglars, el 2 de octubre de 2008 en El Mundo:


“El nacionalismo español, hoy por hoy, no existe. El nacionalismo es solamente periférico. España no tiene letra en el himno. A alguien que lleva una bandera española en el coche le llaman facha. Es decir, el conjunto de los ciudadanos españoles tiene un enorme complejo de pronunciar la palabra España. Por tanto, no hay nacionalismo posible”

[…] Madrid es una ciudad abierta, como lo había sido Barcelona hace 40 años. Barcelona es una ciudad que a través del nacionalismo se ha ido volviendo una urbe provinciana. La endogamia es un mal muy peligroso para lo que puede ser la evolución cultural, política y económica de un país. En Madrid me siento más a gusto y tengo muchísimas más posibilidades que en Cataluña.

[…] El nacionalismo es una epidemia de muy difícil tratamiento pues utiliza la paranoia como razón esencial de sus tesis. Contra ello, sólo es posible un ejército de psiquiatras y psicólogos que vuelvan a recomponer las relaciones sentimentales con lo que llamamos España. En este momento, esta relación está completamente rota. Y no hay tampoco presupuesto para el ejército de psiquiatras. O sea, muy mal.

[…] Los nacionalistas han conseguido algo excepcional y es que todo aquel que se enfrenta a ellos es conservador y facha. Y además no es de izquierdas cuando precisamente lo más antiizquierdas que hay por su insolidaridad es el nacionalismo. Lo más reaccionario que tenemos en España es el enacionalismo. En definitiva, desde siempre el nacionalismo ha sido la auténtica España negra.

[…] En España Zapatero entró en el tema territorial como un elefante en una cacharrería. Ello ha supuesto un desequilibrio general de todo el conjunto del Estado y la ilusión para muchos territorios nacionalistas de que había llegado por fin la oportunidad de la independencia. Esta irresponsable esperanza que ha dado Zapatero va a dificultar en el futuro el gobierno de España y el interés general de todos los ciudadanos españoles. Y un problema que debería ser secundario, como es el problema territorial, se ha convertido en el núcleo esencial de la política española.

[…] El nacionalismo español, hoy por hoy, no existe. El nacionalismo es solamente periférico. España no tiene letra en el himno. A alguien que lleva una bandera española en el coche le llaman facha. Es decir, el conjunto de los ciudadanos españoles tiene un enorme complejo de pronunciar la palabra España. Por tanto, no hay nacionalismo posible”.

Leer la entrevista completa en "El Mundo"

No hay austeridad para el cine español: el Gobierno le 'regala' casi 100 millones de euros

El esfuerzo de guerra de los Presupuestos Generales del Estado “más austeros en décadas” –Solbes dixit- no alcanza al cine español. En un año de penuria económica en el que casi todas las partidas y ministerios sufren recortes, el Fondo de Protección a la Cinematografía dispondrá de 88 millones de euros –frente a los 85 del año anterior. Su objetivo es subvencionar películas nacionales y “dar respuesta a la demanda del público que ama una cinematografía que le es propia y en la que se ve reflejado”, expone con convicción el Ministerio Cultura, que canalizará a través de las comunidades autónomas otros 11,5 millones en ayudas a la exhibición y la producción.

Ahora bien, ¿ama realmente el público el cine español? Aunque 2008 parece haber arrancado con mejor pie, los datos del pasado ejercicio son alarmantes. La industria cinematográfica perdió en 2007 la friolera de 5,6 millones de espectadores en la salas, tras pasar de 18,7 millones a 12,9, una caída que duplicaba la registrada en 2006. Además, apenas tuvo una cuota de pantalla del 12,7%, casi tres puntos menos que en 2006, según los datos del Instituto de Cinematografía (ICAA). Cuesta abajo en la rodada, la recaudación se redujo en 28 millones, al pasar de 98,4 millones a 70. Pese a los datos, la aprobación de la polémica Ley de Cine avaló un incremento de ese Fondo de Protección de los 66 millones de 2006 a los 85 de 2007.

Bajo el programa Cinematografía, englobado en los presupuestos del Ministerio de Cultura para el año próximo, se recoge el amplio abanico de ayudas al que puede acceder la industria. El principal montante, 55 millones de euros, se lo repartirían en subvenciones que van de los 285.000 al millón de euros unos 120 largometrajes estrenados y con 12 meses de explotación comercial. Sólo 15 proyectos accederán a la máxima ayuda y, en todo caso, se vincula su concesión a que ésta no supere el 15% de la recaudación bruta ni el 33% de la inversión del productor. Según los cálculos del Ministerio, una película cuesta de media unos 2,7 millones de euros, lo que da idea del porcentaje que supone la subvención.

