sábado, 20 de septiembre de 2008

Los pródigos hijos de puta vuelven a casa por Navidad. Por Tsevanrabtan

Liberalismo, ¡cuántas fechorías se cometen en tu nombre!

Un día les hablaré (aquí o allí) de un asunto que me inquieta hace muchos años y que tiene que ver con la acumulación de la riqueza, la sucesión hereditaria, el derecho ilimitado de propiedad, y cuestiones morales relacionadas con la desigualdad (como punto de partida) y, como correlación, hasta qué punto aquéllos son ingredientes imprescindibles o no para el funcionamiento de un sistema capitalista, de mercado, y, lo más importante, basado en la libertad real del individuo.

Esto se lo anuncio porque, aunque ahora no tengo tiempo para poder plantear de forma mínimamente seria esas cuestiones, sí tienen una relación perversa con la farsa actual, que saldrá a relucir de forma tangencial.

Resumamos: durante década y media (con algún susto) unos cuantos pastosos del mundo se han dedicado a demostrar lo adecuado del calificativo. Vale. Estos pastosos de los que hablo no son los dueños, no lo crean. Yo les hablo de los mayordomos. Los dueños son como el fantasma de las navidades futuras, un Calibán del que asoman millones de cabezas deformes y simpáticas.

Entiéndanme, no digo que las simpáticas cabezas no lleven un buen fajo de machacantes en el bolsillo. Lo que quiero decir es que los otros, los de las stock options y los contratos blindados son los que se han puesto gorrinos. ¡Algunos hasta se han hecho hombres de negocios respetables!

Naturalmente no hay enemigo más furibundo de la libertad económica y la competencia (la auténtica) que esos tipos. A ellos los que le va es la secta. Siempre es preferible ganar pasta sin darle a la mollera demasiado. La gente se equivoca; lo de que "inventen ellos" es una máxima universal. Por eso cuando hablan de libertad económica están siempre hablando de otra cosa. Lo que ellos quieren es una ecuación fantástica: que todo pueda convertirse en un número que incorporar a un balance, de forma que la realidad no estropee sus monopolis. Todo salvo sus contratos blindados, claro.

A mí lo de la libertad económica me parece de puta madre, ya lo saben. Pero está muy feo que se diga que las rigideces del mercado laboral, por ejemplo, provocan a la larga menor crecimiento, y que es mejor asumir las reducciones de coste de forma rápida (sin que aparezca como un pasivo oculto e imposible de valorar) para que el capital no se pierda en agujeros negros, y, sin embargo, cuando la pasta, por cientos de miles de millones, se utiliza para salvar a instituciones financieras en quiebra, el argumento sea el de la estabilidad. ¿En qué quedamos?

Naturalmente es comprensible que se quiera evitar que colapse el sistema financiero. Pero ¿debe hacerse prestando dinero que quizás no se recupere? ¿Qué sucederá si no puede devolverse? Y uno se pregunta por qué ese empeño que se vende en crear gigantes que luego tenemos que alimentar a toda costa, aunque estén afectados por una metástasis brutal. Y el tamaño se convierte en garantía de inmunidad. En círculo vicioso, se crea una estructura que reclama todas las ventajas del mercado libre, pero que no se ve afectado por ninguno de sus peligros: no se ve afectado por la competencia libre, porque compra voluntades y actúa monopolísticamente, y no se ve afectado por la bancarrota porque tiene secuestrada a la sociedad, que teme su caída.

Sí, los mayordomos juegan con dos barajas. Y cobran mes a mes, engordando sus patrimonios personales, repletos de cortisol, demostrando que ser el macho alfa sirve para algo. Irresponsables como niños de papá, viven como dios, porque papá estado les sacará de la mierda si hace falta, y no les costará más que una pequeña regañina.

Por eso cuando los "liberales convencidos" me comentan (en plan colega ideológico) que el asunto éste de si hacernos socialistas a tiempo parcial es delicado, pero inevitable, porque el remedio sería peor, siempre digo que no tendría problema en discutirlo una vez esté la cárcel llena de trajeados y una vez se declaren nulos todos los contratos y transferencias de dominio (incluidas las retribuciones de los altos directivos y dividendos) de (pongamos) un par de años antes de la quiebra. Aunque anticipo que, incluso así, será difícil que me convenzan de que el Estado no debe ser un pariente rico obligado a ayudar a empresas con problemas, sea cual sea su tamaño.

Yo no digo ¡viva la revolución! Digo ¡viva la retroacción! Pero nadie me hace caso.

Y es que estoy rodeado de putos rojos.

Rumbo a los Mares del Sur

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