lunes, 25 de diciembre de 2006

Inmigrantes, no volver por Navidad

Una vez hubo en España un Papá Noel vestido de verde y nos inundaron con gorritos verdes de borla blanca para publicitar una marca de telefonía móvil. Por eso, al mirar esta tarde de lunes en la sala de llegadas de la T1 del aeropuerto de Madrid la larga hilera de presuntos viajeros que presentan sus demandas ante unos hombres y mujeres sentados y vestidos del color del pistacho, parece que toda esa desesperación hilvanada se esté encomendando a un Viejito Pascuero, sin barba, y en vez de con una carta, con una reclamación. «A la mayoría se le está muriendo alguien o ya ha ocurrido y se trata de llegar al entierro, o se les casa un hermano, o no han visto a los hijos desde hace años... Si te pones a buscar encuentras lo que sea porque ellos están dispuestos a contar cualquier cosa con tal de salir». A la advertencia del amable trabajador de AENA —a las órdenes de la no menos condescendiente ministra de Fomento («El Gobierno no paga las vacaciones a nadie»)— primero una se pone en los zapatos de la gente de la cola y después, calzada con ellos, el cuerpo te pide arremeter contra los culpables, gritar y armar la marimorena, y luego espetarle al solícito empleado público que las vacaciones, de cualquier forma, te las has pagado tú para que a reglón seguido, y sin que te asista ni la autoridad, ni la justicia, ni las fuerzas del orden, te las estén robando.

