Así, con más cuajo que dignidad, nos ha informado de que la economía española no creará empleo en los próximos tres años -ojalá que no los siga destruyendo-, no crecerá en los dos venideros y, por no abrumarles con las cifras, que el déficit del Estado, ya temerario, seguirá creciendo. Dado que, como nos enseñó Winston Churchill, un error de tiempo en política es más grave que en gramática, si lo que ahora nos dice Salgado nos lo hubiera contado hace un mes hubiera sido un gesto de nobleza y honradez; pero, en su versión pos electoral, resulta tramposo. Se les ve el plumero al maese Zapatero y a todos los muñequitos de su frágil compañía de marionetas.
Ante la que se nos avecina, la vicepresidenta que interpreta el poco airoso papel de chivo expiatorio de los pecados económicos del presidente, sigue sin anunciar un plan integral contra las crisis, la global y la específicamente nacional. Se ha limitado, con la burda maestría con la que un tonto maneja una tiza, a subir los impuestos -el precio- del tabaco y las gasolinas. Es ella la que asó la manteca. Lejos de atender a los expertos, incluso los de su cuerda política, y tratar de modificar, contra viento y sindicatos, la estructura productiva e incrementar el consumo, abunda en las razones que establecieron la situación presente. Si se le añaden al caso los desvaríos eléctricos de Miguel Sebastián, otro de los muñecos de la farsa, cabe insistir en que los brotes que vio el Gobierno eran bretes.
ABC - Opinión
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