Ayer, el periódico aludido, con ruidoso despliegue de medios, abundó en las chuscas relaciones entre el presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, y Álvaro Pérez, un pintoresco conseguidor conocido por «El Bigotes». Según esa información, su nivel de intimidad es tan intenso como para que el tal Pérez le diga al líder valenciano del PP: «Oye, que te sigo queriendo mucho». Para mayor y mejor demostración de afectos mutuos, el presidente le corresponde, aunque de forma menos académica: «Yo también. Te quiero un huevo». Ignoro si el huevo como unidad de medida del cariño es poco o mucho, pero queda claro que la confianza es recíproca.
Lo que me escandaliza es la ramplonería de los personajes y, sobre todo, la imprudencia del presidente valenciano
Tampoco sé, ni tengo un interés desmedido por averiguarlo, si algunos notables del PP recibieron trajes gratis u otros favores equivalentes. Lo que me escandaliza es la ramplonería de los personajes y, sobre todo, la imprudencia del presidente valenciano. Razones tendrá para adorar a «El Bigotes»; pero, ¿tanto como un huevo? A la imprudencia de Camps hay que enfrentar la grave irresponsabilidad de las personas que, en su trabajo judicial, han producido, o permitido, las filtraciones que sirven de base a quienes, con toda legitimidad profesional, han elaborado y publicado esas informaciones. El secreto es una exigencia de los sumarios abiertos y trasladados en este «caso Gürtel» que, por lo que llevamos visto, tiene más ruido que nueces. Lo es también la elegancia en el procedimiento de los jueces y sus colaboradores. Con qué nos escandalizamos más, ¿con la ligereza de uno o con la falta de seriedad de los otros?
ABC - Opinión
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