Por la cara. Pero allí, frente a esos «papanoeles» de pacotilla, que bastante hacen dando la cara, la paciente gente que aguarda la fila sorprendentemente no se deja llevar por los nervios, por no decir por los más criminales instintos —qué culpa, pensarán, tienen estos pobres santa claus verdiblancos—. Y además han llegado repartiendo bocadillos, zumos y hasta potitos dos voluntarios de los centros cristianos benéficos Remar, que son la prueba mortal de que hay esperanza: ambos emigraron al infierno, a lomos del caballo que corre por las venas del poblado de las Barranquillas, y al fin pudieron volver a casa. Y, qué demonios, es Navidad.
María Varela. Ecuatoriana
«Me esperan en Salitre para conocer a dos nietos»
María, la dulce María Valero, incluso sonríe y eso que si hubiera cogido el maldito avión de Air Madrid ya hubiera conocido a dos nietecitos que nacieron en Ecuador —400.00 de sus compatriotas viven en España—, «los de mi hijo mayor», y hubiera vuelto a abrazar a su madre doña Rosa Briones que desde el lunes cuenta los minutos para estrechar contra su pecho a la hija que vive en España desde hace tantos años, en donde se casó con un español del que ya enviudó, y que se ha podido comprar ese pasaje a ninguna parte con el sudor de su frente y la de un hermano que de «poquito a poquito me ha ido ayudando». Y con todo, aún le quedan fuerzas a María para no perder la sonrisa, para decirle a la periodista que «la esperanza es lo último que muere» y que «será lo que Dios decida, porque Él es el único que todo lo puede. Nuestra vida está en manos de Nuestro Señor». Pero el tiempo corre y lo aviones se van o no salen y el hijo pequeño, con el que iba a volver a la casa de la abuela por Navidad, empieza a primeros de enero el Instituto, «y no puede faltar» y el tiempo de la esperanza se acaba, y «¿qué hago? No puedo avisarles... Nos esperan en Salitre... Después de tanto tiempo...¿Cómo vamos a fallar ahora?» Tantos años dejándose el pellejo para sacar a unos hijos adelante en un país extranjero y la ilusión, cuando ya tocaba el sueño con la punta de los dedos, que se esfuma. Y lo peor de todo es que la dulce María Valero no entiende por qué le esta pasando esto. Pero sonríe.
Silvina Rodríguez. Argentina
«Me arruinaron las navidades después de 6 años»
A otros, sin embargo, les conmueve más lo de acá que lo del más allá. He ahí el caso de Silvina Rodríguez, actriz, que esperaba de la prieta fila una revolución y se ha encontrado una hilera formalmente mansa que la saca de quicio. «¿Y que no van a luchar por lo que les corresponde? Vine hasta el aeropuerto porque pensé que iba a haber una cacerolada, qué sé yo... ¡A mí me lo arruinaron! Me echaron a perder las navidades». Porque el billete que sacó en mayo esta argentina —hay más de 135.000 de sus compatriotas en España— era el pasaje para pasar por primera vez en seis años las fiestas de Navidad con su madre y sus hermanas en una casita alquilada en Las Grutas, Río Negro, la misma Patagonia, adonde debía de llegar mañana, «después de perder mi Nochebuena en el viaje pero con la idea de celebrar allá el Año Nuevo».
Silvina aterrizó en España hace seis años «cansada de correr la coneja en Argentina y atraída por la idea de encontrarme con un fabuloso panorama artístico y cultural, ya sabe, la fantasía de Europa que luego resulta que no es tal». A pesar del desengaño, se quedó a vivir entre nosotros, donde es profesora de teatro, como autónoma, en un programa del ministerio de Educación. «Y por eso —añade— no puedo faltar ni un sólo día. Estaba todo medido y me lo arruinaron sin una ínfima posibilidad de hueco en la lista de espera. Tanto trabajar y así se me acabaron las Navidades».
A ella, y a tantos aspirantes a viajeros que se consumen en Barajas. A dos metros de Silvina, en la misma terminal aeroportuaria, Jesús Estuardo Martínez, mexicano de 33 años, vive la penitencia de no poder retornar, recién culminado el Camino de Santiago, que empezó el 14 de noviembre en Roncesvalles. Él no comparte el destino emigrante de la mayoría de los que le rodean, sólo su mala suerte. «Sólo quiero que me regresen a San Luis de Potosí para pasar estas fechas con mi familia, pero eso es lo que queremos todos y lo que no esperamos casi ninguno. Conseguirlo sería la guinda a la experiencia del camino, que sin duda pienso repetir. Pero ahora lo importante es volver para Navidad». Sus padres, Jesús y Magdalena, le están esperando.
Marcelo Sánchez. Ecuatoriano
«Mi hija me espera para su fiesta de niña a mujer»
También aguardan a Marcelo Sánchez, emigrante y trabajador de la construcción, sus hijas Melani y Marcelita a las que dejó en la ecuatoriana Sierra de Imbarra hace siete años cuando las niñas tenían ocho y uno. «Ahora la mayor celebra el 7 de enero el paso de niña a mujer y mi ilusión es hacerle la fiesta». Marcelo será su rey mago. Es en lo único que piensa desde que compró el billete de Air Madrid en agosto, una razón tan poderosa que hasta se ha dado de baja por ella en el trabajo, donde no le daban vacaciones. Además, este año tendrá que compartir fiestas entre la familia de allí, si es que al final vuela, y la de aquí, la que forma con su segunda esposa, también ecuatoriana, y otra hijita de tres años, Aixa. Y también le espera en Ecuador un padre con el que se reconcilió antes de emprender su vida de emigrante, y que hasta entonces ni siquiera le había reconocido, y su madre, doña Laura, que no le ve desde hace un lustro y medio. «No puede ser que no vaya a llegar para después de tanto, de haber reunido al fin los 950 euros del billete, no hacer junto a los míos el pesebre, con lo que me necesitan mis hijas, con lo que las necesito yo a ellas...» En este aeropuerto de los sueños rotos se conjuran esta última tarde del otoño esa clase de pesadillas que ni siquiera se ahogan con lágrimas.
