Admito que los políticos tengan de nosotros, los periodistas, la peor de las opiniones. Cuanto peor, mejor para este oficio disperso y sospechoso. Yo les escucho con alguna frecuencia dedicarnos algunas lindezas: vendido, juntaletras... cuando no el expeditivo: Fulanito... ¡Un hijoputa! Ahora, dicho esto, a uno le dan ganas de escribir que tenemos la peor clase dirigente de la democracia, la más volátil y mediocre. Sale Felipe González en la televisión, explica la crisis y piensas: ¿Este por qué se fue? Defiende Aznar el espacio político del centro derecha, y reparas: ¿Este por qué no se lo cuenta a Rajoy? Pienso en Fraga, Carrillo, Roca, Pujol, Tierno Galván, Herrero de Miñón, Leguina, Gabriel Cisneros... ¿Cómo hemos llegado a esto? Al discurso hueco, previsible y ordinario donde conviven la mala baba con la mediocridad. Esto, más lo que hace de la política española algo muy nuestro: la soberbia.
Zapatero con la historia del avioncito: soberbia y distancia. Ignoro quién le asesora en este asunto, pero lamento que nadie le diga: presidente a quien más duele esto del avión es a los nuestros, son ellos los que se distancian, los que en la barra del bar no pueden defender este disparate. ¿Le da igual? Claramente sí.
Gane quien gane el domingo, seguiremos como estábamos, y esperemos que no sea peor. Con los años, es verdad, uno se hace descreído, pero siempre se aferra a algo que evite caer en ese estado tan orteguiano de la melancolía. Distancia de la política es este estado de ánimo: me da igual que llegue el día de los votos. Escucho a Rajoy en Punto Radio decir eso de menos ceja y más oreja y no puedo contener las ganas de votar. ¡Qué nivel, Maribel!
ABC - Opinión
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