Una de las causas de ese alejamiento es que nos hemos acostumbrado a depositar demasiadas expectativas en la palabra Europa, cuando ni el proyecto ni las instituciones tienen todavía todo el poder que se les atribuye. La Unión Europea es un club de Estados soberanos, no es una entidad confederal y existen fuerzas muy poderosas que impedirán que pudiera llegar a serlo. Sin embargo, al hablar de ella como si lo fuera, los dirigentes nacionales enmarañan las esperanzas de los ciudadanos y demasiadas veces arrojan a la cuenta europea responsabilidades que son exclusivamente suyas, lo que provoca una sensación de frustración. Y aunque también es cierto que Europa tiene ya mucho poder, los ciudadanos no perciben al mismo tiempo una capacidad democrática de control, a no ser a través de un pequeño gesto el día de las elecciones, en el que frecuentemente se sienten más tentados a expresar su descontento o, simplemente, a no votar.
Las responsabilidades son múltiples, pero hay que reconocer que una de las más evidentes es la falta de impulso de los partidos tradicionales. La derecha liberal-conservadora está tratando de mantener su hegemonía escapando de las acusaciones de ser la responsable de la crisis financiera internacional, mientras que los socialistas europeos incomprensiblemente no son capaces de encontrar una referencia ideológica que no sea negativa. Con la situación económica en la que se están desarrollando las elecciones, los socialistas de la UE no han sabido ni siquiera presentar un candidato propio para la presidencia de la Comisión y es la primera vez que la izquierda no saca provecho electoral de una época de recesión económica, sino todo lo contrario.
ABC - Editorial
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