jueves, 15 de noviembre de 2007

Transversal y Rosa

La intrépida exmilitante socialista Rosa Díez es la portavoz de la Unión, Progreso y Democracia (UPD), un nuevo partido que, habiendo nacido en el territorio ideológico de la izquierda, según dicen sus fundadores, se presentará a las elecciones generales del próximo mes de marzo con dos promesas épicas: regenerar la actual democracia y defender la unidad de España; más un proyecto ideal: integrar en su seno a los potenciales votantes de un supuesto liberalismo igualitario que, huérfano de tutelas orgánicas, anda extraviado al no encontrar el camino que lo lleve al sitio que justamente le corresponde ocupar.

La UPD nace con una urgencia redentora y un decidido espíritu de ONG: salvar a España y reunificar a los descarriados espíritus nacionales. Es, por lo tanto, un proyecto clásico del españolismo tradicional; pero explicado con un lenguaje de aparente modernidad; la cual, podría estar condensada en esa novísima vocación que anima a la incombustible portavoz: imponer el transversalismo político . En qué consiste ese transversalismo ? Probablemente, en la sublimación de la vieja táctica del transfuguismo político; entendido como un método para superar los fracasos o las frustraciones personales de quienes militan en una organización política determinada.

Si la señora Díez lograra, tras las elecciones de 2008, consolidar su actual proyecto de partido convirtiéndolo en un gran referente político nacional y nacionalista; es decir, españolista, al lado de dos grandes partidos dinásticos que comparten --no amistosamente-- el oligopolio de las ideas políticas en este perplejo país, estaríamos ante un sorprendente fenómeno sociológico cuyas consecuencias son impensables, en este momento.

En el supuesto de que se realizara ese milagro orgánico, podríamos estar ante una prueba irrefutable de la plena madurez democrática alcanzada en este país al quedar instituido, por fin, el principio de igualdad universal como un derecho inevitable y avalado por el transversalismo liberal de la UPD. Un derecho que no estaría reservado únicamente para los que se identifican con ese igualitarismo liberal que persigue la ex socialista, sino para todos los españoles en general. Porque del brioso discurso que Rosa Díez pronuncia desde las tribunas que le ofrecen (sobre todo, las mediáticas: El Mundo, Telemadrid... ) se desprende que lo que se pretende con la irrupción de la UPD en el escenario político actual, es ni más ni menos, que atravesarlo ideológicamente de un extremo a otro --o sea, del PSOE al PP-- con la intención de "devolver a la política a tanto desencantado que se siente huérfano y ha perdido la esperanza en ella". Lo ha dicho la portavoz hace un mes.

Pero ese partido, al que le presta su voz con tanto entusiasmo Rosa Díez, aún está en el proceso inicial de su crecimiento; por lo tanto, su futuro inmediato dependerá más de su capacidad para conseguir una urgente expansión nacional, previa a la celebración de las elecciones generales de marzo, que del resultado que obtenga en las mismas. En Asturias han abierto también una oficina de reclutamiento de liberales igualitarios desencantados con la política. Pero, qué ocurrirá con los desencantados con la partitocracia? En qué medida la UPD, como partido, les servirá a estos para refugiarse en sus filas, que no dejarán de ser las típicas filas de militantes de un partido más; nuevo por el momento en que hace su aparición en el escenario de la partitocracia española, pero viejo por su proyecto ideológico. Por lo menos, tan viejo como el más antiguo de los partidos ultraconservadores.

La UPD nace como un partido dispuesto a engordar la salsa partitocrática en la que naufraga la participación individual ciudadana, con un objetivo a corto plazo: influir en la formación del próximo gobierno, después de las elecciones. Rosa Díez, con su personal desparpajo retórico, lo ha dicho: "Queremos ser claves para la gobernabilidad". Es decir, quieren ser la bisagra que permita abrir y cerrar las puertas ciclópeas de los dos grandes partidos que, ahora mismo, le cierran el paso a la democracia participativa.

Su diferencia con respecto a la aventura españolista de Ciudadanos , en Cataluña, reside en que su vocación de poder no se limita al País Vasco, sino que se amplía a la totalidad del territorio nacional. Estamos ante una ambición política expansiva, no solo frente a una aventura nacionalista restringida al espacio que ocupa el irritante nacionalismo vasco. De ahí nace la necesidad de la transversalidad política que caracteriza a la UPD. Porque esta oferta ideológica no está pensada única y exclusivamente para frenar el apocalipsis que, por lo visto, genera el nacionalismo vasco; sino para extender por todo el país el nacionalismo españolista como la vacuna que inmunice a los españoles contra el contagio de los nacionalismos periféricos.

Las dudas que uno tiene, acerca de la eficacia profiláctica de este experimento patriótico, están motivadas por la falta de confianza en los partidos; lo cual no es lo mismo que la desconfianza en la política. No creo que para realizar el milagro de la tranversalidad política sea necesariamente imprescindible inventar un partido hipotéticamente nuevo. Aunque quizá sí lo sea para quienes de la política hayan hecho un modo de vida personal, cuya herramienta --o útil de trabajo--. sea el control del aparato del partido.

Pienso --con el preceptivo permiso de los nuevos ideólogos -- que lo más importante no es que la UPD nos permita ir de aquí a la tranversalidad del liberalismo igualitario , sino saber con certeza para qué queremos ir a ese sitio utópico donde, al parecer, a los españoles se les facilitará la felicidad de serlo sin correr riesgos secesionistas. Algo parecido a lo que planteaba Ortega y Gasset con respecto a las ventajas de tener un automóvil en propiedad, porque nos permite ir de aquí a Socuéllamos. Decía el filósofo: "La cuestión principal es saber para qué queremos ir a Socuéllamos".

Estoy seguro de que Rosa Díez sí sabe para qué quiere ir al Socuéllamos de su personal utopía transversal. Pues que vaya.


Lorenzo Cordero
La Voz de Asturias

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