Si acertamos

Más de 40 proyectos de nuevos realizadores, documentales u obras experimentales se repartirán 10 millones de euros. Cultura busca promover óperas primas y cine de autor, aspirando a mejorar la oferta con producciones que “por modestas o novedosas no deben caer en la zafiedad o en los términos de fáciles recursos comerciales”. Eso sí, admite que eso se producirá “si la precisión y visión profesional nos lleva acertar en la formación de las correspondientes comisiones de selección”.

Aunque estos dos grupos contemplan la parte del león de las subvenciones, existe una pléyade de pequeñas aportaciones que hacen pensar que no habrá proyecto cinematográfico sin ayuda. Por ejemplo, hay dos millones de euros para cortometrajes, 600.000 euros para el desarrollo de guiones y hasta ayudas selectivas para la conservación de negativos y soportes originales. No queda fuera del reparto la distribución, en aquellos casos de películas comunitarias y en versión original subtitulada, que dispondrán de 2,5 millones. También se destinan 1,5 millones de euros a proyectos relacionados con la I+D+i y la misma cuantía a los que incorporen nuevas tecnologías al sector. Incluso el Instituto de Crédito Oficial (ICO) intervendrá para la bonificación de intereses de los préstamos a la producción.

El Gobierno pretende con este programa favorecer 165 nuevas producciones, que el cine español alcance una cuota de pantalla del 18% y elevar a 20 millones el número de espectadores que asisten a las salas para ver cine español. Cifras estas dos últimas que, si se comparan con las de 2008, parecen un tanto utópicas. “Si financiar una película es difícil por las grandes inversiones iniciales que haya que hacer, siempre con un incierto resultado, aún más difícil es amortizarlas en un mercado abierto y competitivo –explica Cultura. Por eso la necesidad del apoyo económico público a dicho sector”.

Cotizalia

La Generalitat gasta más en la promoción del catalán que el Instituto Cervantes en la del castellano

Periodista Digital: Montilla gasta más en promocionar el catalán que el Instituto Cervantes en el castellano
El Gobierno del socialista Montilla, gastó en 2007 casi 157 millones de euros en fomentar el uso de la lengua catalana. La cifra supone un incremento del 30,8% sobre el presupuesto público destinado a ese fin en el año 2006, que fue de 119,65 millones de euros.

En el último año de Pasqual Maragall se dedicaron a asuntos relacionados con la política lingüística 50 millones de euros, según publica El Mundo.

El Mundo: La Generalitat gasta más en la promoción del catalán que el Cervantes en la del castellano
El Gobierno tripartito catalán, que preside el socialista José Montilla, gastó en 2007 casi 157 millones de euros en fomentar el uso de la lengua catalana. La cifra supone un incremento del 30,8% sobre el presupuesto público destinado a ese fin en el año 2006, que fue de 119,65 millones de euros.

Libertad Digital: La Generalidad gastó en 2007 más de 157 millones en la inmersión lingüística
Para la Generalidad de Cataluña no existe la crisis económica si se trata de subvencionar el uso del catalán en todo el mundo. Según informa El Mundo, el Ejecutivo de José Montilla gastó en 2007 un total de 157 millones de euros en el fomento del uso de esta lengua, mientras que el Instituto Cervantes sólo dispuso de 81 millones para trabajar en todo el mundo promocionando el castellano. De hecho, más de 20 millones del erario público de los catalanes fue a parar a la subvención a medios de comunicación dentro de su campaña para la inmersión lingüística.

O catalanes o sordomudos (sobre el manifiesto por el bilingüismo II). Por Javier Orrico

El mensaje vino a ser el siguiente: “Si quieres ascender socialmente, igualarte con nosotros y ser aceptado, tendrás que hacerlo en catalán, abjurar de lo que fuiste y fueron tus padres, olvidar el lugar del que viniste y asumir los mitos de la ‘nación’ catalana para comulgar con ella. Cambiarás tu nombre y tus sentimientos, y serás un hombre nuevo, incluso podrás convertirte en funcionario o te otorgaremos muceta."

El proceso se llama transculturación y asimilación, y se justificaba a través de una de las más formidables invenciones de la sociolingüística catalana, que cambió lo que eran simplemente lenguas en contacto, con sus interferencias y su enriquecimiento mutuo, por lo que llamaron “conflicto de lenguas”, una concepción por la que las lenguas se transformaban en cuerpos de ejército de ‘naciones’ enfrentadas, en “guerra de lenguas” que conducía inevitablemente a la desaparición de una de las dos.


