martes, 1 de enero de 2008

Una familia normal

Los niños vascos juegan actualmente al tradicional juego de las familias, pero con unos naipes, «Familia Multicolor», ideados por los famosos payasos Pirritx eta Porrotx. Para refrescar su memoria les recordaré que ella, Pirritx, es Aiora Zulaika, la concejal de Batasuna que se negó a condenar el asesinato de su compañero de corporación en Lasarte, Froilán Elezpe, «porque era una consecuencia del conflicto». La baraja, así como los seis cuentos sobre este mismo asunto y los dos CDRom utilizan un excelente euskera, perfecto para los chavales.

El juego pretende explicar a los niños el cambio que se ha producido en el modelo familiar, para lo que muestra nuevos grupos. Las cartas, muy bien dibujadas, exponen un ramillete de casos diferentes, elegidos con algún ignoto criterio.
Se puede jugar con Txintxo, hijo de la emigrante nicaragüense; Alfonsiño, niño acogido en Euskadi; Li, chinita adoptada por euskaldunes (vascohablantes); Tider, que como es niño no corre peligro de que su abuela mahometana le practique la ablación del clítoris a espaldas de su madre vasca; Nerea, hija de padres separados, muy liberados; o Gorka, un chaval con la enorme «suerte» de disfrutar de dos «amatxos» (mamás), que lo miman. Además, los protagonistas cuentan con la amistad de Pirritx y Porrotx en sus infantiles vidas. Estos modelos existen, pero la verdad, no son los que cada día uno encuentra en su barrio o en las calles del País Vasco, donde el índice de inmigrantes es bajo.

No voy a criticar estas opciones que tratan de «instruir, deleitando», a los críos vascos, porque existen, aunque no sean mayoritarias. No obstante, se echa en falta una familia tradicional, «normal» dirían muchas personas: aita (papá), ama (mamá) y niños. Claro que, ya que estamos en Euskadi y que los autores del juego son de la izquierda abertzale, deberían haber incluido ejemplos de la tierra: padre jatorra, txikitero (simpático, que va de vinos) y una madre que riega las plantas que sujetan la pancarta que cuelga de la ventana, en la que exigen el regreso de los presos a Euskal Herria.

Probablemente, el juego se extienda a ediciones posteriores en las que podrán aparecer familias como la de Joseba, con un tío que lleva años en la cárcel por haber asesinado a niños como él, en nombre de la patria vasca; o la de Ainara, que tiene una hermana huida desde hace algo más de un lustro, a la que sus progenitores vieron apenas unos minutos en un lugar de Francia. Viven tan en vilo que el padre ha llegado a mostrar su deseo de que la detengan para que deje de hacer tanto mal y también para saber que existe. Asimismo, deberían incluir a Jon, quien quiso jugar con su hermano mayor a «borrokas (etarras) y zipayos (ertzainas)», sin saber, porque nunca se lo han dicho en casa, que su padre es ertzaina, motivo por el que apenas lo ve. Otro modelo típico es el de Kattalin, pero, en este caso, las cartas tendrían que incluir a los escoltas de su madre que es periodista, cargo electo o funcionario.

Sería quizá de mal gusto que una de las familias estuviera formada por algún concejal asesinado, porque resultaría bastante difícil que Pirritx convenza a alguien de que perder a un ser querido es una mera consecuencia del conflicto.

Carmen GURRUCHAGA
La Razón, 30-12-2007

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