Un par de generaciones de españoles hemos dejado lo mejor de nosotros mismos (con el discurso, con la pluma, con el ejemplo diario) para que la Transición, orgullo legítimo de la España contemporánea, llegara también al País Vasco. Llega, claro, de forma imperfecta, pero la realidad no admite dudas. Una joven dirigente del PP preside el Parlamento de Vitoria, un soplo de aire fresco cuando se abre la ventana de la libertad. Un candidato del PSE que dice sociedad plural, lucha contra ETA sin precio político, inserción en España y en Europa... ¿Sospechas? Quizá. Pero no lean ustedes la letra pequeña para encontrar apoyo a ciertos prejuicios arraigados. Vamos a ser generosos, por ahora. También exigentes, muy exigentes. Patxi Lopez tiene ante sí una inmensa responsabilidad y ojala esté preparado para asumir una tarea que sólo está al alcance de los grandes políticos. No puede fallar, por complejos y por oportunismos. Sea como fuere, hoy tenemos que ser optimistas en nombre de la libertad, de muchos años de lucha por el derecho, de tantas veces como hemos dicho y sentido que somos más y somos mejores.
¿Problemas? Infinitos. ¿Suspicacias? Unas cuantas. En todo caso, un éxito colectivo que por una vez los españoles de bien tenemos que celebrar juntos y sin sectarismo. Hoy empiezan los trabajos de Hércules para desmontar una red de complicidades y servidumbres. Con algún objetivo directo: policía autonómica, televisión vasca, sistema educativo desde la escuela a la facultad universitaria. Desactivar el mito nacionalista en nombre de una democracia de ciudadanos. Lo principal: vencer el miedo y ayudar a que la gente lo venza. Se vive bien en el País Vasco cuando no toca ejercer el papel de víctima. Está, claro, la infamia terrorista. Ahí sigue y -por desgracia- ahí seguirá, ojalá que sea a la baja. Los culpables son ETA y sus secuaces. La democracia tiene que acabar con ellos, lejos de la política de apaciguamiento y la perversión del lenguaje. No sé si Zapatero ha aprendido la lección moral o sólo le mueve, como es frecuente, el posibilismo electoral. La verdad es que apenas importa. Los hechos están ahí: los terroristas y su disfraz político ya no están en el lugar reservado a las personas honorables, aunque la tarea está incompleta en el ámbito municipal. Parece difícil para el PSOE recuperar el apoyo del PNV en el Congreso: rebus sic stantibus, esto es, si se mantienen las circunstancias actuales. La tentación es oficio natural del diablo y nada es descartable en asuntos tan complejos. Pero seamos justos aquí y ahora para valorar los datos reales. El PP sale muy bien parado de una estrategia limpia en la negociación y la investidura. La excepción vasca justifica un modelo singular de relación con los socialistas y exige también limitar los efectos favorables del eventual apoyo nacionalista a las iniciativas contra Zapatero a escala nacional. Es lo más justo de acuerdo con el contexto. Si cambia, ya se verá.
Usted, querido lector, ha escuchado como yo que el nuevo lendakari tiende la mano al PNV. Si es una pieza retórica para facilitar un cambio digno, bien está. Si es un anuncio de componendas, habrá que replantear muchas cosas. El Estado constitucional es fruto de la Ilustración, hijo de las revoluciones atlánticas enriquecidas por la democracia y los derechos fundamentales. No hay lugar para las pasiones irracionales traducidas en ideologías orgánicas o historicistas, que tienden a sumergirse en el mito y la sinrazón. La «tenebrosa fragua» del Espíritu del Pueblo, refugio de tribus y de clanes, ha causado estragos y crueldades sin fin. El PNV tiene a día de hoy una posibilidad única para enviar el delirio sabiniano al desván de los malos sueños. Hay un lugar en el País Vasco para un nacionalismo sensato y moderado. ¿Existe tal cosa? Si no es por convicción, sea por utilidad. Si no es por virtud, nos vale la hipocresía. Si pierden la oportunidad, tal vez será la última, porque la era global ha venido para quedarse. ¿Pronóstico? Reservado, tirando a mal... Patético ayer Ibarretxe con su «frentismo» y su «cruzada», refugiado en un discurso aldeano y perverso. Menos mal que se despide para siempre.
Decía Montesquieu que el absolutismo causa un daño irreversible a la constitución social de manera que la libertad se hace imposible para siempre. Espero que se equivoque, y ejemplos hay al respecto. ¿Será capaz de reaccionar la sociedad vasca? Miedo, disimulo, mediocridad y perfidia conviven allí con dignidad, valentía, honor y sacrificio. Ha llegado la hora de recuperar a ciertas mayorías amorfas. Recuerdo las palabras de Martin Luther King, un referente para Barack Obama, entonces desconocido. Con ellas terminaba hace años una Tercera, con motivo -¡qué asco!- de algún asesinato de ETA. Decía el líder de los derechos civiles que «lo peor de nuestro tiempo no es la crueldad de los malvados sino la fría indiferencia de los buenos». Sabemos por experiencia que la Transición supone sufrimiento e incertidumbre. La experiencia de todos los españoles está a disposición de nuestros compatriotas vascos. El esfuerzo merece la pena. Ha llegado la hora de construir una democracia para los ciudadanos y no una cárcel para la libertad envuelta en un equívoco ropaje. El PSOE y el PSE no pueden fallar. Tampoco el PP. Sería imperdonable. Un poco tarde, pero todavía a tiempo, también los vascos -como los demás españoles- serán ciudadanos y no simples súbditos.
ABC - Opinión
0 comentarios:
Publicar un comentario