Lo que exigía todo tipo de medidas (la normalización, la inmersión) para someter a la lengua no deseada (culpable, impropia), a lo que se llama proceso de inversión diglósica, uno de los más brutales jamás llevados a cabo en el mundo, por el que –en este caso- la lengua común, la más utilizada como lengua de comunicación e intercambio, la considerada “fuerte” por su implantación universal, el español, debía pasar a una situación subalterna, íntima, débil, fuera de la vida oficial y limitada al ámbito doméstico. Y lo que era una región bilingüe, con una cultura y unas tradiciones plenamente españolas en dos lenguas, pasó a ser una sociedad escindida en la que una de sus ‘almas’ debía ser aniquilada: justo lo contrario de lo que predican.

Jamás, repito, jamás existió intención alguna por parte de los ideólogos de la inmersión de caminar hacia el bilingüismo, pues consideran que siempre habrá diglosia (lengua fuerte/lengua débil), y desplazamiento lingüístico (una lengua va ocupando paulatinamente el lugar de la otra). Había que poner, pues, toda la maquinaria del naciente Estado catalán al servicio de la construcción de diques lingüísticos insuperables para la lengua española.

Pero, claro, como las lenguas no andan solas, ni pones la oreja en el suelo y escuchas la lengua ‘propia’ del territorio, lo que se puso fueron diques contra las personas, filtros que nadie pasaría sin hacer explícita su asimilación catalanista, empezando por cambiarse el nombre. Quienes lo hicieron así, la ‘Carme’ Chacón, el ‘Josep’ Montilla, o los que cambiaron la acentuación de sus apellidos y pasaron a ser ‘Sànchez’ y hasta ‘Sàntxez’, fueron los que medraron hasta hacerse, como lacayos simpáticos, con el control de los partidos obreros, que eran los que tenían en principio que haber defendido el elemental derecho de la gente a llamarse y hablar como le saliera de la punta del capullo, con perdón. Es decir, a ser ciudadanos en plenitud.

Cuando hoy la Chacón, desde su agradecimiento de asimilada, dice que gracias a la inmersión ha dejado de haber catalanes de primera y de segunda –que, por cierto, sigue siendo falso, repasen los apellidos del capitalismo catalán o del recientísimo instituto para la Paz o así, magnífico chupetín-, reconoce estúpidamente, aunque dicen que es tan lista, que sin superar ese filtro del catalán y sus principios fundamentales del Movimiento, estás condenado a la exclusión. Ellos te curan de tu culpa ‘castellana’ a la fuerza: te despojan de ti para ‘integrarte’, para ‘salvarte’. Otra vez el más inmundo e hipócrita de los totalitarismos.

La inmersión, en concreto, consiste en lo siguiente: el español está proscrito de las aulas catalanas. Cuando las criaturicas llegan a la escuela, si piden educación en español, se las coloca al final de la clase, apartadas, marcadas, y al acabar la mañana el maestro les hace un resumen en castellano de lo que ha dicho durante cinco horas en catalán. Se trata de inculcar en los niños un sentimiento de rechazo hacia su lengua materna, de inutilidad, de ‘mancha’ ("La mancha humana") que les estigmatiza, mientras el catalán es presentado como la lengua que les permitirá integrarse. Y hasta jugar en el recreo.

No te envían a las duchas de gas, sólo te extirpan la tradición y la lengua de tus padres, la mayoritaria en tu región y en tu país. Gracias a este sistema los hijos de los trabajadores, en cuyas familias el dominio de la lengua no suele pasar del nivel coloquial, cuando no directamente dialectal, nunca adquieren el registro culto, académico, del español, limitado a una consideración escolar de lengua extranjera. Así se les garantiza su permanencia en la clase obrera por el resto de sus días y se perpetúa el orden social progresista. El castellano culto, el que abre las puertas del mundo, para quienes pueden pagárselo, como los hijos de los socialistas que van a centros privados de élite.

