Es legítimo -y quizá lógico- que haya muchos millones de seres humanos que crean que la liquidación de las fuerzas terroristas de Hamás no es la mejor solución para acabar con el drama humano que nos abate hoy en día. Yo creo que se equivocan. Pero eso no importa. Está plenamente justificado que exista el debate sobre las formas de afrontar esta tragedia en marcha, que costará vidas en todas las partes. Lo grave, fuera del escenario bélico, es que quienes creemos firmemente en que Israel debe defenderse con toda la contundencia necesaria ante la sistemática agresión de que es objeto seamos tachados de asesinos que merecen poco menos que la ejecución pública. Tengan cuidado los poderes públicos. Porque ése es el mensaje que transmiten. Quienes se alimentan de las arengas de sus radios y televisiones, a poco que tengan un compromiso religioso o sentimental con las fuerzas palestinas, tan jaleadas a cargo de nuestros impuestos, pueden comenzar a matar. Y no en Gaza, sino aquí. El magnífico embajador, Raphael Schutz, que Israel tiene en España intenta desde todas las esquinas promover sentido común y algo de realidad, y decencia frente al griterío del odio. Él tiene a sus escoltas. Pero hay muchos españoles, judíos o no, que están hartos de la caricatura que el Gobierno de Zapatero hace del conflicto de Oriente Medio. Y que alimenta a quienes quieren vengar unas supuestas injusticias que se pregonan desde La Moncloa. Hay que recordar, antes de que pase algo que evoque a los asesinados Van Gogh o Fortuyn en Holanda, que el Gobierno tiene el deber de defender a todos sus ciudadanos, aunque tengan opinión y no la oculten.
ABC - Opinión
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