La agenda política nacional tiene poco o nada que ver con las preocupaciones de los ciudadanos. La supuesta democracia deliberativa ignora los intereses cruciales de una población sacudida por la quiebra general de su modelo de desarrollo. En una realidad dominada por el crecimiento exponencial del paro, que siembra el pesimismo, devasta la cohesión y compromete el derecho fundamental a la dignidad del trabajo, nuestra clase dirigente se enfrasca en asuntos por completo marginales ante un desafío de tan monumental envergadura. El desempleo se ha convertido en un argumento retórico del debate político, cuya verdadera prioridad se centra en una agenda extemporánea. Los dineros de las autonomías, la ampliación del aborto, los conflictos de liderazgo partidario, las elecciones europeas; he ahí la agenda que concita la atención de la escena pública española en medio de una emergencia socioeconómica que cada día expulsa a 8.600 españoles del mercado laboral.
La cuestión es de una gravedad dramática porque, en un ejercicio sin precedentes de irresponsabilidad, el Gobierno prefiere profundizar en el desencuentro ideológico, el enfrentamiento bipolar y la confrontación sectaria en vez de liderar la búsqueda de un consenso clamorosamente imperativo para luchar contra la plaga de la recesión y su demoledora secuela de desempleo. La dirección del país se encuentra en punto muerto y su principal agente motriz, que es el presidente Zapatero, ha decidido convertir la crisis en un motivo más de divergencia banderiza, encerrándose en la burbuja impenetrable de los prejuicios ideológicos.
Lo más irritante del caso es la terquedad con que la propaganda oficial insiste en el carácter progresista de este empeño obstructivo y autocomplaciente, cuya penúltima manifestación es una abusiva comparación preelectoral con la campaña de Obama. Ese Obama que, lejos de minimizar la crisis y vender un optimismo sin causa, se ha enfrentado a ella con un liderazgo lleno de determinación y de coraje. Con reformas, medidas, planes, grandeza de criterios, audacia operativa... y un par de cojones.
ABC - Opinión
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