lunes, 9 de junio de 2008

Lengua y Patria. Por Carmen Gurruchaga

Se atribuye a René Descartes, padre de la filosofía moderna, la frase de «Mi patria es mi Lengua» pero, independientemente del autor de este aforismo, es una obviedad que sin lengua no hay patria. Existen multitud de anécdotas, sucedidos y realidades en este sentido, como la vivida en un pequeño pueblo próximo a Sos, en el que sus habitantes sólo hablaban un dialecto aragonés y no entendían el español, por lo que estaban convencidos de que esa localidad era su país. Pero más tarde llegaron las comunicaciones por carretera y las telecomunicaciones cuya consecuencia inmediata consistió en que el idioma mayoritario se fue introduciendo hasta entender que la lengua más práctica para usar como vehículo de comunicación con sus vecinos era el español y su patria España. Esto no significa que el dialecto o la lengua vernácula tengan que desaparecer del habla de quienes habitan en su zona de influencia sino que, por el contrario, debe ser preservado y cuidado como parte del patrimonio cultural y como un bien muy preciado.

La patria es siempre motivo de orgullo, pero no debería ser causa de conflicto. La patria debe ser un concepto noble, pero el patriotismo mal entendido ha sido y es causa de muchas aberraciones. Guy de Maupassant escribió que «el patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras» y Samuel Johnson que «el patriotismo es el último refugio de los canallas» y no hay más que pensar en ETA para comprobar la certeza de estas máximas. Muchos catalanes, vascos y gallegos sienten como patria propia sus respectivas comunidades autónomas y están en su derecho, porque frente a los sentimientos no hay razonamiento que valga. Pero esto no les otorga el privilegio de no respetar y despreciar el idioma mayoritario y común a todos los españoles y tratar de imponer el habla autóctona.

Los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos saben perfectamente que para construir una nación el primer paso es poseer una lengua propia, que en su caso, la tienen; pero también necesitan que sea hablada mayoritariamente. Y en ello están, aunque para conseguirlo están utilizando el peor de todos los caminos, el de la imposición. Las autoridades autonómicas saben que muchas de las personas que viven en sus comunidades desconocen el euskera, gallego o catalán, pero están convencidos de que si no se les deja otra opción, acabarán por aprenderla ante las contrariedades que les depara su ignorancia si desean residir, pero sobre todo poder vivir en esas comunidades. En sentido contrario, estas mentes sectarias y totalitarias opinan que jamás se preocuparán por conocer la lengua vernácula si no es obligatoria para acceder a un puesto de trabajo o para aprobar exámenes de fin de Bachillerato, por lo que van a hacerlo obligatorio desde la educación primaria. No se dan cuenta de que este deber puede garantizar su aprendizaje, pero en ningún caso su uso, imprescindible para la extensión y conservación de la lengua.

Franco prohibió el uso del euskera y del catalán con la pretensión de que sin lengua, los nacionalistas se olvidaran de su patria. Fracasó en el intento, porque preservar el euskera formó parte del decálogo de la resistencia antifascista. Que se apliquen el cuento.

La Razón - Opinión

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