Rosario Tacuri. Ecuatoriana
«Sueño con mis hijas, lo más grande de mi vida»
Porque sabemos que el doctor Marañón prescribió que «si la pena no se muere, se la mata». Pero cómo lograrlo cuando el dolor que produce el recuerdo y la ausencia es endémico de la emigración. Y eso es dentro y fuera del aeropuerto. Ahí mismo, casi a orillas del aeródromo, y sin billete con el que soñar un regreso, otra ecuatoriana, la costurera Rosario Tacuri, se ha transfigurado en paquete postal y estará junto a sus tres niñas, con las que no pasa las Navidades desde hace cuatro años, en forma de regalo. Y también esta noche será al otro lado del teléfono el bálsamo de la adolescencia de su Jessica de 16 años, la confidente de los 13 años de su niña Soraya, y la mamá más guapa del mundo para su pequeña Caty, que sólo tiene 8. «Son lo más importante de mi vida. Nadie sabe lo que es vivir con la angustia de saber si estarán bien. Gracias a Dios que mi marido es muy bueno conmigo y con ellas». Un perfume para la mayor, algo de ropa para la mediana y un juguete para la más chica. «Son muy dulces y se conforman con cualquier cosa». Sabe Charo que sus hijas no quieren más regalo que a ella, pero para eso habrá que esperar «dos o tres años, cuando yo vuelva a Ecuador o ellas puedan venir aquí». Hoy le han dicho que ya han puesto el arbolito, que hoy irán a la Misa del Gallo, que la quieren y que la echan mucho de menos…
Juan, Fiorello y Mijail. Rumanos
Lágrimas por los que estarán lejos esta Nochebuena
Al rumano Juan, sin papeles y albañil, se le saltan las lágrimas cuando habla de su niña Larisa Juana, de 14 años, que se quedó en Transilvania, junto a la mujer de Fiorello, otro rumano ilegal, que a través de las montañas birló hace unos meses la vigilancia de fronteras para estar junto a la madre muerta. Ambos apenas llevan un par de años en España. Y esta mañana en la obra sus pensamientos están a miles de kilómetros. Su compañero, Mijail Salcianu, que vive en Torrejón de Ardoz con su mujer y su hija, volverá a celebrar la Navidad porque aunque el resto de la familia esté en Rumanía y aunque no pueda abrazar a la madre, Margareta, está vivo: salió ileso de la matanza del 11-M al escapar del tren que reventó dentro de la estación de Atocha. Los tres —hay 382.000 compatriotas suyos en España— imaginan hoy una vida mejor, una vida en casa.
Yula Klyusa. Ucraniana
«Esta noche mi corazón estará con Olga»
Es la esperanza que brilla en las miradas. Como el mar cristalino y abisal que se asoma a los ojos de la ucraniana Yula Klyusa, un océano a través del que es posible imaginársela, allá en Yvano-Frankiuvk, junto a sus seis hermanos con sus mujeres y sus maridos, con todos sus hijos, en torno a la cena preparada por la madre, Katerina, que como antes hiciera la abuela Yula, y aún antes la bisabuela, estaba formada por doce platillos diferentes para esta noche del 24, por supuesto sin carne, y a los postres con «pampuski» (una especie de buñuelo) un coro de voces desiguales e impetuosas llenaba la casa familiar de villancicos. Para entonces, los fantasmas de los muertos ya habían dado cuenta de la «kutyá» (trigo con miel y semillas de amapola) que se apartaba para los que ya no estaban, y el grupo, al filo de la medianoche de la Nochebuena, se encaminaba hacia la iglesia; pero eso ya fue después de que Ucrania dejara de pertenecer a la Unión Soviética «porque antes, al trabajar de profesora de física en un colegio —dice esta mujer de 53 años, que en su actual vida española es personal de servicio doméstico—, si iba a la iglesia me quedaba sin empleo». ¡Con esas a Katerina, que nunca dejó de asistir a los oficios religiosos, y contra la que no pudo ni la URSS! Como con la abuela Yula no pudieron los buenos vinos a la mesa porque no dejaba beber a su descendencia ni gota de alcohol.
Luego murió la abuela y después la madre y las Navidades también murieron un poco, pero Yula Klyusa, la nieta e hija, no dejó que se oscureciera entre los suyos la luz de esa víspera que reunía a los vivos y a los muertos en la casa familiar.
Y lo que no pudo la pérdida lo consiguió la economía: en septiembre hizo cinco años que Yula vive en Madrid —más de 130.000 de sus compatriotas habitan en España—, el mismo tiempo que no vuelve a casa por Navidad, el lustro en que no comparte «pampuske» con su hija Olga, que se quedó allí. Por eso esta noche, junto a su marido Vadim y su hijo recién llegado y ya con la amenaza de expulsión sobre su cabeza, junto a los amigos emigrantes, el trigo duro, la miel, las nueces y las semillas de las amapolas volverán a la mesa para saciar la melancolía de sentir a la familia tan lejos, «a dos días de autobús por 500 euros... Una locura... Imposible... No se puede... Tal vez algún día... Esta noche mi corazón y mi cabeza estarán con mi hija Olga... con mi niña...» Por eso el pasado martes por la noche San Nicolás, que todo lo sabe, le ha traído del país de los hielos un teléfono móvil nuevo. Para que sienta nítidamente el calor de la voz de Olga y la imagine más cerca, a la orilla del mar de sus ojos.

Virginia Ródenas
ABC, 24 de diciembre de 2006

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