domingo, 30 de diciembre de 2007

ATENTADO en la T-4. Un año sin Diego Estacio y Carlos Palate, primeras víctimas de ETA tras la tregua.

Otros doce meses bajo la sombra de ETA
Hace justo un año, el 30 de diciembre de 2006 a las 9.00 horas, ETA liquidaba con una bomba en Barajas las escasas esperanzas de paz abiertas por el alto el fuego nueve meses antes. La explosión se llevó consigo la vida de Diego Estacio Civizapa, de 19 años, y Carlos Alonso Palate, de 35. Dos monolitos en el módulo D de la T-4 mantienen vivo su recuerdo. Con este atentado, la banda terrorista retomaba con toda su crudeza la espiral de violencia.

Diego Armando Estacio, otra vida rota por ETA
Diego Armando Estacio había acudido hacia las 8.00 del sábado a la T4 junto a su novia, Verónica Arequipa, para recoger a la madre de uno de ellos. Aparcaron su coche, un Renault Clio blanco del año 1995, en el módulo de aparcamiento D de la Terminal 4.

Diego había pasado la noche de fiesta y decidió quedarse en el coche echando una cabezada mientras su novia acudía a la terminal. En cuestión de minutos, la T4 fue desalojada. A las 9.01 estallaba una furgoneta bomba colocada por ETA en el mismo 'parking' donde se encontraba el joven ecuatoriano. Tuvo que transcurrir una semana hasta que los bomberos pudieran rescatar su cadáver, tras unas intensas y peligrosas maniobras para alcanzar el vehículo, sepultado bajo toneladas de hormigón y vehículos.

Estacio se había instalado en España hace más de tres años después de vivir un tiempo con su madre, Jaqueline Civizapa, en Italia. Ya en Madrid, en un primer momento vivió con su padre en el barrio de Puente de Vallecas y trabajaba con él en una empresa de la construcción.

Posteriormente, se instaló con su novia y el hermano de ésta en la zona de Entrevías con el deseo de radicarse definitivamente en España.

"Era un chico tranquilo, risueño, contento", describe Winston a su vástago. Su pasión era el fútbol y su equipo, el Milan. Un amigo suyo, Cristiano Alvaro Cañada, le recuerda como "joven alegre, tranquilo y, sobre todo, con ganas de vivir".

Familiares del ecuatoriano Diego Armando Estacio que llegaban el sábado a Madrid en avión vieron desde el aire, momentos antes de aterrizar, la explosión de la furgoneta-bomba que destruyó parte del aparcamiento de la T4 sin saber en ese momento que también había sepultado la vida y las ilusiones de este joven ecuatoriano y de su compatriota Carlos Alonso Palate.


Carlos Alonso Palate, víctima de ETA en la T4

Cuando en la mañana del pasado 30 de diciembre el joven Carlos Alonso Palate se dirigió en coche, junto a un amigo, a la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas para recoger a la mujer de éste, probablemente sólo albergaba en el pensamiento cuál iba a ser el modo de celebrar el Fin de Año.

De hecho, no hacía demasiadas horas que había telefoneado a su país para felicitarles las fiestas a su madre y hermanos, y pedirles que se cuidaran. No pudo hacerlo de ningún modo. La sinrazón y barbarie terrorista le convirtió poco después de las 9.00 en la primera víctima mortal de ETA desde hace más de tres años.

Murió mientras descansaba en el interior del vehículo, del que prefirió no salir, para dormir un rato, cansado por las horas de viaje realizadas desde Valencia, mientras su compañero se adentraba en el aeropuerto a la espera de que aterrizara su esposa.

El suyo fue uno de los cientos de coches sobre los que se desplomaron los cimientos de las cuatro plantas del aparcamiento de la T4 nada más estallar la furgoneta que hicieron explosionar los terroristas. Su cadáver no fue hallado hasta el 3 de enero, momento en el que se quebró definitivamente cualquier atisbo de la esperanza que han albergado durante días sus allegados.

Carlos Alonso Palate, de 35 años, era de origen ecuatoriano. Desde 2002, residía en Valencia, hasta donde llegó -en compañía familiares cercanos, como un tío- animado por varios conocidos que le informaron de las posibilidades de encontrar trabajo. En este tiempo, había logrado regularizar su situación y emplearse, entre otros, en el sector de la construcción. Antes de trasladarse a nuestro país, había trabajado como obrero en la fábrica ecuatoriana Vestetexa.

Estaba soltero y el trabajo era prácticamente su única dedicación. Su deseo de ahorrar el dinero suficiente para poder comprarle una casa a su padre en Ecuador le sirvió de impulso durante bastante tiempo, hasta hace poco más de un año en que falleció su progenitor. En su localidad natal, Ambato -un pequeño pueblo situado a dos horas y media de Quito- siguen residiendo su madre, ciega, y sus tres hermanos, una chica y dos varones. Él les hacía llegar puntualmente remesas económicas, auténtico sostén que ayudaba a seguir adelante a toda la familia.

Como recuerda Oswaldo, uno de sus primos, "era un trabajador nato; en ocasiones permanecía hasta 12 horas en la fábrica de plásticos de Torrent en la que había sido empleado. Él vino desde Ecuador porque quería sobresalir". El fútbol era su gran afición. Durante mucho tiempo jugó en el Club Deportivo Nacional de Picaihua, y desde la distancia, trataba de animar y de no perderse ningún partido televisado de la selección ecuatoriana. A la hora de su muerte, quienes le querían lo describen como una persona muy cariñosa y "bien responsable", según su madre. Seguro que lo era.

El Mundo - 30/12/2007

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