lunes, 20 de octubre de 2008

Vidas quebradas. Por Hermann Tertsch

CONFIRMADO lo que algunos sospechamos después de ver sus últimas fotos con vida. Jörg Haider, el líder populista austriaco, presidente del estado de Carinthia, que se mató hace unos días de madrugada cuando regresaba a casa, a altísima velocidad, después de una fiesta en un cabaret, iba hasta la bola de copas. Está claro que la muerte no suele hacer justicia a nadie más que a los mártires y a los héroes en final épico. Haider ha muerto deprisa, como hizo todo en la vida. Fue brillante, osado, impertinente y tan libre, tan libre, que se acabó deshaciendo de todo escrúpulo. Manipuló con malentendidos sobre el nazismo, gran carisma y un populismo perfectamente desvergonzado los entusiasmos y miedos de sus compatriotas. Y acababa de volver con gran fuerza electoral cuando decidió celebrarlo con una juerga sin chófer. Era probablemente el animal político de mayor talento en Austria desde la muerte de Bruno Kreisky. Por supuesto que los listos de siempre se han apresurado a concluir, en eterna simplificación, que quien ha muerto ha sido un nazi borracho.

La muerte de Haider coincidió con el primer aniversario de la de uno de los pocos sabios políticos que nos quedaban en Europa, en todo antitético de Haider. Bronislaw Geremek, judío reflexivo, historiador, filósofo, líder de Solidaridad y después gran político polaco en el Parlamento europeo el que fallecía en un trágico accidente. En los años ochenta y noventa, en su casa en la calle Piwna, número 4, en la parte vieja de Varsovia, solía explicarme el devenir polaco. La última vez que nos vimos en Yuste durante un memorable homenaje que le rindió España a Helmut Kohl, en presencia de los Reyes y con un inolvidable discurso de Felipe González, estaba ya asombrado y preocupado por la deriva de la política de Zapatero. No entendía que un país con tanta suerte como el nuestro en una transición que admiraba y que ayudó a emular en Polonia, volviera a retóricas cainitas. Hubo gente tan indecente que acudió al funeral con pancartas agradeciendo a Dios que se llevara a ese judío de Polonia. La miseria moral no tiene patria.
El tercer hombre de esta reflexión sobre los renglones torcidos con los que se escriben las biografías es Milán Kundera, el novelista que nos ha emocionado a tantos en pasadas décadas con su mirada inteligente, irónica, cruel y tierna a un tiempo, con su visión cariñosa del hombre. Documentos ahora descubiertos, escrupulosamente analizados y por desgracia incontrovertibles, revelan que Kundera delató en su juventud -en pleno estalinismo bajo Klement Gottwald-, a un joven opositor que por su denuncia cumplió catorce años de trabajos forzosos en parte en una mina de uranio. La denuncia no fue forzada sino por puro celo, se concluye. Kundera dice que no es cierto. Pero la decepción que produce en sus admiradores esta muerte prematura del héroe que para ellos fue, es comparable a la que muchos sintieron con aquel profeta de la moralidad y probidad que era Günther Grass. Vidas quebradas. Tres hombres o cuatro. Vidas complejas de Europa a las que nunca puede hacer justicia un juicio.

ABC - Opinión

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