Les contaré un caso. Hasta hace tres años al menos, cuando supe del caso, había una familia castellanohablante (quizás hayan conseguido irse ya), o sea, y en general, humilde y condenada a la enseñanza pública, con una pareja de niños sordomudos que gracias a unos implantes cocleares habían podido recuperar parte de su capacidad auditiva. Al escolarizarlos, demandaron que se les enseñara el español, que era la única lengua de la familia y con la que podrían comunicarse con sus padres, ya que por sus condiciones auditivas bastante tenían con poder aprender una lengua. La democrática y tripartita y zapatera administración catalana se negó. No hubo forma. Aquello era Cataluña y sólo se enseñaba en catalán. Serían o catalanes o sordomudos. El caso provocó mucha tinta pero nada se pudo hacer. Esta inhumanidad, esta maldad, esta saña nazi es lo que el extensor de derechos, ZP, ha asumido como propio para el PZOE, antaño español, tras su último congreso anterior al verano.

Lo que el nacionalismo lingüístico catalán ha cambiado, pues, ha sido la realidad de una región bilingüe dentro de una nación variopinta, por la invención confederal, ya legitimada por el Estatut nazional-socialista, de que España es un conjunto de naciones en la que una, Castilla, había colonizado a las demás, y ahora toca la revancha, la asimilación o expulsión del invasor y de los traidores propios (Boadella), y la reconstrucción de un pasado monolingüe (catalán, vasco o gallego) en el que no quede ni el menor rastro de la nación de todos y de su lengua común. Y, de paso, cerrar la llegada de españoles de otras regiones que puedan disputarles su “propiedad”.

Cataluña para los catalanes catalanistas. Y España, pues también.

El blog de Javier Orrico

La guerra fría del buhonero

«UNA extraña disparidad se ha instalado entre el drama de las acciones y la conducta de sus protagonistas, de tal suerte que acabamos teniendo la sensación de estar asistiendo a una función en la que los actores no comprenden lo que están representando». Richard M. Weaver, una de las grandes figuras del pensamiento conservador norteamericano, llegó a semejante conclusión sin conocer a nuestro presidente y lo escribió en 1948 en su libro «Las ideas tienen consecuencias», ahora publicado en España (Ed. Ciudadela). Weaver no tuvo el placer de conocer a nuestro capitidisminuido Gran Timonel, el ejemplo más irrefutable de su teoría sobre la decrepitud del pensamiento occidental y la perversión del lenguaje porque murió en 1963. En aquellos años, nuestro líder aprendía a andar por los parques de León ayudado por su abuelo franquista, ese que tan olvidado tiene en sus recapitulaciones. Pero Weaver escribía sin duda para que nosotros entendiéramos lo que nos pasa. «Cuando las palabras han dejado de corresponderse con realidades objetivas, no parece de gravedad tomarse algunas libertades con el lenguaje», nos decía.

¿Cómo que algunas? Todas las libertades necesarias para convertir la realidad en concepto maleable, perfectamente intercambiable con su contrario, siempre que resulte conveniente. En su viaje a Nueva York, precedido de una mansalva de insultos y acusaciones al capitalismo y a Estados Unidos, Zapatero se presentó como un auténtico buhonero -según sus amigos avergonzados- ante una «cúpula empresarial» de medio pelo que no podía creerse tanta obsequiosidad y autocomplacencia. Ayer estaba en San Petersburgo donde se entrevistó con el presidente Medvedev -tan subalterno como los empresarios del encuentro neoyorquino-. Tranquiliza tener al presidente por pagos donde puede hacer poco daño. Ante la falta de interés y relevancia de todo lo que Zapatero y Medvedev puedan hablar y tratar, era buena ocasión para que el presidente saque al menos un poco la pata del charco en el que la metió cuando le dijo al New York Times que, con la elección de McCain, temería una reedición de la guerra fría. La cosa, diría algún castizo, tiene pelotas. Rusia invade a un país vecino soberano y declara la independencia de dos partes que le apetecen, machaca a su oposición, liquida a los medios críticos, manda asesinar a periodistas, empresas y gente incómoda en su territorio y en el exterior, extorsiona a los vecinos, amenaza a toda Europa y reclama un veto sobre las decisiones de las democracias occidentales y sobre las de la OTAN. Y resulta que el peligro de la Guerra Fría lo ve nuestro gran perspicaz en la posibilidad de que los norteamericanos elijan a un presidente que no es el que quieren él y Pepiño. Seguimos sin saber si, en sus ya conocidas respuestas a preguntas del zapaterismo mediático, McCain no se refirió a Zapatero porque le desprecia o le ignora. Da lo mismo. Tampoco importan las razones por las que Sarkozy no ha invitado a Zapatero a la reunión europea de emergencia ante la crisis financiera. Lo que importa es el costo de la función que representa. Las consecuencias que él ignora porque confunde la ética de la responsabilidad con un ejercicio de contorsionismo.

ABC - Opinión